martes, 12 de marzo de 2013

LOS CÁLCULOS MENORES DE LA OPO ARGENTINA


La muerte de un líder y las miserias políticas

La desaparición de Chávez marcó a la política argentina. A diestra y siniestra hubo definiciones y silencios.

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Al igual que en vida, la muerte de Hugo Chávez fue una divisoria de aguas en la política regional en general y en la Argentina en particular. Es difícil encontrar otro líder cuya desaparición haya generado semejante revulsivo a las estructuras políticas de América Latina.
No hay términos medios, se lo llora con la misma pasión con la que se celebra (si leyó bien, se celebra) su muerte. Si a esta altura le resultare difícil definir al lector dónde pararse, no queda más que mirar la interminable fila de kilómetros de gente de carne y hueso que se aprieta en el sol caraqueño para despedirlo.
Se acaban allí los análisis de los politólogos, los cuestionamientos de los puristas y las críticas se desintegran bajo el peso de esa marea humana que hizo propia la figura de Chávez. La obra del líder bolivariano es imposible de contener en apenas unas líneas, tanto como imposible es coincidir sin cortapisas con todas las decisiones de un líder.
Que se entienda bien: no es que no haya críticas válidas a su gestión. Las hay. Pero ahí está su pueblo que lo venera y que es mayoría. Una mayoría republicana y democrática que respondió a cada beneficio social con un respaldo creciente.
Quienes esperaron horas para el último adiós sabían, con amplia conciencia militante, que estaban allí para un acto político de profunda devoción antes que para participar de los funerales de un presidente.
En la política argentina la partida de Chávez generó palabras, algunas desafortunadas, pero también silencios que tienen mucho para decir.
La presidenta Cristina Fernández viajó a Venezuela en condición de amiga de Chávez. Su relato en primera persona del funeral cargado de emoción, así lo demostró. Lejos de la especulación política, fue a despedir a un amigo propio y de la Argentina.
Sin embargo, fueron muchos los que buscaron meter el féretro en la discusión electoral que se avecina.
Se sabe que hay una línea argumental en la política argentina que parte de dos axiomas de difícil confirmación. El primero sostienen que Venezuela es el peor país de la región. El segundo, vinculado a aquel, que el kirchnerismo quiere imitar el modelo chavista.
Mauricio Macri no dudó un instante en recorrer con prolijidad ese libreto. Feliz por la reapertura de la línea A del subte –con evacuación de pasajeros por los túneles incluida– el alcalde hizo público su deseo de que la Argentina no copie nada, ni una sola de las políticas venezolanas.
Es imposible sorprenderse con esa postura de Macri. Es conocida su pública admiración por el Partido Popular español y su primer ministro Mariano Rajoy que conduce hoy uno de los programas de ajuste con consecuencias sociales más duros de la historia europea.
Uno de los ejes centrales de la política chavista es el plan de viviendas populares. Son unidades de unos 100 metros, totalmente equipadas, con plasma incluido. Los desheredados acceden a ellas de manera gratuita. Eso a Macri no le gusta, es populismo –lo define–, prebendas a cambios de votos.
Rajoy también tiene su política de viviendas. Permite que los bancos les saquen sus casas a los españoles, mientras le siguen cobrando una cuota por una hipoteca que ya no existe. No parece haber allí un problema para el alcalde. Son las reglas del mercado, arguye.
Después del subte, Macri matizó la semana con su visita a Expoagro, la muestra del campo organizada por La Nación y Clarín. Invitado por Claudio Escribano (el mismo que buscó imponerle a Néstor Kirchner un decálogo de condiciones apenas asumido su mandato), el alcalde compartió mesa y asado con Roberto Lavagna y Gerónimo Venegas.
El ex ministro de Economía busca ser candidato a senador porteño por una alianza entre el peronismo disidente y el PRO. La movida implicaría desplazar (una vez más) a Gabriela Michetti al segundo lugar en la lista de postulantes a senador porteño. Para el macrismo es un desafío, porque podría construir un adversario interno para las elecciones presidenciales. Para Lavagna, una cabriola política difícil de defender.
Es imposible no encontrar similitudes con aquella cena, dos años atrás, en la casa de Héctor Magnetto, en la que el propio Macri y otros referentes de la oposición fueron convocados para definir el candidato para los comicios de 2011. Este almuerzo, en un lugar público también busca construir un candidato que responda a los intereses de quienes pusieron la mesa.
En la otra punta del espinel, la izquierda argentina más cerrada lo consideraba a Chávez un tibio que hacía negocios con los Estados Unidos y que nunca rompió con la estructura económica capitalista en Venezuela. Como siempre, hacen planteos dilemáticos a todo o nada, pero parece no inquietarlos un interrogante crucial: ¿Cómo hizo Chávez para construir un movimiento de masas de proporciones hablando de socialismo, cuando a la izquierda cerril nacional le alcanza con un ascensor para hacer sus congresos partidarios?
También el radicalismo reafirmó su tradición histórica: No se definió. El masivo silencio de los dirigentes radicales es también una posición política. Al menos comprendieron que es difícil para un político profesional de un partido que tiene tradiciones populares como la UCR, saltar a la yugular de un líder de masas.
A Hermes Binner le faltó esa lucidez y se lanzó al vació sin paracaídas. El máximo referente del socialismo nacional afirmó que si fuera venezolano hubiera votado a Henrique Capriles, máxima expresión electoral antichavista y representante de los sectores más concentrados de aquel país. El cimbronazo excedió largamente los límites de la provincia de Santa Fe, para cuyo electorado pareció fabricada la respuesta, y sacudió la estructura del Frente Amplio Progresista.
Varios marcaron la contradicción del líder socialista públicamente. Muchos otros expresaron su rechazo en privado, pero prefirieron no profundizar la crisis en el año electoral. El silencio le hubiera evitado al ex gobernador de Santa Fe el mal trago, pero eligió en cambio terciar en la política mediática, ahí donde Chávez es un dictador (el que más veces se presentó a elecciones democráticas), que atenta contra la libertad de expresión. En el trasfondo, claro, aparece también la relación de Venezuela con Irán y el Memorándum de Entendimiento por el atentado a la AMIA.
Hasta el ex presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter avaló el proceso electoral de Venezuela. Dejando de lado a Cuba o la experiencia del Chile de Salvador Allende, el bolivariano es entonces el único país de Latinoamérica en el que el socialismo, en este caso del Siglo XXI, se impuso por el voto popular. Pero el líder de los socialistas argentinos prefiere a la derecha venezolana para no perder el voto de un sector de la clase media argentina.
Cálculos menores todos. Alquimias electorales que pierden sus efectos cuando se puede ver con tanta claridad dónde se paran los pueblos. Y el de Venezuela, y el de la América Latina, hizo fila esta semana mayoritariamente, con la angustia en la garganta y el puño convencido en alto, para despedir a un líder.

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