Por Claudio Scaletta
Normalmente los historiadores de la economía local reconocen, a partir de la consolidación del Estado Nacional, tres grandes patrones de acumulación, etapas o modelos de crecimiento. El agroexportador; tras la salida de la economía colonial y que entra en crisis a partir de las grandes conflagraciones del siglo pasado, un intermezzo de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) y, a partir de mediados de los ’70 y hasta la gran crisis de 2001-2002, una etapa de valorización financiera y endeudamiento. Una de las discusiones inevitables a partir de la administración iniciada en 2003 fue la pregunta por la naturaleza del nuevo patrón de crecimiento. Sin dudas se había quebrado el ciclo de valorización financiera, pero no estaba claro si existía o no alguna forma de improbable regreso a la ISI. La nueva realidad mostraba que el grueso de las empresas públicas no existía más, que el sistema previsional estaba en manos del sector financiero a través de las AFJP y, que además, el endeudamiento público era gigantesco y con el agregado de la cesación de pagos. El mundo también había cambiado, la globalización era una realidad palpable, la propiedad de las empresas era otra y el comercio intraindustrial dentro del Mercosur reconfiguraba el panorama.
Ocho años después la realidad es completamente diferente. Un estudio difundido esta semana por Cifra-CTA deja entrever una respuesta, desde los números, a la pregunta por el nuevo “patrón de crecimiento” del período 2002-2010. El primer dato incontrastable es el crecimiento, con tasas “extraordinariamente elevadas” en términos históricos y holgadamente por encima del resto de Latinoamérica. Mientras entre 1993 y 2001 el PIB creció a una tasa anual acumulativa del 1,4 por ciento, entre 2003 y 2010 lo hizo al 7,8. El resultado fue que el PIB por habitante saltó un 46 por ciento en el período, tasa que se reduce al 23,9 si la medición se realiza en dólares.
El debate comienza cuando se trata de explicar las causas y la naturaleza de este crecimiento. Aparecen entonces los primeros mitos. El más conocido es el del “viento de cola” de los precios de las commodities. Si se observa la contribución al crecimiento de cada uno de los componentes del Producto, se tiene que, frente a una expansión del PIB del 7,8 por ciento anual, la Inversión Interna Bruta Fija crece al 17,5 por ciento anual, las exportaciones al 6,5, el consumo privado al 6,8 y el público al 7,4 por ciento. La primera conclusión es que todos los componentes de la demanda, salvo la inversión, crecen menos que el conjunto de la economía. Si se observa la contribución al crecimiento del período 2002-2010 de cada uno de estos componentes, el consumo privado explica el 51,8 por ciento, la inversión el 30,4 y las exportaciones sólo el 9,4, valor que desploma el mito del “viento de cola”.
Una segunda cuestión es la composición del crecimiento. A diferencia de la década del ’90 la expansión fue “traccionada” por los sectores productores de bienes en general y de la industria manufacturera en particular; la que registró una tasa de crecimiento anual acumulativa del 8,1 por ciento. Otra vez, conviene ver a las actividades por su contribución al crecimiento del período. Entre 2002 y 2010, las manufacturas explican el 58 por ciento de la expansión, la construcción el 28 y el agro el 10 por ciento, lo que derriba un segundo mito discursivo del crecimiento liderado por el agro y su increíble efecto multiplicador.
Los componentes de la demanda muestran claramente un nuevo patrón de crecimiento basado en el desarrollo de los sectores productores de bienes que revirtió el proceso de desindustrialización heredado del cuarto de siglo anterior, con aumento del peso de la inversión en el Producto.
Estas transformaciones fueron acompañadas por cambios en los fundamentos macroeconómicos. El primero fue el fin de los déficit fiscal y externo crónicos. El segundo, la disminución del endeudamiento público como porcentaje del PIB, que se desplomó del 147,3 por ciento en 2002 al 44,6 en 2010, pero que si se descuenta el endeudamiento interestatal se reduce a sólo el 20,9 por ciento.
Finalmente, se destacan las profundas trasformaciones en el mercado laboral. El dato principal es la creación de cuatro millones de puestos de trabajo, lo que permitió reducir a un dígito las tasas de desocupación y subocupación, lo que otorgó otro poder de negociación a los trabajadores y, en consecuencia, mejoró parcialmente la estructura de distribución del ingreso. En paralelo, el número de empleos registrados aumentó en 3 millones. El empleo en negro pasó de casi el 50 por ciento al 35, valor todavía alto.
Uno de los hitos de la etapa fue la recuperación del sistema previsional, que no sólo terminó con un negociado financiero, sino que permitió ampliar la cobertura en más de 2 millones de nuevos jubilados y financiar instrumentos sociales clave como las nuevas asignaciones universales.
De todas maneras, el nuevo patrón también muestra limitaciones que demandan correcciones. Muchas de estas limitaciones ya fueron tratadas en este espacio. Una de ellas es el tipo de cambio real (TCR), que desde 2007 muestra una revaluación tendencial producto de la mayor inflación. Tomando a enero de 1999 como base 100, el documento de Cifra reseña que en julio de 2002 el TCR llegó a más de 250 y actualmente se encuentra en torno de 160. La primera consecuencia de esta pérdida de competitividad es el menor dinamismo de los sectores productores de bienes, lo que se refleja en un freno a la creación de empleos. Desde 2007 se frenó el aumento de los salarios reales. Aunque parte de este freno se compensó con mayor empleo público, para 2010 sólo los salarios de los empleos registrados estaban un 15 por ciento por encima de los vigentes en 2001, mientras que los no registrados todavía se encuentran dos puntos por debajo del nivel de fines de la convertibilidad (tomando como deflactor el IPC-7 provincias).
Finalmente, la inflación y el freno en la evolución salarial produjeron un estancamiento en los niveles de pobreza e indigencia. Es aquí donde, según Cifra, se encuentra la limitación principal: “A pesar de la extraordinaria expansión del nivel de empleo, los trabajadores se apropian en la actualidad de una porción inferior del ingreso que a comienzos de la década del noventa. Este proceso obedece al relativamente bajo incremento registrado en los salarios reales, en el marco de una de las fases de crecimiento económico más significativas de la historia de nuestro país”