Setenta y dos horas son pocas para descifrarlo: su mirada conservadora y las especulaciones de los opositores.
A Daniel Santoro, el artista plástico, que me puso en la pista de Los Embajadores
El jesuita Jorge Bergoglio proviene del peronismo ortodoxo, apadrinó un título honoris causa al genocida Massera, detesta el matrimonio igualitario y no simpatiza con el kirchnerismo, pero piensa igual que Cristina Kirchner en temas como el aborto, Malvinas, el liberalismo económico y las drogas. En suma, decir que el flamante Papa Francisco es una figura controversial sería, de mínima, la única certeza objetiva por fuera de las interpretaciones posibles y necesarias que surgen de su sorpresiva designación. Mirado con ojos argentinos, el nuevo Pontífice sería algo así como un significante vacío que se completa de sentido según quién y desde qué lugar se lo observe. Como la "baguette sepia" del cuadro Los Embajadores, del alemán Hans Holbein (ver ilustración adjunta), donde puede advertirse una figura que emerge de su parte inferior, y que tiene la forma de un pan o un hueso largo. Durante cuatro siglos, eso fue lo que cada uno quiso que fuera, hasta que un historiador del arte, Jurgis Baltrusaitis, acercando una cuchara sopera descubrió por el reflejo inverso que, en realidad, se trataba de una calavera, bastante fea, por cierto. Al parecer, Holbein es traducible como "hueso hueco", que es la manera en la que también se denomina al cráneo humano en Alemania. Sería entonces la vanidad del artista, por encima de los protagonistas de la obra, lo que allí quedó registrado como incógnita. Como una firma extravagante, disimulada en el portento del cuadro. Pero ese descubrimiento, en lenguaje geométrico, es la anamorfosis, una deformación reversible que sólo adquiere sentido concreto cuando se la ve desde la perspectiva adecuada, cuestión que llevada a la órbita del psicoanálisis produce algo parecido a la euforia entre los lacanianos. Para hacerlo simple: en el Fútbol Para Todos hay publicidades junto a los arcos que, vistas desde el lugar de los protagonistas y los hinchas de la popular, son un manchón colorido que no dice nada, pero para el televidente, son llamativas publicidades –prueben comprobarlo hoy a la tarde, ahora que los goles todavía siguen siendo gratis–.Si llevó cuatro siglos descubrir la pista megalómana de Holbein, 72 horas son pocas para descifrar al verdadero Papa Francisco y sus intenciones futuras. Visto con la cuchara sopera de una parte del bloque progresista del kirchnerismo, por ejemplo, su nombramiento representa una amenaza. Por eso vivió la noticia de su designación con estupor. Lo que hizo o dejó de hacer Bergoglio en relación a las desapariciones en mayo de 1976 de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, en un contexto de nula autocrítica pública por la complicidad clerical con el genocidio, es un antecedente pesado, indigesto, para un sector del movimiento de Derechos Humanos que apoya las políticas de Memoria, Verdad y Justicia del gobierno. La autoría del término "crispación" para criticar el estilo frontal del oficialismo, sus nada elípticas asociaciones de la gestión a la corrupción y el acompañamiento espiritual a opositores como Duhalde, Macri o Elisa Carrió, desdibujaron casi por completo el tibio apoyo que pudo haber dado el ahora Papa a la Ley de Medios, su inaudible y tardío llamado a que los represores acudan a la justicia y aporten datos sobre los nietos desaparecidos o la satisfacción pastoral por la Asignación Universal por Hijo, todas ellas banderas simbólicas constitutivas del imaginario kirchnerista. Sin dejar de apuntar que en temas como la interrupción del embarazo, la homosexualidad y el matrimonio igualitario, Bergoglio fue tan reaccionario como el ala inquisidora de la Iglesia Católica. El periodista Horacio Verbitsky, desde Página/12, tradujo este rechazo, lo puso en palabras inteligentes: "Su pasada militancia en Guardia de Hierro, el discurso populista que no ha olvidado, y con el que podría incluso adoptar causas históricas como la de las Malvinas, lo habilitan a disputar la orientación de ese proceso, para apostrofar a los explotadores y predicar mansedumbre a los explotados." De este bloque, Hebe de Bonafini, a través de un comunicado, con un lacónico "amén", evitó profundizar la disputa, y vale aclarar que ni Alicia Oliveira, ni el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, ni Clelia Luro –la viuda del obispo Jerónimo Podestá–, dieron crédito a las acusaciones, por las cuales Bergoglio ha sido citado como testigo en la justicia, pero no llegó a ser imputado, algo que reconoce incluso el abogado Luis Zamora, querellante de la familia Yorio.
¿Se convertirá Bergoglio en el Karol Wojtyla de este tiempo y de esta parte del mundo? ¿Será el sepulturero del proceso político emancipador que vive la Argentina y la región, como lo fue Juan Pablo II del "socialismo real" para garantizar el triunfo del capitalismo globalizado en los '90? Wojtyla recuperó un discurso cristiano-populista no exento de macartismo para sus objetivos políticos y pastorales. Conviene estar alerta. La advertencia descansa en la siguiente analogía: Juan Pablo II fue el Sumo Pontífice del Consenso de Washington que acabó con el comunismo; cuidado porque Francisco podría ser el que viene a desterrar las ideas populistas de izquierda predominantes en los gobiernos de América Latina y restaurar el "orden natural" de las cosas. No por sencilla, esta prevención es mentirosa. Es tributaria de una caracterización del personaje, de la institución que representa y de la experiencia histórica. Bergoglio, el Papa Francisco, el Santo Padre que vive en Roma, podría expresar un peligro, puesto que vendría a disputar, con la ayuda de la religión y su potencia en la hegemonía cultural y espiritual del continente –dicho en términos gramscianos–, el corazón y la mente de las masas que en todos estos años vienen apoyando a los Kirchner, a los Lula, los Chávez, los Maduro, a Dilma, Correa, Mujica, Castro, Evo, Ortega y todos los liderazgos populares que defienden una democracia inclusiva, que confronta con las corporaciones y los poderes internacionales.
La cuchara del peronismo clásico que también existe dentro del dispositivo kirchnerista permite verlo de otra manera. Julián Domínguez entró eufórico a la Cámara de Diputados el miércoles 13, al grito de "Tenemos Papa y es argentino". Parte de la bancada del FPV quedó de brazos cruzados y la oposición festejó como si el mensaje hubiera sido: "Dios eligió un vocero antikirchnerista." Es interesante advertir que dentro del kirchnerismo conviven dos culturas, que aprecian la política, el mundo y la religión de modo diferente, sin por eso declararse enemigas. Cuando se habla del kirchnerismo como un todo homogéneo, se olvida mencionar los matices que aportan tradiciones populares que no son las mismas, pero que anteponen las muchas coincidencias a sus innegables diferencias. Allí radica buena parte de su potencia, que condena a los opositores la mayoría de las veces a ser espectadores de mayorías que se unen en una elástica diversidad, sin resignar perfiles ni propósitos. Pero volviendo a este sector del kirchnerismo, su lectura es que por primera vez en la historia hay un Papa latinoamericano, no europeo, de indudable prosapia peronista ortodoxa, que es el menos conservador de una serie de obispos y cardenales que están casi en la ultraderecha, como Aguer o el mismísimo Ratzinger, y que es dueño de una sensibilidad popular que podría acercarlo a la opción preferencial por los pobres, a Juan XXIII y al Concilio Vaticano II, al menos, en apariencia. Cuando Nicolás Maduro, Rafael Correa y Leonardo Boff (referente de la Teología de la Liberación) saludan al nuevo Papa como un signo del cambio de época, este grupo se siente de alguna manera reafirmado en sus convicciones. Como si privilegiara la esperanza celestial a la desconfianza humana. Hablamos de una corriente peronista que no está peleada con las visiones progresistas, de hecho, las incluye en sus decisiones, pero que es indudablemente mucho más pragmática y porosa a la espiritualidad popular. Que puede votar el matrimonio igualitario y ponerse contenta con el éxito de Francisco, que lo combatió con una semántica antediluviana. Decir pragmática es insuficiente. Es, por conformación ideológica, de un oportuno realismo: las cosas son, buenas o malas, según convengan o no al proceso político general de construcción de mayorías en una circunstancia determinada. Apenas conocida la noticia, son los que salieron a explicar por lo bajo que una cosa es Bergoglio como obispo metropolitano, y otra como Papa, representante de 1200 millones de fieles en el mundo. Tercia, en este caso, una mirada estatalista con proyección diplomática, de la que el ala progresista a veces no se hace cargo. Cuando Cristina Kirchner saludó desde Tecnópolis la asunción del nuevo
Pontífice, diciendo que estaba muy contenta, que le deseaba lo mejor y, a la vez, marcándole la cancha en términos ideológicos, lo hizo pensando cómo piensa una estadista. Si Bergoglio hecho Papa levanta su voz contra el colonialismo inglés, el liberalismo económico y a favor de un nuevo orden económico internacional que contemple los derechos de la pobreza periférica podría ser un aliado clave para la Argentina y la región en la escena global. Cristina obró con cautela, no con estupor progresista, porque tiene una cuchara propia, de cuño peronista, para ver las cosas e interpretar aquello que realmente asoma bajo una verdad aparentemente sólida. ¿Es Francisco, entonces, un kirchnerista potencial? Nada de eso: como en la "baguette sepia" de Los Embajadores, eso que se ve es algo hueco que se llenará de sentido según el intérprete y sus circunstancias, si se usa la cuchara del pasado o la del futuro. Si la primera visita del Papa es a la Argentina, llena con un millón de fieles o más la 9 de Julio y en su discurso habla contra la "crispación", vuelve a mencionar la "reconciliación" con los represores y fustiga el matrimonio igualitario y el populismo, todo este sector peronista del kirchnerismo le recordará que los bombardeos a Plaza de Mayo del ’55 se hicieron desde aeronaves que tenían pintada la consigna "Cristo Vence", y adoptará la retórica principista del bloque progresista y la más combativa del peronismo de la resistencia. Estaríamos ante una paradoja histórica: un Papa peronista que le hace el juego a los gorilas y caceroleros que quieren tumbar a un gobierno popular, de origen democrático y raíz peronista. Pero eso todavía no pasó. Ahora Bergoglio está en el Vaticano, con problemas muy serios, como la pedofilia de algunos colegas, un Papa emérito a la par que como Reutemann vio algo que no le gustó y decidió marcharse, y el divino clearing bancario en rojo infernal, como para ocuparse de asuntos políticos de comarca que suceden en el fin del mundo. Su realidad ya no es la del microcentro porteño, sino la del universo católico, que es algo mucho más grande. La otra cuchara es la opositora. Si la arrima a Francisco, es verdad, no le aparece una calavera. Surge un Wojtyla, como mínimo. La alegría de sus referentes, desde Pino Solanas, Carrió, Stolbizer, Binner, Macri, De Narváez, Michetti, Moyano y el peronismo disidente del peronismo es, por estas horas, inmensa. Suponen que a Cristina le salió un Papa tan opositor como ellos, que con furia inquisitorial pondrá en orden a la Argentina K, y en ese orden ideal, los que vuelven al gobierno son ellos. Creen, sinceramente, que comenzó un cambio de ciclo. Una de las profecías de Carrió, al fin de cuentas, se cumplió: Bergoglio ocupa el sillón de Pedro. También el día de la investidura papal salieron el 40 (El Cura) y el 88 (El Papa) en la quiniela, y hasta los últimos cuatro números del carnet de socio de San Lorenzo del ahora Pontífice. Una golondrina no hace verano, pero entusiasma a los que están hartos del frío. Y la oposición vive, desde hace tiempo, esperando que un espejismo deje de serlo, como quien espera salir, precisamente, de los rigores invernales. Hay que decirlo: sus ganas tienen, esta vez, de dónde aferrarse. Si Francisco es Wojtyla, la trabajosa, artesanal y, a veces, voluntarista construcción político-cultural del kirchnerismo que avanzó 40 centímetros de un metro y medio por la disputa de sentido contra los monopolios y la mirada empresariocéntrica de las élites locales e internacionales que colonizan buena parte de la subjetividad de nuestra sociedad, entrará en un cono de incertidumbre y turbulencia. Volvamos a un escenario ya escrito: un Bergoglio que hable contra los populismos, que contribuya a la estigmatización del cambio democrático como hace Héctor Magnetto desde su diario, que advierta sobre la intervención del Estado con gramática afín a los sectores conservadores, que aliente el aislamiento internacional de la Argentina, que apunte contra la participación popular en la cosa pública con el sayo del clientelismo, que descubra la bondad de "la libertad de empresa", es decir, que propale a su rebaño cautivo de 1200 millones de fieles las mismas cosas que escribe Joaquín Morales Solá en La Nación cada domingo, lo convertiría en una especie de padre espiritual del antikirchnerismo. Esa prédica crearía condiciones que hoy no están dadas, o que fueron puestas en crisis por el oficialismo gobernante y con éxito durante una década, con el apoyo masivo de la sociedad. La oposición espera un milagro, es cierto. Pero tener al Papa de su lado sería como haberse ganado al proveedor oficial de los imposibles. La pregunta final es qué tiene Francisco para ofrecernos, detrás de lo que ve cada uno de los grupos que pretenden, suponen e interpretan algo, malo o bueno, de su cuadro. Cuál de todas las cucharas tendrá la virtud del utensilio de Baltrusaitis para reflejar la verdad de su esencia en un futuro que comenzó hace 72 horas. Para saber si debajo del cuadro de Bergoglio asoma una calavera como pronóstico de infortunio o un pan con que alimentar a los millones que vivimos entre el pesimismo y la esperanza.
El futuro todavía no está escrito.
Que Dios nos ayude a aprovecharlo.
http://www.infonews.com/2013/03/17/politica-65775-el-nuevo-papa--es-un-cuadro-bergoglio-nuevo-papa.php
El Vaticano vs. el Estado Nación
Los presidentes que se enfrentaron a la Iglesia, el "ejército" del clero y los problemas del Vaticano.
Para bien y/o para mal Jorge Mario Bergoglio ya no es Jorge Mario Bergoglio. Ahora es Francisco, el primer Papa latinoamericano de la Iglesia Católica. Y desde un punto de vista futbolero, que sea argentino es motivo de orgullo para millones y millones de compatriotas –la mayoría de ellos católicos muy humildes de las villas, del Conurbano Bonaerense y de la profundidad de las provincias–, es motivo de esperanza y de alegría. También lo es, claro, para aquellos que desfilaron su odio el 8 de noviembre pasado y forman lo que se conoce como la derecha de este país –no me refiero a todos los que marcharon ese día sino solamente a los que destilaron su desprecio contra el gobierno, contra los pobres que reciben planes sociales (pero ellos se sienten encantados de donar a Cáritas para poder ser cristianos piadosos)–.
La religiosidad –cosa difícil de entender para muchos– atraviesa todas las clases sociales y las identidades políticas, excepto para los marxistas y los hombres de negocios que tienen otras religiones. Puede haber socialistas católicos, liberales, radicales, nacionalistas de izquierda y de derecha, fascistas, indoamericanistas, militares, liberales prerorianos, peronistas de todos los colores. Pero, además, la Iglesia Católica destina para ellos un lugar de aceptación y contención. Porque absolutamente todos estamos atravesados por la ética cristiana. Cuando proclamamos la igualdad y la solidaridad, estamos proclamando valores cristianos, cuando nos casamos, cuando nos enamoramos, cuando nos sentamos a la mesa de nuestros padres, cuando realizamos los domingos la "misa" con toda la familia unida y compartimos el asado y el vino estamos siendo cristianos. La mayoría de los argentinos, el 76 por ciento según las últimas encuestas, es cristiano, de los cuales dos tercios no practican. Sin embargo, están atravesados por la ética cristiana. Incluso el 24 por ciento restante, simplemente por haber nacido en un país que sostiene el culto católico, está embebido por alguna u otra lógica cristiana.
Podrán decirme que no es lo mismo cristiandad que catolicismo, y es cierto en términos estrictos. Pero en términos simbólicos, la vieja dominación y la hegemonía actual de la Iglesia Católica nos hace relacionar al cristianismo con un tipo de sotana negra repartiendo ostiazos a siniestra y siniestra desde el púlpito y ostias en la boca delante del altar, allí sí a diestra y siniestra (la foto de Jorge Rafael Videla comulgando lo demuestra).
Contrariamente al pensamiento del tradicionalismo argentino que afirma que la construcción de la nación ha ido siempre emparentada a la religión católica, lo cierto es que el contenido republicano de la Revolución de Mayo ha iniciado un arduo combate entre la tradición secular y los intentos de confesionalizar el Estado argentino.
Bernardino Rivadavia, por ejemplo, fue uno de los primeros en enfrentarse a la curia. Una de sus principales medidas fue la Reforma Eclesiástica, que le trajo más de un dolor de cabeza al gobierno. Sancionada el 21 de diciembre de 1822, establecía la libertad de conciencia –exigencia de los ciudadanos ingleses–, la secularización de las órdenes monásticas y declaró bienes del Estado los que pertenecían a los conventos suprimidos de los Betlehemitas, Mercedarios y Recoletos, entre otros: al mismo tiempo, abolió los diezmos y primicias a la Iglesia, y los fueros y privilegios otorgados por la Corona española, y secularizó los cementerios. Rivadavia se convirtió de inmediato en "el hereje" y era anatematizado por los sacerdotes de todas las parroquias. El padre Francisco de Paula Castañeda, capellán durante las Invasiones Inglesas, hacía rezar en plena misa los fieles la siguiente oración: "De la trompa marina, libera nos Domine. Del sapo del diluvio, libera nos Domine. Del ombú empapado en aguardiente, libera nos Domine. Del armado de la lengua, libera nos Domine. Del anglo-gálico, libera nos Domine. Del barrenador de la tierra, libera nos Domine. Del que manda de frente contra el Papa, libera nos Domine. De Rivadavia, libera nos Domine. De Bernardino Rivadavia, libera nos domine." Claro que no todas las reacciones fueron tan ingeniosas: la más dura fue la llamada Revolución de los Apostólicos, surgida el 20 de marzo de 1823, al grito de "¡Viva la Religión!" y "¡Mueran los herejes!," y fue brutalmente reprimida por el gobierno.
Los constituyentes de 1853 encontraron una fórmula mixta para zanjar un problema irresuelto desde 1810: sostenimiento del culto católico pero, al mismo tiempo, libertad religiosa absoluta para los demás cultos. Además, muchos de ellos influenciados por el espíritu de la masonería, sujetaron a la Iglesia Católica al Estado por medio del patronato, una figura legal heredada de los tiempos de la colonia y que consistía en que el presidente argentino elegía las ternas de candidatos a obispos para que el Papa finalmente diera el visto bueno.
El sistema de patronato fue anulado en 1966 tras un acuerdo entre la Santa Sede y la dictadura de Juan Carlos Onganía donde se creó la figura del concordato, que otorga al Vaticano la facultad de nombrar y remover a los obispos sin necesidad de acuerdo con el presidente de la Nación, que sólo se reserva el derecho de objetar las designaciones. Es decir que todo el cuerpo eclesiástico depende desde esa fecha de una autoridad extranjera y el Estado argentino no tiene ningún derecho sobre él. Con la reforma de 1994, el concordato alcanzó rango de tratado internacional y fue colocado por encima de las leyes nacionales, aunque según la misma Carta Magna el Congreso puede reformularlo. En otras palabras, se trata de un Estado dentro de otro Estado.
Los conflictos del siglo XIX marcarían una tendencia a lo largo de la historia. De allí en más, Estado e Iglesia se enfrentaron siempre para delimitar e interferir en las distintas áreas de incumbencia. Es decir, la Iglesia pugnó por influenciar en las decisiones políticas de los gobiernos de turno. Y lo hará casi siempre con un espíritu retrógrado. Obviamente que las participaciones menos felices fueron aquellas en las que las jerarquías eclesiásticas apoyaron a las dictaduras de turno, dentro de las cuales la complicidad con la de 1976-1983, debido a la represión ilegal y asesinato de 30 mil personas, abrió una brecha con la sociedad civil muy difícil de cerrar.
El primer gran conflicto se produjo en 1884, cuando el por entonces presidente Julio Argentino Roca impulsó las leyes de educación laica y matrimonio civil, y la Iglesia se opuso terminantemente. Como respuesta, Roca expulsó al nuncio y rompió con el Vaticano. Las relaciones se restablecieron durante la segunda presidencia del tucumano.
Setenta años después un nuevo enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia tendría otra vez como origen el intento de un gobierno –esta vez de Juan Domingo Perón– de sancionar leyes de neto corte progresista, como fueron la fallida ley de divorcio, la supresión de la educación religiosa en los colegios y el proyecto de reforma constitucional para separar la Iglesia del Estado. Más allá de las verdaderas intenciones del por entonces presidente, quien llevaba adelante un conflicto de intereses con el catolicismo, lo cierto es que una vez más la Iglesia optó por el peor camino. Un año después, el 14 de junio de 1955, los monseñores Manuel Tato y Ramón Novoa atacaron al gobierno en la procesión de Corpus Christi. Al día siguiente, Perón le exigió al Vaticano la remoción de los obispos. El 16, los aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo y asesinaron a medio millar de personas. El lema de los militares golpistas era más que significativo: "Cristo vence".
Por último, el antecedente más inmediato fue el enfrentamiento que el ex presidente Raúl Alfonsín mantuvo con la Iglesia a mediados de la década del ochenta con la sanción definitiva de la Ley de Divorcio Vincular, el Congreso Pedagógico y la política de juzgamiento a las juntas militares por la conculcación de los Derechos Humanos durante la última dictadura militar. Y justamente el momento más pintoresco de esa pelea se dio en la capilla Stella Maris, sede del obispado castrense, cuando el ex mandatario subió al púlpito para responder los cuestionamientos políticos que le hacía un capellán militar, quien exigía la impunidad de los represores.
La historia muestra que las relaciones entre Estado e Iglesia siempre fueron incómodas. Con el gobierno de Néstor Kirchner esa característica se acentuó: el cambio de sede de las celebraciones del tradicional Te Deum del 25 de mayo, el enfrentamiento por el affaire Antonio Basseotto –quien pidió que el por entonces ministro de salud, Ginés González García, fuera arrojado al mar con una piedra atada al cuello–, las políticas reproductivas –educación sexual en los colegios, entrega de condones–, el matrimonio igualitario, la revisión del pasado y la complicidad con la última dictadura militar por parte de la jerarquía eclesiástica –Bergoglio, por ejemplo, soñaba con una mesa de la Reconciliación Nacional en la que se sentaran ex militantes revolucionarios y jerarcas militares a dialogar y cerrar "pacíficamente" esa etapa–. Con la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner esa pelea se aquietó un poco y hubo encuentros y diálogos con la jerarquía pero no se pudo resolver –porque es irresoluble– la cuestión de fondo: la soberanía de un Estado nacional frente a una corporación trasnacional.
Hoy, la Iglesia Católica maneja en la Argentina un verdadero ejército de 5236 sacerdotes y 10.823 monjas diseminados por todo el país y que le deben a la jerarquía una obediencia absoluta. La Conferencia Episcopal Argentina (CEA) nuclea un cuerpo de más de cien obispos o príncipes de la Iglesia, como les gusta hacerse llamar. Territorialmente está dividida en 13 arquidiócesis, 46 diócesis, tres prelaturas territoriales, una personal que es el poderosísimo Opus Dei, lo que sumados a eparquías y ordinariatos suma un total de 68 circunscripciones eclesiásticas. Internamente está dividida en 90 órdenes y congregaciones masculinas, y 231 femeninas. Su capital inmobiliario está representado por 60 monasterios, 30 institutos seculares, 30 seminarios diocesanos, diez universidades católicas, 75 santuarios, 2418 parroquias y 6549 iglesias y parroquias que estructuran una red de penetración en la sociedad que ninguna otra organización logró alcanzar. En cuanto a los medios de comunicación, posee dos diarios, una agencia informativa, 67 publicaciones periódicas, 100 radioemisoras, 32 editoriales y 82 librerías católicas. Como se ve, la Iglesia argentina es uno de los grupos económicos más fuertes del país. Todo esto sin contar el centenar de institutos primarios y secundarios que defienden a capa y espada. La relación con el Estado es un tanto ambigua. Las partidas presupuestarias que destina el Estado no superan los 20 millones de pesos (cifras extraoficiales para el pago de los obispos que no elije) pero además recibe muchas veces dinero contante y sonante a través de otras partidas. Lo demás proviene de un secreto entramado que incluye donaciones empresariales, colectas dominicales e inversiones dignas de una zaga de El Padrino. Además, se suman la recaudación de los millones de la colecta anual de Cáritas, más las donaciones constantes y particulares, y los de la colecta Más por menos, dinero destinado íntegramente a la ayuda social. En resumen, para que no queden dudas, la Iglesia Católica es un Estado dentro de otro Estado.
El problema no es de nombres, es estructural. No se trata de quién es el presidente de la CEA o del Vaticano. La Iglesia es y será siempre una institución conservadora. Hace 1500 años que viene conservando su poder sobre Occidente y más allá de la crisis que atraviesa nada indica que vaya a eclipsarse. Hace pocos días dije el ahora Papa Francisco "es un hombre conservador en materia doctrinaria pero con una gran preocupación social, heredada de viejas convicciones de su juventud. Sin embargo, nunca fue, ni siquiera, la derecha del Episcopado argentino. Siempre tuvo del otro lado a la derecha más dura: el sector encabezado por Héctor Aguer y, por ejemplo, Esteban Cacho Caselli, embajador menemista ante la Santa Sede y con fuertes contactos en la línea ultaconservadora del otrora poderoso secretario de Estado de Juan Pablo II, Angelo Sodano, y que apostaba por el cardenal milanés Angelo Scola. Ni siquiera es el más ortodoxo de los posibles latinoamericanos: está menos a la derecha que el brasileño Odilo Scherer o que Oscar Rodríguez Madariaga, por ejemplo." Y que era "la menos mala de las opciones que había entre los cardenales del cónclave".
También escribí que el Vaticano tiene problemas más urgentes que los gobiernos populares. A saber: el escándalo sexual de los sacerdotes pederastas, la falta de vocaciones en Occidente, la corrupción del Banco Ambrosiano, la abulia de los sacerdotes, el rol de la mujer, la complicidad de los obispos con el poder económico en todos los países, la crisis económica europea, las necesidades de reforma que provienen de África y América Latina, la competencia con el protestantismo anglosajón, con las telesectas, el Este milenario chino. En fin, la Iglesia Católica tiene que comenzar un nuevo diálogo con la modernidad, con el siglo XXI, y no simplemente modernizarse comunicacionalmente como lo hace el Opus Dei.
La elección de Bergoglio tiene un solo riesgo para la Argentina. Que Francisco quiera volver a ser de vez en cuando Bergoglio. Que empequeñezca su figura metiéndose en la política local de los países latinoamericanos a los que tan bien les está yendo sin la intromisión de ningún poder supraestatal. Esa sería una verdadera mala noticia, porque los Estados nacionales se verían amenazados por un nuevo poder. Una cosa es pelear fronteras adentro con una corporación con terminales en Roma. Y otra muy distinta es pelearse con otro Estado nacional que, además, tiene parte de sus soldados ideológicos "infiltrados" en el propio territorio del otro Estado nacional. Para que se entienda: una cosa es pelarse con Norman Osborn y otra muy distinta es hacerlo con el Duende Verde, para poner un ejemplo (valga el ejemplo para los seguidores del Hombre Araña).
Ya no se trata de una cuestión ideológica, simplemente. Se trata de una cuestión nacional. Un Estado europeo –monárquico y teocrático– no tiene ningún derecho a inmiscuirse en repúblicas soberanas latinoamericanas. De todas maneras, no creo que esto ocurra. Supongo que Bergoglio no va a desperdiciar la oportunidad de convertirse en un Francisco Magno con relieve internacional para devenir en un Bergoglio mínimo. Es demasiado inteligente para eso, ¿o no? -
Pontífice, diciendo que estaba muy contenta, que le deseaba lo mejor y, a la vez, marcándole la cancha en términos ideológicos, lo hizo pensando cómo piensa una estadista. Si Bergoglio hecho Papa levanta su voz contra el colonialismo inglés, el liberalismo económico y a favor de un nuevo orden económico internacional que contemple los derechos de la pobreza periférica podría ser un aliado clave para la Argentina y la región en la escena global. Cristina obró con cautela, no con estupor progresista, porque tiene una cuchara propia, de cuño peronista, para ver las cosas e interpretar aquello que realmente asoma bajo una verdad aparentemente sólida. ¿Es Francisco, entonces, un kirchnerista potencial? Nada de eso: como en la "baguette sepia" de Los Embajadores, eso que se ve es algo hueco que se llenará de sentido según el intérprete y sus circunstancias, si se usa la cuchara del pasado o la del futuro. Si la primera visita del Papa es a la Argentina, llena con un millón de fieles o más la 9 de Julio y en su discurso habla contra la "crispación", vuelve a mencionar la "reconciliación" con los represores y fustiga el matrimonio igualitario y el populismo, todo este sector peronista del kirchnerismo le recordará que los bombardeos a Plaza de Mayo del ’55 se hicieron desde aeronaves que tenían pintada la consigna "Cristo Vence", y adoptará la retórica principista del bloque progresista y la más combativa del peronismo de la resistencia. Estaríamos ante una paradoja histórica: un Papa peronista que le hace el juego a los gorilas y caceroleros que quieren tumbar a un gobierno popular, de origen democrático y raíz peronista. Pero eso todavía no pasó. Ahora Bergoglio está en el Vaticano, con problemas muy serios, como la pedofilia de algunos colegas, un Papa emérito a la par que como Reutemann vio algo que no le gustó y decidió marcharse, y el divino clearing bancario en rojo infernal, como para ocuparse de asuntos políticos de comarca que suceden en el fin del mundo. Su realidad ya no es la del microcentro porteño, sino la del universo católico, que es algo mucho más grande. La otra cuchara es la opositora. Si la arrima a Francisco, es verdad, no le aparece una calavera. Surge un Wojtyla, como mínimo. La alegría de sus referentes, desde Pino Solanas, Carrió, Stolbizer, Binner, Macri, De Narváez, Michetti, Moyano y el peronismo disidente del peronismo es, por estas horas, inmensa. Suponen que a Cristina le salió un Papa tan opositor como ellos, que con furia inquisitorial pondrá en orden a la Argentina K, y en ese orden ideal, los que vuelven al gobierno son ellos. Creen, sinceramente, que comenzó un cambio de ciclo. Una de las profecías de Carrió, al fin de cuentas, se cumplió: Bergoglio ocupa el sillón de Pedro. También el día de la investidura papal salieron el 40 (El Cura) y el 88 (El Papa) en la quiniela, y hasta los últimos cuatro números del carnet de socio de San Lorenzo del ahora Pontífice. Una golondrina no hace verano, pero entusiasma a los que están hartos del frío. Y la oposición vive, desde hace tiempo, esperando que un espejismo deje de serlo, como quien espera salir, precisamente, de los rigores invernales. Hay que decirlo: sus ganas tienen, esta vez, de dónde aferrarse. Si Francisco es Wojtyla, la trabajosa, artesanal y, a veces, voluntarista construcción político-cultural del kirchnerismo que avanzó 40 centímetros de un metro y medio por la disputa de sentido contra los monopolios y la mirada empresariocéntrica de las élites locales e internacionales que colonizan buena parte de la subjetividad de nuestra sociedad, entrará en un cono de incertidumbre y turbulencia. Volvamos a un escenario ya escrito: un Bergoglio que hable contra los populismos, que contribuya a la estigmatización del cambio democrático como hace Héctor Magnetto desde su diario, que advierta sobre la intervención del Estado con gramática afín a los sectores conservadores, que aliente el aislamiento internacional de la Argentina, que apunte contra la participación popular en la cosa pública con el sayo del clientelismo, que descubra la bondad de "la libertad de empresa", es decir, que propale a su rebaño cautivo de 1200 millones de fieles las mismas cosas que escribe Joaquín Morales Solá en La Nación cada domingo, lo convertiría en una especie de padre espiritual del antikirchnerismo. Esa prédica crearía condiciones que hoy no están dadas, o que fueron puestas en crisis por el oficialismo gobernante y con éxito durante una década, con el apoyo masivo de la sociedad. La oposición espera un milagro, es cierto. Pero tener al Papa de su lado sería como haberse ganado al proveedor oficial de los imposibles. La pregunta final es qué tiene Francisco para ofrecernos, detrás de lo que ve cada uno de los grupos que pretenden, suponen e interpretan algo, malo o bueno, de su cuadro. Cuál de todas las cucharas tendrá la virtud del utensilio de Baltrusaitis para reflejar la verdad de su esencia en un futuro que comenzó hace 72 horas. Para saber si debajo del cuadro de Bergoglio asoma una calavera como pronóstico de infortunio o un pan con que alimentar a los millones que vivimos entre el pesimismo y la esperanza.
El Vaticano vs. el Estado Nación
Los presidentes que se enfrentaron a la Iglesia, el "ejército" del clero y los problemas del Vaticano.
Para bien y/o para mal Jorge Mario Bergoglio ya no es Jorge Mario Bergoglio. Ahora es Francisco, el primer Papa latinoamericano de la Iglesia Católica. Y desde un punto de vista futbolero, que sea argentino es motivo de orgullo para millones y millones de compatriotas –la mayoría de ellos católicos muy humildes de las villas, del Conurbano Bonaerense y de la profundidad de las provincias–, es motivo de esperanza y de alegría. También lo es, claro, para aquellos que desfilaron su odio el 8 de noviembre pasado y forman lo que se conoce como la derecha de este país –no me refiero a todos los que marcharon ese día sino solamente a los que destilaron su desprecio contra el gobierno, contra los pobres que reciben planes sociales (pero ellos se sienten encantados de donar a Cáritas para poder ser cristianos piadosos)–.
La religiosidad –cosa difícil de entender para muchos– atraviesa todas las clases sociales y las identidades políticas, excepto para los marxistas y los hombres de negocios que tienen otras religiones. Puede haber socialistas católicos, liberales, radicales, nacionalistas de izquierda y de derecha, fascistas, indoamericanistas, militares, liberales prerorianos, peronistas de todos los colores. Pero, además, la Iglesia Católica destina para ellos un lugar de aceptación y contención. Porque absolutamente todos estamos atravesados por la ética cristiana. Cuando proclamamos la igualdad y la solidaridad, estamos proclamando valores cristianos, cuando nos casamos, cuando nos enamoramos, cuando nos sentamos a la mesa de nuestros padres, cuando realizamos los domingos la "misa" con toda la familia unida y compartimos el asado y el vino estamos siendo cristianos. La mayoría de los argentinos, el 76 por ciento según las últimas encuestas, es cristiano, de los cuales dos tercios no practican. Sin embargo, están atravesados por la ética cristiana. Incluso el 24 por ciento restante, simplemente por haber nacido en un país que sostiene el culto católico, está embebido por alguna u otra lógica cristiana.
Podrán decirme que no es lo mismo cristiandad que catolicismo, y es cierto en términos estrictos. Pero en términos simbólicos, la vieja dominación y la hegemonía actual de la Iglesia Católica nos hace relacionar al cristianismo con un tipo de sotana negra repartiendo ostiazos a siniestra y siniestra desde el púlpito y ostias en la boca delante del altar, allí sí a diestra y siniestra (la foto de Jorge Rafael Videla comulgando lo demuestra).
Contrariamente al pensamiento del tradicionalismo argentino que afirma que la construcción de la nación ha ido siempre emparentada a la religión católica, lo cierto es que el contenido republicano de la Revolución de Mayo ha iniciado un arduo combate entre la tradición secular y los intentos de confesionalizar el Estado argentino.
Bernardino Rivadavia, por ejemplo, fue uno de los primeros en enfrentarse a la curia. Una de sus principales medidas fue la Reforma Eclesiástica, que le trajo más de un dolor de cabeza al gobierno. Sancionada el 21 de diciembre de 1822, establecía la libertad de conciencia –exigencia de los ciudadanos ingleses–, la secularización de las órdenes monásticas y declaró bienes del Estado los que pertenecían a los conventos suprimidos de los Betlehemitas, Mercedarios y Recoletos, entre otros: al mismo tiempo, abolió los diezmos y primicias a la Iglesia, y los fueros y privilegios otorgados por la Corona española, y secularizó los cementerios. Rivadavia se convirtió de inmediato en "el hereje" y era anatematizado por los sacerdotes de todas las parroquias. El padre Francisco de Paula Castañeda, capellán durante las Invasiones Inglesas, hacía rezar en plena misa los fieles la siguiente oración: "De la trompa marina, libera nos Domine. Del sapo del diluvio, libera nos Domine. Del ombú empapado en aguardiente, libera nos Domine. Del armado de la lengua, libera nos Domine. Del anglo-gálico, libera nos Domine. Del barrenador de la tierra, libera nos Domine. Del que manda de frente contra el Papa, libera nos Domine. De Rivadavia, libera nos Domine. De Bernardino Rivadavia, libera nos domine." Claro que no todas las reacciones fueron tan ingeniosas: la más dura fue la llamada Revolución de los Apostólicos, surgida el 20 de marzo de 1823, al grito de "¡Viva la Religión!" y "¡Mueran los herejes!," y fue brutalmente reprimida por el gobierno.
Los constituyentes de 1853 encontraron una fórmula mixta para zanjar un problema irresuelto desde 1810: sostenimiento del culto católico pero, al mismo tiempo, libertad religiosa absoluta para los demás cultos. Además, muchos de ellos influenciados por el espíritu de la masonería, sujetaron a la Iglesia Católica al Estado por medio del patronato, una figura legal heredada de los tiempos de la colonia y que consistía en que el presidente argentino elegía las ternas de candidatos a obispos para que el Papa finalmente diera el visto bueno.
El sistema de patronato fue anulado en 1966 tras un acuerdo entre la Santa Sede y la dictadura de Juan Carlos Onganía donde se creó la figura del concordato, que otorga al Vaticano la facultad de nombrar y remover a los obispos sin necesidad de acuerdo con el presidente de la Nación, que sólo se reserva el derecho de objetar las designaciones. Es decir que todo el cuerpo eclesiástico depende desde esa fecha de una autoridad extranjera y el Estado argentino no tiene ningún derecho sobre él. Con la reforma de 1994, el concordato alcanzó rango de tratado internacional y fue colocado por encima de las leyes nacionales, aunque según la misma Carta Magna el Congreso puede reformularlo. En otras palabras, se trata de un Estado dentro de otro Estado.
Los conflictos del siglo XIX marcarían una tendencia a lo largo de la historia. De allí en más, Estado e Iglesia se enfrentaron siempre para delimitar e interferir en las distintas áreas de incumbencia. Es decir, la Iglesia pugnó por influenciar en las decisiones políticas de los gobiernos de turno. Y lo hará casi siempre con un espíritu retrógrado. Obviamente que las participaciones menos felices fueron aquellas en las que las jerarquías eclesiásticas apoyaron a las dictaduras de turno, dentro de las cuales la complicidad con la de 1976-1983, debido a la represión ilegal y asesinato de 30 mil personas, abrió una brecha con la sociedad civil muy difícil de cerrar.
El primer gran conflicto se produjo en 1884, cuando el por entonces presidente Julio Argentino Roca impulsó las leyes de educación laica y matrimonio civil, y la Iglesia se opuso terminantemente. Como respuesta, Roca expulsó al nuncio y rompió con el Vaticano. Las relaciones se restablecieron durante la segunda presidencia del tucumano.
Setenta años después un nuevo enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia tendría otra vez como origen el intento de un gobierno –esta vez de Juan Domingo Perón– de sancionar leyes de neto corte progresista, como fueron la fallida ley de divorcio, la supresión de la educación religiosa en los colegios y el proyecto de reforma constitucional para separar la Iglesia del Estado. Más allá de las verdaderas intenciones del por entonces presidente, quien llevaba adelante un conflicto de intereses con el catolicismo, lo cierto es que una vez más la Iglesia optó por el peor camino. Un año después, el 14 de junio de 1955, los monseñores Manuel Tato y Ramón Novoa atacaron al gobierno en la procesión de Corpus Christi. Al día siguiente, Perón le exigió al Vaticano la remoción de los obispos. El 16, los aviones de la Marina bombardearon la Plaza de Mayo y asesinaron a medio millar de personas. El lema de los militares golpistas era más que significativo: "Cristo vence".
Por último, el antecedente más inmediato fue el enfrentamiento que el ex presidente Raúl Alfonsín mantuvo con la Iglesia a mediados de la década del ochenta con la sanción definitiva de la Ley de Divorcio Vincular, el Congreso Pedagógico y la política de juzgamiento a las juntas militares por la conculcación de los Derechos Humanos durante la última dictadura militar. Y justamente el momento más pintoresco de esa pelea se dio en la capilla Stella Maris, sede del obispado castrense, cuando el ex mandatario subió al púlpito para responder los cuestionamientos políticos que le hacía un capellán militar, quien exigía la impunidad de los represores.
La historia muestra que las relaciones entre Estado e Iglesia siempre fueron incómodas. Con el gobierno de Néstor Kirchner esa característica se acentuó: el cambio de sede de las celebraciones del tradicional Te Deum del 25 de mayo, el enfrentamiento por el affaire Antonio Basseotto –quien pidió que el por entonces ministro de salud, Ginés González García, fuera arrojado al mar con una piedra atada al cuello–, las políticas reproductivas –educación sexual en los colegios, entrega de condones–, el matrimonio igualitario, la revisión del pasado y la complicidad con la última dictadura militar por parte de la jerarquía eclesiástica –Bergoglio, por ejemplo, soñaba con una mesa de la Reconciliación Nacional en la que se sentaran ex militantes revolucionarios y jerarcas militares a dialogar y cerrar "pacíficamente" esa etapa–. Con la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner esa pelea se aquietó un poco y hubo encuentros y diálogos con la jerarquía pero no se pudo resolver –porque es irresoluble– la cuestión de fondo: la soberanía de un Estado nacional frente a una corporación trasnacional.
Hoy, la Iglesia Católica maneja en la Argentina un verdadero ejército de 5236 sacerdotes y 10.823 monjas diseminados por todo el país y que le deben a la jerarquía una obediencia absoluta. La Conferencia Episcopal Argentina (CEA) nuclea un cuerpo de más de cien obispos o príncipes de la Iglesia, como les gusta hacerse llamar. Territorialmente está dividida en 13 arquidiócesis, 46 diócesis, tres prelaturas territoriales, una personal que es el poderosísimo Opus Dei, lo que sumados a eparquías y ordinariatos suma un total de 68 circunscripciones eclesiásticas. Internamente está dividida en 90 órdenes y congregaciones masculinas, y 231 femeninas. Su capital inmobiliario está representado por 60 monasterios, 30 institutos seculares, 30 seminarios diocesanos, diez universidades católicas, 75 santuarios, 2418 parroquias y 6549 iglesias y parroquias que estructuran una red de penetración en la sociedad que ninguna otra organización logró alcanzar. En cuanto a los medios de comunicación, posee dos diarios, una agencia informativa, 67 publicaciones periódicas, 100 radioemisoras, 32 editoriales y 82 librerías católicas. Como se ve, la Iglesia argentina es uno de los grupos económicos más fuertes del país. Todo esto sin contar el centenar de institutos primarios y secundarios que defienden a capa y espada. La relación con el Estado es un tanto ambigua. Las partidas presupuestarias que destina el Estado no superan los 20 millones de pesos (cifras extraoficiales para el pago de los obispos que no elije) pero además recibe muchas veces dinero contante y sonante a través de otras partidas. Lo demás proviene de un secreto entramado que incluye donaciones empresariales, colectas dominicales e inversiones dignas de una zaga de El Padrino. Además, se suman la recaudación de los millones de la colecta anual de Cáritas, más las donaciones constantes y particulares, y los de la colecta Más por menos, dinero destinado íntegramente a la ayuda social. En resumen, para que no queden dudas, la Iglesia Católica es un Estado dentro de otro Estado.
El problema no es de nombres, es estructural. No se trata de quién es el presidente de la CEA o del Vaticano. La Iglesia es y será siempre una institución conservadora. Hace 1500 años que viene conservando su poder sobre Occidente y más allá de la crisis que atraviesa nada indica que vaya a eclipsarse. Hace pocos días dije el ahora Papa Francisco "es un hombre conservador en materia doctrinaria pero con una gran preocupación social, heredada de viejas convicciones de su juventud. Sin embargo, nunca fue, ni siquiera, la derecha del Episcopado argentino. Siempre tuvo del otro lado a la derecha más dura: el sector encabezado por Héctor Aguer y, por ejemplo, Esteban Cacho Caselli, embajador menemista ante la Santa Sede y con fuertes contactos en la línea ultaconservadora del otrora poderoso secretario de Estado de Juan Pablo II, Angelo Sodano, y que apostaba por el cardenal milanés Angelo Scola. Ni siquiera es el más ortodoxo de los posibles latinoamericanos: está menos a la derecha que el brasileño Odilo Scherer o que Oscar Rodríguez Madariaga, por ejemplo." Y que era "la menos mala de las opciones que había entre los cardenales del cónclave".
También escribí que el Vaticano tiene problemas más urgentes que los gobiernos populares. A saber: el escándalo sexual de los sacerdotes pederastas, la falta de vocaciones en Occidente, la corrupción del Banco Ambrosiano, la abulia de los sacerdotes, el rol de la mujer, la complicidad de los obispos con el poder económico en todos los países, la crisis económica europea, las necesidades de reforma que provienen de África y América Latina, la competencia con el protestantismo anglosajón, con las telesectas, el Este milenario chino. En fin, la Iglesia Católica tiene que comenzar un nuevo diálogo con la modernidad, con el siglo XXI, y no simplemente modernizarse comunicacionalmente como lo hace el Opus Dei.
La elección de Bergoglio tiene un solo riesgo para la Argentina. Que Francisco quiera volver a ser de vez en cuando Bergoglio. Que empequeñezca su figura metiéndose en la política local de los países latinoamericanos a los que tan bien les está yendo sin la intromisión de ningún poder supraestatal. Esa sería una verdadera mala noticia, porque los Estados nacionales se verían amenazados por un nuevo poder. Una cosa es pelear fronteras adentro con una corporación con terminales en Roma. Y otra muy distinta es pelearse con otro Estado nacional que, además, tiene parte de sus soldados ideológicos "infiltrados" en el propio territorio del otro Estado nacional. Para que se entienda: una cosa es pelarse con Norman Osborn y otra muy distinta es hacerlo con el Duende Verde, para poner un ejemplo (valga el ejemplo para los seguidores del Hombre Araña).
Ya no se trata de una cuestión ideológica, simplemente. Se trata de una cuestión nacional. Un Estado europeo –monárquico y teocrático– no tiene ningún derecho a inmiscuirse en repúblicas soberanas latinoamericanas. De todas maneras, no creo que esto ocurra. Supongo que Bergoglio no va a desperdiciar la oportunidad de convertirse en un Francisco Magno con relieve internacional para devenir en un Bergoglio mínimo. Es demasiado inteligente para eso, ¿o no? -
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