jueves, 28 de febrero de 2013

LORENZETTI QUEDANDO BIEN CON DIOS Y EL DIABLO


Lorenzetti y la ambigüedad

Las ambigüedades de su discurso fueron saldadas por el nítido carácter opositor de su platea.

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 Debatir sobre la "democratización" de la justicia supone un consenso tácito, previo, anterior: la democracia no ha llegado todavía a ese Poder del Estado republicano, fundamental para el pleno desarrollo del cuerpo social, incluso bajo las espesas condiciones que impone una sociedad de clases. Extrañamente, muchos que objetan el propósito oficialista terminan dándole la razón al gobierno: discuten cómo, apenas si critican sus formas, lo juzgan excesivo o torpe, pero en el fondo acuerdan en un concepto fundante, una idea-fuerza: se carece de democracia escaleras arriba del Palacio de Tribunales.
El martes, el juez Ricardo Lorenzetti fue más o menos el mismo que durante los últimos años. El acto que presidió en la sala de audiencias de la Corte Suprema fue tan solemne, público y formal como los que él acostumbra, e igualmente esquivo en revelaciones. Su discurso volvió a oscilar entre el sueño y las ganas de dormir. 
El juez les prestó generosamente un título a Clarín ("La Corte siempre defendió la libertad de expresión"), otro a Perfil ("La pauta oficial es un mecanismo de presión concreta"), y tampoco desagradó del todo al gobierno ("El Poder Judicial debe cambiar a favor del pueblo", dijo).
Por cierto, las ambigüedades que planteó su discurso fueron saldadas por el nítido carácter opositor de su platea. Las constantes indefiniciones y hasta contradicciones de su intervención fueron resueltas por quienes las aplaudieron: centellantes políticos de la oposición, el moyanista Julio Piumato, y ningún representante del Ejecutivo en el estrado, ni de los ministerios públicos (la defensora general de la Nación, Stella Maris Martínez, y la procuradora Alejandra Gils Carbó, entusiastas promotoras del encuentro por una Justicia Legítima, pegaron soberanamente el faltazo).
Emplear cierta vaguedad, evitar definiciones, zigzaguear, son moneda corriente en el máximo tribunal. Tanto, que la Ley de Medios –sancionada con amplia mayoría parlamentaria– sigue exceptuando en su pleno cumplimiento al Grupo que más licencias concentra para operar cámaras y micrófonos, incluso sin mediar ningún pronunciamiento de fondo que la declare inconstitucional. 
Entre otras imprecisiones, el jurista santafesino afirmó: "La Corte no debe gobernar, debe ser consistente con la mayoría del pueblo, con el Ejecutivo y el Legislativo." Sí, muy lindo, excepto esa parte en la que también expresó que "en la historia, las mayorías han tomado decisiones inconstitucionales".
Según Lorenzetti, "el pueblo quiere una justicia más accesible y más rápida". Pero si la selectividad del sistema judicial continúa igual, seguiremos en la misma. Mientras los poderosos sigan siendo clientes, y los pobres objetos del rigor penal, sustrato de la sanción punitiva, no habrá cambios. La justicia ya es accesible y rápida para las corporaciones que tienen cómo y con qué conseguir medidas cautelares, y también para los menesterosos que no lograr reunir el dinero suficiente para pagar una fianza. "La vieja escuela del Derecho: una escuela que legitima la vileza de hoy con la vileza de ayer, que declara insurrección cualquier grito del siervo contra el látigo" (Marx, Crítica de la filosofía del Derecho).
Desde luego, la Corte Suprema no es la responsable de cambiar las condiciones económicas y políticas que naturalizan esa selectividad. Esa tarea, que la excede largamente y no está llamada institucionalmente a desempeñar, depende de la lucha política. Los cambios trascendentales, los que importan, los definitorios, se dan primero en la base material, y recién después alcanzan la superestructura, se expresan en las leyes, y en las interpretaciones que de ellas hacen los jueces. Como dijo Lorenzetti el martes, los magistrados no están para gobernar. Por eso se los critica tanto cuando obstaculizan desde su especificidad judicial la marcha de un proceso político social, de dimensión continental, con suficiente cuerpo social que le da carnadura, que intenta torcer el destino de exclusión en que sobrevivían las dos terceras partes de la población hasta bien entrado el siglo XXI.
Hay cambios evidentes en la base material que deben importar cambios en la conciencia social. Los jueces (también los medios de comunicación) podrán tardar, pero a larga han de terminar expresándolos. Es inevitable que ocurra. Lo nuevo que no termina de nacer, lo viejo que no termina de morir. Los cambios sociales profundos suelen advertirse menos en lo nominal, y más si se los mira en perspectiva.
Cuidar la ecuanimidad y pretender parámetros objetivos que hagan creíble a la justicia es una cosa, y otra muy distinta es el rodeo infinito, la imprecisión eterna, la vacilación constante en definiciones que hacen al fondo de la vida democrática. Buscar el equilibrio no es hacer la plancha. A menos que un juez quiera ser presidente de la Nación.
Si bien Lorenzetti reconoce que "el conflicto debe existir, es el motor de la vida social, no hay que tener miedo a los debates fuertes", plantea un modelo ideal de justicia, equidistante, ajeno a ese conflicto. Imparcialidad no es indiferencia. En su esquema, el Poder Judicial (la institución justicia, digamos) sería apenas una enunciación, una inofensiva carta de buenas intenciones, y poco más. "Teórico del fuego por correspondencia", en palabras de Juan Gelman.
Antes de finalizar, Lorenzetti citó a León Felipe. Tampoco se crea que el presidente de la Corte se sintió en la piel del alemán Friedrich von Spee, el primer criminólogo militante, tan poeta como el español; pero algo es algo. Lástima que omitió el vibrante texto de Felipe dedicado a la justicia, aquel que dice: "Los personajes se escapan de los libros y van a buscar al autor. El clown se escapa de la pista y va a buscar al empresario; el hombre se escapa de la vida y va a encararse con los dioses. Porque hay un momento en que es preciso determinar bien nuestra posición en este mundo, como el marinero en el mar, y conocer dónde vamos. Tal vez nos hemos perdido. Sabemos que los dioses duermen. Que a veces es necesario despertarles.... y blasfemar si no responden (…)Yo no sé si es esta la hora de que hablen los dioses, pero el momento actual de la Historia es tan dramático, el sarcasmo tan grande, la broma tan sangrienta, y el hombre tan vil, que el Poeta prometeico, el payaso de las bofetadas, se yergue (…) y pide la palabra."

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