miércoles, 31 de julio de 2013

CLARÍN Y SU PAYASO A NEW YORK

Clarín en dos actos

Año 6. Edición número 271. Domingo 28 de julio de 2013
Los unos y los otros o los mismos. El cómico peruano Carlos Álvarez –empleado de los hermanos Delgado Parker– en uno de sus tantos sketchs donde ataca todo tipo de dirigente político que no le pague el salario. Jorge Lanata, desde su Periodismo para todos. La nota de Martín Sivak en The New York Times International Weekly que Clarín decidió levantar de su edición nacional y Genaro Delgado Parker, al frente de su emporio Panamericana Televisión, que logró los servicios del programa de Lanata para Miami.
ACTO I. En junio de 2013, Jorge Lanata festejó desde su programa dominical en Canal 13 –todo un logro, además, del Grupo Clarín– que se había firmado un acuerdo con una repetidora norteamericana para emitir Periodismo Para Todos en los Estados Unidos. “Se podrá ver allá cada domingo, pero no en el Tucumán de Alperovich”, dijo el conductor sonriendo canchero ante cámara.
Lo que nadie dijo –ni Lanata ni nadie del Grupo Clarín– es que Canal Sur, el canal que, en cuestión, repetiría el programa, es propiedad de Genaro y Héctor Delgado Parker, dos señores dueños de Sur Corporation, empresa que engloba, además de la mencionada señal, a Canal Sur Cable, Sur Perú, México TV, TV Venezuela y Sur Dish Network.
La página oficial de Sur Corporation dice que Genaro y Héctor Delgado Parker, dos empresarios peruanos de la industria de la radio y la televisión, tuvieron una preocupación: “La carencia de información que teníamos los latinoamericanos sobre nuestros países hermanos, en comparación con la abundancia de información que nos llegaba de los países de Norteamérica y de Europa. Estando tan cerca y con tantas similitudes culturales, era muy poco lo que sabíamos los latinoamericanos de nuestros vecinos y hermanos. Por ello, se formó un canal de televisión que informe a todos los latinoamericanos emigrantes sobre la realidad de su país de origen. Es así que, a mediados de 1992, lanza al mercado Canal Sur, que se introduce como una especie de ‘Naciones Latinoamericanas Unidas’. En este espacio cada país puede mostrar su realidad y dar a conocer al mundo sus vivencias, problemas, fortalezas y debilidades”. Sí, leyó bien, “una especie de Naciones Latinoamericanas Unidas”, minga de Mercosur, Unasur y todas esas uniones de países que pretenden, al parecer, caerse del mundo tan ordenadito. Toda una preocupación, qué embromar.
Por esa preocupación fue, quizá, que los Delgado Parker habían contratado con anterioridad –con mucha, muchísima anterioridad– al cómico Carlos Álvarez. El periodista César Hildebrant relata los detalles de la actuación de Álvarez “cuando Fujimori mandaba, Montesinos asustaba, Canal Sur pagaba y la gente decente vomitaba si encendía la tele”: “Era la época en que el señor Álvarez salía en los mítines re–reeleccionistas de Fujimori. El señor Álvarez cobraba en las ventanillas de Canal Sur, recibía indicaciones del guionista Bressani, del productor Montesinos y del Akira Kurosawa de los vertederos, Alberto Fujimori, y con toda esa ayudantía detrás salía a la pantalla a enlodar a la oposición, a calumniar a los díscolos y a hacerles muecas a los desafectos (a tanto el insulto, a cheque en mano la inmundicia y a letra a 30 días el kilo de saña)”.
Las gracias del cómico Carlos Álvarez radicaban en desacreditar a la democracia presentando como energúmenos apocalípticos a todos los que se animaban a pelearle al neoliberalismo peruano o abogaban por un país menos infecto.
Y antes, algunos años antes, cuando Héctor Delgado Parker fungía de asesor de Alan García (¿alguien recuerda aquellos afiches porteños de los ’80 que rezaban “Patria mía, dame un presidente como Alan García”, mientras la Argentina la presidía Raúl Alfonsín?), le encomendó a Álvarez despacharse con el personaje de Popy Olivera. El mentado personaje Olivera era Luis Fernando Olivera Vega, encargado en la comisión del Congreso peruano de investigar las propiedades del presidente, así como el más ensañado acusador de los infinitos casos de corrupción y de irregularidades del primer mandato de Alan García. Luego, fue congresista de Perú hasta 2000. El 14 de septiembre de ese año llegó a su cúspide política cuando presentó un video donde se mostraba al entonces asesor fujimorista Vladimiro Montesinos entregando 15.000 dólares a Alberto Kouri, un congresista de la oposición, para que se pasara a las filas de Perú 2000, el partido oficialista. El video provocó la caída del régimen del presidente Alberto Fujimori. Pero eso es apresurarse. En la primera época presidencial de Alan García (1985/1990), Olivera era su enemigo acérrimo, y para Delgado Parker era de suma importancia que el cómico Álvarez ridiculizara al máximo a Olivera poniéndole el nombre de un payaso venezolano, Popy, y pintándolo siempre como un fervoroso defensor de la estupidez. Dice Hildebrandt: “Álvarez obedeció, con su cheque respectivo, y durante años Popy Olivera se exprimió ante cámaras”.
García dejó el gobierno a manos de Alberto Fujimori y los Delgado Parker se aggiornaron. Carlos Ávarez siguió con su personaje de Popy Olivera, esta vez para atacar a quien atacaba a Fujimori.
El portal La Primera, de Perú, dice, sobre los empresarios de la televisión, que “no les resultó difícil arreglar sus negocios durante el régimen fujimontesinista, del cual inclusive se recuerda el video en el que Genaro Delgado Parker aparece cerrando un acuerdo con el inefable ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos, para salir bien librado del juicio contra Ernesto Shütz Landázuri por el control del Canal 5”.
Y continúa: “A la caída de Fujimori, pudieron capear el temporal una vez más y, luego de obtener la administración de Canal 5 durante el gobierno de Toledo, mediante una argucia judicial bastante cuestionada, los empresarios se dieron el lujo de salir limpios de polvo y paja en el juicio anticorrupción por el caso Montesinos, del que Genaro fue excluido por ser mayor de 70 años, demostrando lo atinado del refrán que dice: más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Cuenta la historia de Perú que cuando Fujimori tuvo que huir, Héctor Delgado Parker consiguió reflotar sus asesorías políticas para Alan García. El cómico Álvarez, entonces, preguntó a quién debía obedecer. “Obedecerás, como siempre, al que pague”, dicen que dijo Delgado Parker. Cualquier similitud entre Álvarez y Lanata corre por cuenta del lector.
Hubo un diálogo desopilante cuando cayó Fujimori. Ocurrió cuando el sistema anticorrupción peruano llamó a declarar a Montesinos, nada más ni nada menos que el jefe del Servicio de Inteligencia Nacional del Perú, Consejero de Seguridad del Gobierno y asesor plenipotenciario presidencial.
–Señor Montesinos: ¿a quién estaban dirigidos los sobres con dinero que tenían escrito el nombre de Carlos Álvarez?
–A Carlos Álvarez –respondió Montesinos.
–¿A Carlos Álvarez, el cómico? –le repreguntaron, insisntentes.
–No. Carlos Álvarez era el nombre falso de uno de los agentes del Servicio de Inteligencia –respondió Montesinos sin poder contener la carcajada.
Las denuncias sobre los Delgado Parker no dejaron de sonar. Una de ellas señala que los empresarios incumplieron con sus obligaciones de interventores judiciales pese a lo cual la titular del Segundo Juzgado Civil de Lima Norte, Ana Lucía Campos, quien lo nombró y puede revocarlo, lo mantiene al frente del canal.
La jueza Campos decidió ignorar la información que el ministerio de Trabajo le había proporcionado el 13 de agosto de 2008 sobre las infracciones legales laborales cometidas. Ese informe (oficio Nº 1357–2008 MTPE/2) señalaba que los Delgado Parker “incumplen las normas sociolaborales que obligan a la empresa Panamericana Televisión SAA y han llegado al extremo de negarse a permitir el ingreso de los inspectores del ministerio, además de mantener una abultada deuda con la Sunat (Superintendencia Nacional de Aduanas y Administración Tributaria) que bordea los 100 millones de soles”.
Como broche, una perlita de la literatura neoliberal sobre los hermanos Héctor y Genaro Delgado Parker. Así afirmó Mario Vargas Llosa en su libro El pez en el agua, luego de recibir un millón de dólares para su campaña presidencial de 1989: “Siempre tomé con un grano de sal sus declaraciones de amor político, pues creo conocerlos bastante bien para saber que el gran éxito como empresarios se ha debido no sólo a la energía y talento, sino también al genio camaleónico, la habilidad mercantilista para nadar en el agua y el aceite, y persuadir al mismo tiempo a Dios y al diablo que son hombres suyos”.
El acuerdo entre Canal Sur (Sur Corporation, los Delgado Parker) y Periodismo Para Todos (Canal 13, Grupo Clarín) permanece intacto.
ACTO II. Todos los sábados, los lectores del diario Clarín pueden consultar, dentro del show de suplementos que hace desarrollar el bíceps de los compradores, el The New York Times International Weekly, selección de las notas aparecidos en la edición del diario estadounidense traducidas al español. Todos los sábados, se dijo, menos el sábado 20, cuando una nota de Martín Sivak (autor del reciente libro Clarín, el Gran Diario argentino: Una historia), titulada “Las escaramuzas en los medios de América latina”, fue suplantada por una sobre el primer ministro de Serbia, Hashim Thaci, quien, como se comprenderá, puede ser un experto en escaramuzas pero poco en medios de América latina.
La nota de Sivak arrancaba con un polémico “durante el siglo XX, hubo dos guerras sangrientas en América del Sur: entre Bolivia y Paraguay en el Chaco (1932–1935) y entre Argentina e Inglaterra por las Islas Malvinas (1982). En el siglo XXI, otra clase de guerra se ha instalado en donde aún no hay víctimas: la guerra de los medios. De un lado están las grandes corporaciones mediáticas privadas que reclaman que la libertad de expresión y sus negocios se ven amenazados por regímenes, según ellos, autoritarios. Incluso han llegado a comparar las políticas de gobierno con el fascismo. Por otro lado, los gobiernos llamados populistas o de izquierda en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela acusan a los medios de hacerle daño a la democracia a través de una cobertura sesgada y de prácticas monopólicas, y de infundir ideas golpistas”. Luego, desarrollaba la historia del conflicto entre el gobierno nacional y el Grupo desde marzo de 2008 en los siguientes términos: “Muchos la llaman guerra, pero divorcio sería un término más adecuado”.
En uno de los párrafos, Sivak citaba su propia investigación: “El Grupo Clarín mantiene una cobertura del gobierno hostil, ‘no hay espacio para la neutralidad’, me dijo un editor importante de Clarín, que es el diario de más circulación en América latina. ‘O estás con los que defienden la libertad de expresión o estás con el Gobierno’”. Y de inmediato, proporcionaba la palabra del mismísimo Héctor Magnetto: “El presidente ejecutivo del Grupo Clarín, a quien el Gobierno describe como criminal, no habló con los medios de Argentina, pero le dijo a The New York Times: ‘Esto tiene que ver con algo más que Clarín. Tiene que ver con la democracia’”.
La nota asumía un punto de vista (como toda nota, al fin y al cabo) equidistante de las dos partes en conflicto (o “divorcio”, para acordar con Sivak). Quizá la frase más hostil del artículo, y aquí no sería ocioso entrecomillar la palabra hostil, hacía referencia a las vicisitudes que debían correr los lectores del diario: “A estos lectores se los somete a tener que descifrar meticulosamente las noticias que ven para averiguar lo que pasó el día anterior”.
La nota, en un país que exportó al mundo entero y con todo el dolor del caso la palabra “desaparecido”, desapareció. Martín Sivak, anoticiado del caso por el editor de The New York Times Tom Brady, decidió escribir una nota el domingo 21 en el periódico Perfil. Y allí resumió lo que le había dicho Brady: “Ayer Clarín (…) reemplazó de apuro una columna que escribí sobre los conflictos entre medios y gobiernos en América del Sur en general, y el de la administración Kirchner con el Grupo Clarín en particular. Esa columna, llamada ‘Inteligencia’, es una sección fija de la edición internacional del diario estadounidense que el diario argentino ha publicado regularmente. Clarín no observó errores u omisiones ni reclamó mayor inteligencia. La breve explicación que le dio a The New York Times es que no la publicaría porque ‘es un tema muy sensible’. Fue una salida elegante para no explicitar que sobre ese tema sólo se publica el relato de la empresa”.
The New York Times no parece un diario afín a las políticas del gobierno argentino ni ceñirse en demasía al relato nacional ni defender a capa y espada la alianza regional de América del Sur. Sin embargo, sus autoridades evaluaron que la columna era, según las palabras del propio Sivak (y la publicación en sus páginas del artículo de marras así lo confirma), “equilibrada y respetuosa”. Tanto, que, en un hecho inusual, había decidido subir a su página web (www.nytimes.com) la versión en inglés y en español para que los lectores de habla hispana pudieran leerla.
Escribió Sivak para Perfil: “La columna, en realidad, intenta sintetizar el conflicto con información familiar para una parte del lectorado argentino. Que las relaciones entre el gobierno de Néstor Kirchner y Clarín fueron mucho más armoniosas que conflictivas. Que el Gobierno le concedió favores estatales, como la fusión de Multicanal y Cablevisión. Que Clarín fue suave en la crítica y que relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción gubernamental. Que cuando empezó el conflicto, ni el Gobierno ni Clarín dieron explicaciones convincentes sobre la mutua desilusión. Que la metáfora del divorcio parece mucho más precisa que la de la guerra. Que Héctor Horacio Magnetto no da entrevistas a medios argentinos pero sí a extranjeros”.
The New York Times le había pedido a Sivak una nota sobre la prensa “atacada y sitiada en América del Sur”. La respuesta del periodista argentino había sido clara: “Le dije que quizá no era la persona indicada, porque esa perspectiva ha limitado la explicación del conflicto a las acciones de los llamados gobiernos populistas o de izquierda-centroizquierda. También ha relegado temas centrales como la propiedad concentrada del sistema de medios, su relación de give and take (toma y daca) con la política y su responsabilidad en el conflicto por coberturas sesgadas y por momentos incendiarias. Le dije que no creía que la democracia estuviese en riesgo y que las metáforas bélicas de las media wars merecían revisión”. Pero Brady insistió. Y Sivak escribió la nota.
El suplemento del diario estadounidense tiene un público de seis millones de lectores de 35 diarios distintos (el China Daily, de China; El País, de España; Reforma, de México; Tages-Anzeiger, de Suiza, entre otros en los cuales se encuentra, “of course”, Clarín, de la Argentina).
Brady había llamado a Sivak en un brote genuino de indignación el jueves 18, cuando se enteró de la decisión clarinista de levantar la nota. Una decisión que sólo le había ocurrido una vez, cuando a la sección de The New York Times International Weekly en un país árabe había llegado una amenaza a las vidas de los periodistas de esa publicación si se editaba una nota contraria a las autoridades. Confirmada la veracidad de la amenaza, la nota se levantó. Las repercusiones que podían sobrevenir en la Argentina por la edición de la nota de Sivak no parecían tales. Y, además, no hubo amenaza alguna por parte de ningún terrorista. Y también habían llamado a Sivak dos periodistas amigos del The New York Times: “Uno me dijo que Clarín estaba haciendo lo que le criticaba al gobierno argentino. El otro, un viejo columnista que ha recorrido medio mundo con el diario, habló con un mapamundi en la mano: ‘Creo que estamos eligiendo mal nuestros aliados en América latina. Que un diario censure un artículo porque no le gusta es no haber entendido al Times. Les gusta el prestigio que les otorga, pero rechazan el periodismo del Times cuando habla de ellos’”.
Ricardo Kirschbaum replicó desde las páginas de Clarín a la nota aparecida en Perfil: “Martín Sivak denunció que fue censurado por no haberse incluido su texto en el suplemento de The New York Times. Clarín no publica allí temas de la coyuntura local, sino cuestiones globales. El contrato con NYT establece que Clarín puede seleccionar los textos que edita, en base a una oferta que recibe del diario neoyorquino”. Lindo argumento, elegante, pero falso: el 31 de agosto de 2012 publicó en esa misma sección una columna del mismo Sivak sobre la polarización en la Argentina (“Argentina’s rivalry”, La rivalidad argentina). Y el 18 de noviembre de 2011 publicó la columna de Pola Oloixarac “Setting a new stage” (Armando un nuevo escenario) centrada en la figura de Cristina Fernández de Kirchner.
Miradas al Sur envió a Tom Brady cinco preguntas sobre el hecho. Amablemente, Linda Zebian (Manager, Corporate Communication The New York Times Company) respondió el mail a pedido del editor norteamericano: “El señor Tom Brady me remitió sus preguntas sobre el hecho mencionado. El semanario internacional de The New York Times se distribuye como sección independiente dentro de 35 periódicos en 27 países a través de Norteamérica, de Europa, de América latina y de Asia. The Times no está implicado en las decisiones editoriales tomadas por cada publicación particular después de que se distribuya la sección”. Ooooole.
El acuerdo entre Clarín y The New York Times permanece intacto.

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