La simbiótica relación con La Habana
Desde que Chávez visitó Cuba en 1994 por primera vez hasta su última operación en la isla, él y los Castro dieron muestras de que marchaban por el mismo camino.
Por Gustavo Veiga
Aquella vez, el 13 de diciembre de 1994, Hugo Chávez, mucho más delgado, con la sonrisa de siempre y vestido con una chaqueta de cuello Mao, llegaba a Cuba por primera vez. Apenas se paró delante suyo, Fidel, con su clásico uniforme verde olivo, le dijo al pie del avión: “Es un gran honor conocerlo después de tantos años”. Ese fue el inicio de una relación simbiótica, política, internacionalista, pero también entre dos nuevos amigos. El teniente coronel venezolano tenía 40 años y el legendario líder cubano, 68. La visita duró apenas dos días. Desde aquel momento en que se conocieron hasta la última vez en que el comandante Chávez estuvo en La Habana y lo recibió el actual presidente Raúl Castro, pasaron 18 años.
En esas casi dos décadas de estrecha relación, hicieron de sus idearios revolucionarios uno solo. Fidel enfatizaba en su discurso de bienvenida en el aula magna de la Universidad Nacional de La Habana conceptos que hicieron ruborizar a su huésped: “Chávez es un hombre modesto, muy modesto, considera que no es acreedor a ninguna de las atenciones recibidas y que, en todo caso, espera ganárselas con su conducta en el futuro. Pero quien se pasa diez años educando a oficiales jóvenes, a soldados venezolanos en las ideas bolivarianas, podemos decir que es acreedor a éste y muchos mayores honores”.
A esas palabras, Chávez respondió con un cálido recuerdo de sus años de formación: “Es la primera vez que vengo físicamente, porque en sueños, a Cuba vinimos muchas veces los jóvenes latinoamericanos”. Cuatro años después, llegaría a la presidencia de Venezuela. Y nunca se separaría de Cuba y su revolución en los principios rectores de su política. Tanto significaba el presidente bolivariano para la isla que, en Cuba Debate, una de sus principales publicaciones, se podían leer sus textos junto a los de Fidel y Raúl. “Las líneas de Chávez” aparecían debajo de “Las reflexiones de Fidel” y “Los discursos de Raúl Castro”.
Ayer, cuando se conoció su muerte ocurrida a las 16.25, los principales medios de comunicación cubanos la informaron en sus portadas, con un tono despojado de adjetivos y ciñéndose al discurso del vicepresidente de Venezuela, Nicolás Maduro. A una fotografía precedida por el título “Falleció el presidente Hugo Chávez”, más tarde se le agregó el video del trágico anuncio desde Caracas. La columna del politólogo Atilio Boron, que salió primero en la web de Página/12, también había sido subida a Cuba Debate. El Granma y Prensa Latina difundieron el deceso del líder bolivariano en un tono semejante.
Este cronista coincidió en La Habana con los últimos días de Chávez allí, hasta que, aún convaleciente de su última operación, regresó el 18 de febrero a su país. En las calles de esa capital tan colorida y movilizadora, queda muy claro cuánto representaba el venezolano para el pueblo y gobierno cubanos. En una escenografía dominada por los almendrones, esos autos de colección, modelos ’50 o ’60, marca Buick o Chevrolet, pueden verse imágenes del amigo de Cuba con alguna frase del tipo: “Vamos a hacer realidad el sueño de Bolívar y Martí”.
Un ex combatiente de Playa Girón, de 85 años, tan flaco como sus cigarros, llamaba la atención de turistas y cubanos por igual en el Paseo del Prado. “Dios dice que Fidel y Chávez son grandes humanistas”, escribió en una cartulina blanca, entre varias que tenía a su lado, en un banco de plaza. Por esos días, había recrudecido la batalla mediática por la salud del presidente ahora fallecido. Pero ése, un tema de Estado, lo reflejaban las principales cadenas de televisión.
La gente de a pie, en la bulliciosa Habana Vieja o en el Vedado, sabía hacía tiempo que el petróleo venezolano les había mejorado la vida. Un sistema de transporte más ágil y moderno tenía mucho que ver con ese abastecimiento que Cuba ha pagado con miles de profesionales en educación, salud, agricultura o deporte. Un intercambio fraterno entre dos países que rompe con la lógica de los mercados tradicionales. Tan cierto como que, en la senda de Bolívar y Martí, Fidel y Chávez, Cuba y Venezuela, se percibe el advenimiento de una forma tan vital de hacer política en las relaciones internacionales. Aun cuando la desaparición del presidente venezolano sea para esa manera de ver el mundo una pérdida irreparable.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-215199-2013-03-06.html
Más grande que lo posible
Por Mario Wainfeld
Si hay un lugar común pavote y mediocre es hablar de (o esperar) un veredicto de la Historia sobre los líderes o grandes dirigentes. No existe ese tribunal impersonal (ejem), “independiente”. Los que van juzgando son los pueblos, portadores y defensores de intereses. El presidente Hugo Chávez se fue glorificado en las urnas por su pueblo, revalidado en numerosas ocasiones, repuesto en su lugar por movilizaciones masivas tras el nefasto golpe de 2002. La última elección fue una más (porque ratificó una tendencia) y fue única porque se produjo en medio de su enfermedad: quedó como el pronunciamiento final y tajante. Lo que Chávez fue para Venezuela lo plebiscitaron sus compatriotas. Los números y la recurrencia hablan solos, poco hay que agregar.
Tenía un gran manejo mediático e histriónico... Lo que concretó es bien tangible. Es difícil mensurar la proporción internacional de Chávez sin puntualizar que Venezuela no es una potencia económica ni militar. Que jamás un presidente de ese país fue tan conocido, amado u odiado, funcionando como referencia en esta América y en el mundo. Hay que saber mucha política, tener mucho don de mando y capacidad de negociación para conseguir tanto con una “base material” tan acotada.
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En la región fue un líder formidable y constructivo. Central para un nuevo diseño del Mercosur, que aglutinó a los tres países con mayor PBI. Determinante para el “No al ALCA”, que sepultó una propuesta política norteamericana en la Cumbre de Mar del Plata.
El hombre, claro, supo aliarse. Primero que nada, con Argentina y Brasil. La narrativa dominante sobre esta etapa se saltea la conjunción entre los dos países más relevantes de América del Sur, durante las presidencias de Lula da Silva, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff. La unión estratégica es un eje de la época, que en estas pampas se subestima o se niega para demostrar que lo de Brasil es formidable y lo nuestro un engendro. La sincronía en tantas medidas, la articulación y comunicación permanentes refutan esa lectura perezosa.
Chávez captó ese cuadro de situación y supo jugar dentro de él. Un ejemplo redondo fue la mentada Cumbre de Mar del Plata, donde aceptó (divertido, desde ya) hacer de chico malo cuando Kirchner y Lula se lo pedían o manejar la extensión de sus discursos para dilatar o acortar una reunión. El saldo fue el rechazo a una tremenda iniciativa imperial, conseguido a pulso.
Otro logro, chocante con la caricatura que dibuja la derecha, es cuán importante fue Chávez para la sostenida paz en la región. Y para el firme rechazo conjunto a la violencia norteamericana en Medio Oriente o la instalación de un centro de detención y tortura en Guantánamo. Entre tanto “el concierto de las naciones” acompañaba, hacía de comparsa o, en el mejor de los casos, miraba para otro lado.
Se habla de un bravucón (que podía serlo de palabra, si venía al caso), pero fue un pilar en tiempos de trabajosa integración regional, connotada por la ausencia de conflictos bélicos relevantes.
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A la hora de la hora, el orador impenitente sabía escuchar. Aceptó, a instancias especialmente de Kirchner, someterse al referéndum revocatorio: una elección a todo o nada durante un mandato vigente, algo que casi no existe en ninguna Constitución del mundo. Debía descomprimir la tensión interna. El mejor camino eran las urnas. Supo entender, le sobró cuero para jugarse. Y ganar, esa arte tan esquiva para varios republicanos de opereta que sólo convocan minorías.
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Venezuela, como tantos países, se benefició con el alza sideral del petróleo. No hay datos de otras naciones que, sin ser potencias y arrastrando necesidades importantes, usara esa riqueza para trabar relación con otros menos afortunados, para ayudarlos. De nuevo, abundan traducciones esquemáticas, provenientes de aquellos que no registran los cambios históricos y usan siempre las mismas categorías. El ladrón cree que todos son de su condición; el imperialista, también. Por eso subestiman o encasillan mal lo que concretó Chávez trasfundiendo petróleo a precio de regalo a aliados vecinos: Nicaragua o Cuba son los más característicos. O hasta ideológicos: llegó a vender nafta barata para abaratar el bus de Londres cuando lo gobernaba Ken Livingstone, un cuadro izquierdista apodado “el alcalde rojo”.
Venezuela no se constituyó en una metrópoli sino en una peculiar variación de aliado. El ejemplo de Cuba es el más complejo y evidente. Iba dinero a Cuba, desembarcaban médicos y maestros cubanos en Venezuela, se formaban médicos de toda la región en La Habana con financiamiento venezolano. ¿Había pujas por ver quién “conducía” a quién en esta relación o en la que lo ligó con Brasil y Argentina? Seguro que la hubo, siempre está presente entre aliados o compañeros de ruta. Pero no se plasmó en la relación imperio-colonia.
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Citaba a Bolívar, a Tupac Amaru, a Fidel, a Mariano Moreno, a Dorrego, a San Martín, a Salvador Allende... Ninguno de los presidentes argentinos de los últimos años evoca tanto al ex presidente Juan Domingo Perón en sus modos retóricos ni lo cita tanto en sus discursos. Era un autodidacta ávido y se
aggiornaba continuamente, vaya a saberse en qué momentos o ratos libres. Regalarle al presidente Barack Obama Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, fue un gesto ingenioso, pleno de simbolismo. Conocía la historia de nuestro país mejor que la mayor parte de los dirigentes argentinos actuales. Alguna vez se enzarzó con Cristina en una charla sobre el revisionista Jorge Abelardo Ramos, lo tenía en su biblioteca.
Sus discursos eran largos, seguramente caribeños, podían albergar un tramo musical cantado a voz en cuello o un gesto teatral, como cuando se sacudió el azufre dejado por George Bush en las Naciones Unidas. Pero distaban mucho de la parodia, al contrario, eran ejemplo de comunicación de masas. Conjugaban la lógica de la retórica dirigida a pueblos y militantes: síntesis histórica, semblanza y glorificación de los próceres. Nadie se iba sin tener una pintura de lo que quiso expresar, sin un par de consignas, de mensajes para trasmitir a sus compañeros o en sus barrios.
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Cuando el rey de España le espetó “por qué no te callas” sinceró una verdad honda, que trascendía la levedad de la anécdota. En el centro del mundo querían acallarlo, anularlo. No porque fuera exagerado y ruidoso, sino por lo que decía y representaba. Lo aborrecieron en Estados Unidos y en la Europa central. No odian a los dictadores: auparon a muchos. No odian la violencia que ellos ejercieron en Irak o Afganistán. Odian el desafío político e ideológico que le propuso nuestro Sur, en una era de relativa independencia y autonomía, sin un ápice de olor a pólvora.
El cronista le debe al periodista y ensayista Ernesto Semán esta caracterización del antagonismo ideológico, que tiene más de cien años y reflorece vital en el siglo XXI: “Chávez capturó como pocos un común denominador regional que precede al populismo: una idea de republicanismo, que pone en el centro político los derechos sociales e ideas de bien común (que muchas veces pueden ser al mismo tiempo inclusivas y autoritarias) por sobre ideas de libertad individual y derechos de propiedad privada que caracterizan al liberalismo en su versión norteamericana”.
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Se lo evocará mostrando una edición de bolsillo de la Constitución bolivariana, bailando, abrazando a sus pares, pronunciando palabras conmovedoras frente al féretro de Kirchner. El cronista se lleva en la memoria un acto realizado en Ferro, en contrapunto con la presencia de George W. Bush en Uruguay. Este escriba corría contra el cierre. El discurso se rizaba y era imposible saber cuándo llegaba a su fin. La razón profesional del cronista le ordenaba partir, para darle al teclado. Su corazón lo clavaba ahí. Le era imposible, como a muchos millones de latinoamericanos, no quererlo y disfrutar de su palabra.
Que no era hueca, además. Esa vez describió a “Cristina y Néstor” como “mis hermanos porque somos hijos de la misma crisis”, una frase tan afectuosa como precisa. Y agregó que creía más en los procesos históricos que en los hombres providenciales. Que si Bolívar hubiera muerto de disentería en la infancia o si San Martín no hubiera regresado de España, la independencia de sus países hubiera llegado igual. Tratemos de combinar, a pluma alzada, las dos afirmaciones. El determinismo absoluto no existe, las condiciones propicias sí.
La sincronía de gobiernos de matriz popular, críticos de los desvaríos y de la entrega noventista, es consecuencia de un marco general: el fracaso del neoconservadorismo. En cuanto a lo de los dirigentes providenciales, acaso no existan, estrictamente. Y por cierto de nada sirven si no “embocan” el momento histórico en que les toca vivir. Pero hay protagonistas que llegan al tope de las posibilidades disponibles. Que saben interpelar a sus pueblos y articular alianzas como pocos o nadie. Chávez fue uno de ellos, en ese sentido es irremplazable. En todo lo demás, se abren todos los enigmas acerca de cómo se suple, en pleno proceso de cambio, a un jefe carismático consagrado merced a sus acciones rompiendo la tradición y reformando a fondo las instituciones. Instituciones y tradición marchitas y estériles, por si hace falta resaltarlo.
Entre tanto, seguramente sin mayor originalidad, pero presumiendo que en sintonía con los lectores de este diario, el cronista llora a su modo la pérdida de un compañero y de un referente.
mwainfeld@pagina12.com.ar
Demonizado por Occidente
Por Eduardo Febbro
Desde París
¿Qué harán ahora que su contrincante más severo se llevó las palabras? Occidente perdió un paladín inimitable, un antagonista sin igual que a lo largo de sus años en el poder desnudó todas las hipocresías con las cuales las democracias occidentales asientan su legitimidad. Demonizado por la prensa, ridiculizado hasta poner en ridículo a quienes se mofaban de él, Hugo Chávez ha sido el espejo invertido con el cual las almas bien pensantes de Occidente armaban su propia imagen de demócratas honestos. Así, el fallecido presidente venezolano era el malo de la película porque, en sus días finales, ofreció una alternativa al líder de la revolución libia, Muammar Khadafi. Y, sin embargo, quienes llevaban varias décadas haciendo negocios petroleros con el pintoresco coronel eran los mismos que criticaban a Chávez. Con Irán pasó lo mismo: cada vez que el mandatario venezolano recibía al presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, las columnas de la prensa occidental y los teleeditorialistas afilaban sus cuchillos sobre el cuello de Chávez. Sin embargo, las compañías petroleras de los países de donde esos periodistas eran oriundos explotaban los pozos petroleros iraníes. Doble conducta, doble moral. Condena en sentido único.
Hugo Chávez encarnó para los moralistas de Occidente el perfil perfecto “del nuevo déspota su-damericano”. Todo lo que pensaban de malo del sur del mundo se concentraba en él: era al certificado de que ellos “son mejores”. Cuando se dio la batalla por la nueva Constitución venezolana, los comentarios subieron de tono denunciando las intenciones de presidencia perpetua. Y, sin embargo, cada mes, el presidente francés de turno recibe en su palacio a los auténticos déspotas del planeta: los dirigentes árabes o africanos que llevaban décadas sangrando a sus pueblos y comprando al mismo tiempo lujosas mansiones en París y perfumes por toneladas. Para no ir demasiado lejos en las comparaciones, el ex presidente francés Nicolas Sarkozy invitó a los desfiles militares del 14 de julio (día en que se conmemora la Revolución Francesa) al presidente sirio Bashar el Assad. Su presencia en un acto que conmemora el fin de la tiranía monárquica y, por consiguiente, el nacimiento de la democracia suscitó una fuerte controversia, pero nada más. Chávez, en cambio, despertaba una suerte de sonrisa condescendiente, una sorna maligna y, enseguida, el devastador epíteto de tirano, déspota, dictador, etc., etc. Pero entre el clan Bashar el Assad y Hugo Chávez mediaba una gigantesca letanía de muertos y arrestados, una mordaza de acero sobre una sociedad prisionera de un sistema criminal. La diferencia parece ser geopolítica y comercial: cuanto más peso comercial y geopolítico tiene un país, menos se prestan a la broma o a la falta de respeto sus presidentes.
Ahora hay un adversario menos para hacer alabanzas en el espejo. La vida se llevó a un jefe de Estado controvertido, al verbo implacable que ponía en evidencia las contradicciones moralistas de quienes gobiernan el mundo según el patrón de sus modelos. A falta de militares golpistas y de dictadores tan asesinos como extravagantes, Chávez llenó el espacio imaginario con el cual Occidente se piensa bien y piensa mal a casi todo el resto del planeta. Chávez era el modelo ideal de la singularidad latinoamericana. Pero sólo para la horda de ignorantes que seguían viendo a América latina con el tamiz de un pasado superado. Los procesos de transformación, la confrontación real con ciertos muros ultraliberales, los progresos sociales, todo eso queda sepultado por la potencia contradictoria de los personajes que llevan adelante los cambios con todas las ambivalencias y excesos de los destinos humanos. Ha habido excepciones. Jean Luc Mélenchon, el fiel líder del Frente de Izquierda, escribió en Twitter “lo que Chávez es no muere nunca”. Su lealtad a Chávez le valió también a Mélenchon incontables burlas y zancadillas. También en un tuit de reacción, la ministra francesa de Justicia, Christiane Taubira, evocó “el corazón roto” del pueblo de Venezuela y los temores de ese pueblo por el “retorno audaz de las injusticias y las exclusiones”. Recuerdo aún la incomodidad con la cual, en el curso de una entrevista, el líder griego de la izquierda radical, Alexis Tsipras, trató de evitar responder si Chávez era un modelo para él. Los plumíferos de sillón se quedaron sin la figura del mal. Tendrán que buscar a otro para ocultar sus propias limitaciones.
Más grande que lo posible
Por Mario Wainfeld
Si hay un lugar común pavote y mediocre es hablar de (o esperar) un veredicto de la Historia sobre los líderes o grandes dirigentes. No existe ese tribunal impersonal (ejem), “independiente”. Los que van juzgando son los pueblos, portadores y defensores de intereses. El presidente Hugo Chávez se fue glorificado en las urnas por su pueblo, revalidado en numerosas ocasiones, repuesto en su lugar por movilizaciones masivas tras el nefasto golpe de 2002. La última elección fue una más (porque ratificó una tendencia) y fue única porque se produjo en medio de su enfermedad: quedó como el pronunciamiento final y tajante. Lo que Chávez fue para Venezuela lo plebiscitaron sus compatriotas. Los números y la recurrencia hablan solos, poco hay que agregar.
Tenía un gran manejo mediático e histriónico... Lo que concretó es bien tangible. Es difícil mensurar la proporción internacional de Chávez sin puntualizar que Venezuela no es una potencia económica ni militar. Que jamás un presidente de ese país fue tan conocido, amado u odiado, funcionando como referencia en esta América y en el mundo. Hay que saber mucha política, tener mucho don de mando y capacidad de negociación para conseguir tanto con una “base material” tan acotada.
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En la región fue un líder formidable y constructivo. Central para un nuevo diseño del Mercosur, que aglutinó a los tres países con mayor PBI. Determinante para el “No al ALCA”, que sepultó una propuesta política norteamericana en la Cumbre de Mar del Plata.
El hombre, claro, supo aliarse. Primero que nada, con Argentina y Brasil. La narrativa dominante sobre esta etapa se saltea la conjunción entre los dos países más relevantes de América del Sur, durante las presidencias de Lula da Silva, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff. La unión estratégica es un eje de la época, que en estas pampas se subestima o se niega para demostrar que lo de Brasil es formidable y lo nuestro un engendro. La sincronía en tantas medidas, la articulación y comunicación permanentes refutan esa lectura perezosa.
Chávez captó ese cuadro de situación y supo jugar dentro de él. Un ejemplo redondo fue la mentada Cumbre de Mar del Plata, donde aceptó (divertido, desde ya) hacer de chico malo cuando Kirchner y Lula se lo pedían o manejar la extensión de sus discursos para dilatar o acortar una reunión. El saldo fue el rechazo a una tremenda iniciativa imperial, conseguido a pulso.
Otro logro, chocante con la caricatura que dibuja la derecha, es cuán importante fue Chávez para la sostenida paz en la región. Y para el firme rechazo conjunto a la violencia norteamericana en Medio Oriente o la instalación de un centro de detención y tortura en Guantánamo. Entre tanto “el concierto de las naciones” acompañaba, hacía de comparsa o, en el mejor de los casos, miraba para otro lado.
Se habla de un bravucón (que podía serlo de palabra, si venía al caso), pero fue un pilar en tiempos de trabajosa integración regional, connotada por la ausencia de conflictos bélicos relevantes.
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A la hora de la hora, el orador impenitente sabía escuchar. Aceptó, a instancias especialmente de Kirchner, someterse al referéndum revocatorio: una elección a todo o nada durante un mandato vigente, algo que casi no existe en ninguna Constitución del mundo. Debía descomprimir la tensión interna. El mejor camino eran las urnas. Supo entender, le sobró cuero para jugarse. Y ganar, esa arte tan esquiva para varios republicanos de opereta que sólo convocan minorías.
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Venezuela, como tantos países, se benefició con el alza sideral del petróleo. No hay datos de otras naciones que, sin ser potencias y arrastrando necesidades importantes, usara esa riqueza para trabar relación con otros menos afortunados, para ayudarlos. De nuevo, abundan traducciones esquemáticas, provenientes de aquellos que no registran los cambios históricos y usan siempre las mismas categorías. El ladrón cree que todos son de su condición; el imperialista, también. Por eso subestiman o encasillan mal lo que concretó Chávez trasfundiendo petróleo a precio de regalo a aliados vecinos: Nicaragua o Cuba son los más característicos. O hasta ideológicos: llegó a vender nafta barata para abaratar el bus de Londres cuando lo gobernaba Ken Livingstone, un cuadro izquierdista apodado “el alcalde rojo”.
Venezuela no se constituyó en una metrópoli sino en una peculiar variación de aliado. El ejemplo de Cuba es el más complejo y evidente. Iba dinero a Cuba, desembarcaban médicos y maestros cubanos en Venezuela, se formaban médicos de toda la región en La Habana con financiamiento venezolano. ¿Había pujas por ver quién “conducía” a quién en esta relación o en la que lo ligó con Brasil y Argentina? Seguro que la hubo, siempre está presente entre aliados o compañeros de ruta. Pero no se plasmó en la relación imperio-colonia.
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Citaba a Bolívar, a Tupac Amaru, a Fidel, a Mariano Moreno, a Dorrego, a San Martín, a Salvador Allende... Ninguno de los presidentes argentinos de los últimos años evoca tanto al ex presidente Juan Domingo Perón en sus modos retóricos ni lo cita tanto en sus discursos. Era un autodidacta ávido y se
aggiornaba continuamente, vaya a saberse en qué momentos o ratos libres. Regalarle al presidente Barack Obama Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, fue un gesto ingenioso, pleno de simbolismo. Conocía la historia de nuestro país mejor que la mayor parte de los dirigentes argentinos actuales. Alguna vez se enzarzó con Cristina en una charla sobre el revisionista Jorge Abelardo Ramos, lo tenía en su biblioteca.
Sus discursos eran largos, seguramente caribeños, podían albergar un tramo musical cantado a voz en cuello o un gesto teatral, como cuando se sacudió el azufre dejado por George Bush en las Naciones Unidas. Pero distaban mucho de la parodia, al contrario, eran ejemplo de comunicación de masas. Conjugaban la lógica de la retórica dirigida a pueblos y militantes: síntesis histórica, semblanza y glorificación de los próceres. Nadie se iba sin tener una pintura de lo que quiso expresar, sin un par de consignas, de mensajes para trasmitir a sus compañeros o en sus barrios.
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Cuando el rey de España le espetó “por qué no te callas” sinceró una verdad honda, que trascendía la levedad de la anécdota. En el centro del mundo querían acallarlo, anularlo. No porque fuera exagerado y ruidoso, sino por lo que decía y representaba. Lo aborrecieron en Estados Unidos y en la Europa central. No odian a los dictadores: auparon a muchos. No odian la violencia que ellos ejercieron en Irak o Afganistán. Odian el desafío político e ideológico que le propuso nuestro Sur, en una era de relativa independencia y autonomía, sin un ápice de olor a pólvora.
El cronista le debe al periodista y ensayista Ernesto Semán esta caracterización del antagonismo ideológico, que tiene más de cien años y reflorece vital en el siglo XXI: “Chávez capturó como pocos un común denominador regional que precede al populismo: una idea de republicanismo, que pone en el centro político los derechos sociales e ideas de bien común (que muchas veces pueden ser al mismo tiempo inclusivas y autoritarias) por sobre ideas de libertad individual y derechos de propiedad privada que caracterizan al liberalismo en su versión norteamericana”.
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Se lo evocará mostrando una edición de bolsillo de la Constitución bolivariana, bailando, abrazando a sus pares, pronunciando palabras conmovedoras frente al féretro de Kirchner. El cronista se lleva en la memoria un acto realizado en Ferro, en contrapunto con la presencia de George W. Bush en Uruguay. Este escriba corría contra el cierre. El discurso se rizaba y era imposible saber cuándo llegaba a su fin. La razón profesional del cronista le ordenaba partir, para darle al teclado. Su corazón lo clavaba ahí. Le era imposible, como a muchos millones de latinoamericanos, no quererlo y disfrutar de su palabra.
Que no era hueca, además. Esa vez describió a “Cristina y Néstor” como “mis hermanos porque somos hijos de la misma crisis”, una frase tan afectuosa como precisa. Y agregó que creía más en los procesos históricos que en los hombres providenciales. Que si Bolívar hubiera muerto de disentería en la infancia o si San Martín no hubiera regresado de España, la independencia de sus países hubiera llegado igual. Tratemos de combinar, a pluma alzada, las dos afirmaciones. El determinismo absoluto no existe, las condiciones propicias sí.
La sincronía de gobiernos de matriz popular, críticos de los desvaríos y de la entrega noventista, es consecuencia de un marco general: el fracaso del neoconservadorismo. En cuanto a lo de los dirigentes providenciales, acaso no existan, estrictamente. Y por cierto de nada sirven si no “embocan” el momento histórico en que les toca vivir. Pero hay protagonistas que llegan al tope de las posibilidades disponibles. Que saben interpelar a sus pueblos y articular alianzas como pocos o nadie. Chávez fue uno de ellos, en ese sentido es irremplazable. En todo lo demás, se abren todos los enigmas acerca de cómo se suple, en pleno proceso de cambio, a un jefe carismático consagrado merced a sus acciones rompiendo la tradición y reformando a fondo las instituciones. Instituciones y tradición marchitas y estériles, por si hace falta resaltarlo.
Entre tanto, seguramente sin mayor originalidad, pero presumiendo que en sintonía con los lectores de este diario, el cronista llora a su modo la pérdida de un compañero y de un referente.
mwainfeld@pagina12.com.ar
Las políticas de Hugo Chávez que lo hicieron un mandatario distinto
Durante los últimos 14 años, el presidente fallecido llevó adelante una verdadera transformación del país a través de una intervención inédita en la economía. INFOnews hace un repaso de las principales medidas tomadas en esta década y media.
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INFOnews
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