No. No estamos hablando de Macri, ni de Duhalde, ni de Barletta. Esos son cuando mucho nuestros adversarios ideológicos y electorales. Y no, tampoco estamos hablando de las corporaciones en cualquiera de sus manifestaciones actuales. A esas las podemos definir como nuestros adversarios “reales” si se quiere, porque todos sabemos ya a esta altura que la disputa por el poder y por el sentido es en definitiva con ellas, y en menor medida con sus voceros pseudo políticos.
El enemigo del que hablamos no tiene que ver con los matices que encontramos dentro del mismo espacio al que pertenecemos. No tiene que ver con ser parte de la “JP Evita”, de la “Paco Urondo”, del “Instituto Santafecino de Políticas Públicas” o de “La Nestor”. Aquel que tenga la audacia (en el mejor de los casos) de calificar como enemigo a sus propios compañeros por tener visiones diferentes a la hora de interpretar la realidad solo puede ser tildado de miope (en el mejor de los casos).
No. A ninguno de estos nos referimos. Para explicar mejor de lo que estamos hablando vamos a proponer una interrogante: ¿Qué pasaría si de repente, como por arte de magia, todos estos adversarios desaparecieran? (cosa que no es tan irreal si pensamos en la oposición que tenemos!). Podemos imaginar que se dieron cuenta de sus errores y que quieren unirse a nosotros. Podemos imaginar que armaron sus maletas y se fueron a vivir a Groenlandia. Podemos imaginar cualquier cosa (si a alguien se le ocurre otra posibilidad, está invitado a contarla). Decíamos, ¿qué pasaría?; ¿habríamos triunfado definitivamente y para siempre?, ¿significaría esto la tan esperada utopía?, ¿se acabarían las disputas y las contradicciones?
No. Lamentamos informar que la respuesta a todas estas preguntas es negativa. No sucedería nada de eso, sino que en ese momento nos encontraríamos cara a cara con nuestro verdadero enemigo: nosotros mismos. A no confundirse, cuando decimos nosotros mismos no nos referimos a nuestros compañeros de agrupación. Nos referimos a una parte que llevamos con nosotros como individuos, y por lo tanto también como conjunto. ¿Qué parte es esta? Puede variar según el caso, pero pensemos algunas: pensemos en nuestra propia intolerancia, que muchas veces no nos permite comprender los motivos del otro por tener ya una visión prejuiciosa de los hechos; pensemos en nuestra propia superficialidad, que nos detiene a veces en conflictos menores, dejando pasar por alto cuestiones más importantes; pensemos en nuestra propia soberbia, que nos lleva a creer que estamos tan en lo cierto que no es necesario pensar y ser críticos, y que no nos permite soportar equivocaciones o errores en nuestro accionar.
La pregunta que usamos como disparador es un ejemplo exagerado, pero no necesitamos que suceda algo así para vernos con nuestro enemigo. Lo vemos todos los días, lo enfrentamos todos los días, y perdemos y ganamos todos los días. Esta si que es una batalla de igual a igual, una batalla que se gana con entendimiento, con comprensión, con ponerse en el lugar del otro y sobre todo con las ganas de pelearla, que es lo fundamental.
3 comentarios:
Y si prueban con un psicólogo
de eso se trata la nota... me parece que te esta haciendo falta uno
Ya tenemos uno, lo más probable es que necesitemos varios; lo que pasa es que somos incorregibles según algún refinado intelectual de la oligarquía.
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