martes, 20 de agosto de 2013

RESPUESTA DE SABBATELLA A VILMA IBARRA

La respuesta de Sabbatella a Vilma Ibarra

De lo que se trata es de pegarle "por izquierda" al gobierno, o al menos que eso parezca, Clarín mediante.

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Luego de exhumar algún apego a las instituciones y a la transparencia de parte de Carrió y Macri, la ex legisladora Vilma Ibarra se ocupa de ejemplificar, con mi nombre y el de la fuerza en la que milito (y donde ella militó hasta 2011), una supuesta "Deserción progresista del kirchnerismo", según el título que lleva su nota en el Clarín del domingo. Antes de adentrarme en el necesario debate sobre el rol del progresismo en esta década de cambios profundos, debo decir que aburre por reiterado el recurso de tocar timbre en lo de Magnetto para denunciar aquello que se defendió hasta el momento inmediato anterior a perder una banca o un contrato en el Estado. Tampoco escapa a nuestra ex compañera la inminencia de una definición judicial sobre la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual; sus respetables críticas son a un funcionario nacional que afronta con orgullo la tarea encomendada por la presidenta de aplicar integralmente esa norma, tal cual lo dispuso el Congreso de la Nación. Menos aún le es ajeno a Ibarra, que llegó a ser diputada en 2007 en la lista del Frente para la Victoria, que esas críticas tienen cabida en el medio insignia de la escuadra Clarín. Cada cual se pone al servicio de los intereses que más le preocupan, así que prefiero ir al fondo de la cuestión antes de perderme en interpretar quién dice qué, por qué canales y con qué propósitos.
El llamado progresismo es un universo ambiguo y turbio que siempre me resulta incómodo por confuso y contradictorio. La sombrilla "progre" protege de la intemperie ideológica a variados pensamientos, populares y antipopulares, marxistas y liberales, entre otros. Con algunos de ellos compartimos nuestra preocupación por enfrentar la desigualdad, terminar con cualquier tipo de discriminación, garantizar los derechos civiles y sociales, transparentar el ejercicio de la función pública, recuperar el rol del Estado como actor de un desarrollo equitativo o ampliar nuestra Democracia. Pero cuando esas consignas, que todos pronunciamos con denuedo, deben traducirse en acciones concretas, las coincidencias se achican y las contradicciones emergen.
Martín Sabbatella.
Martín Sabbatella.
Las dificultades de ser coherentes entre lo que se piensa, se dice y se hace no son sólo temporales, sino también geográficas. Muchos "progresistas" de nuestro país se llenaron y se llenan la boca exaltando procesos políticos y sociales como el de Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia o Hugo Chávez en Venezuela. Otros, ni siquiera eso, y llaman a votar a Capriles. Los primeros se muestran defensores de gobiernos a los que suelen mencionar como prototipos revolucionarios, ignorando sus complejidades y ocultando que, al interior de esos países, voces "progres" levantan sus dedos con acusaciones similares a las que aquí les prodigan ellos y ellas a nuestro proyecto nacional. Al mismo tiempo, los próceres latinoamericanos contemporáneos que decoran las paredes de los locales de la "progresía" local, abrazan a Cristina como su referente argentina, porque reconocen en ella, como reconocieron en Néstor, a grandes luchadores por la justicia social, la paz, la libertad, la democracia y la integración de nuestro continente.
Las categorías suelen ser imprecisas y en la vaguedad habitan las contradicciones. En la Argentina de hoy, cuando se dice progresismo, levantan la mano, entre muchos y muchas, Binner, Donda, Stolbizer, Carrió, Alfonsín, Prat-Gay, Solanas, Lavagna u Ocaña, sin espantarse de viajar en el mismo bondi con favorecedores de la concentración económica, empleados del JP Morgan, devaluadores, destructores de la industria nacional, endeudadores compulsivos o productores de desempleo masivo. De lo que se trata es de pegarle "por izquierda" al gobierno, o al menos que eso parezca, Clarín mediante. Los autodefinidos centroizquierdistas sepultan a luz del sol aquella máxima de Norberto Bobbio acerca de que la izquierda no naturaliza la desigualdad, como sí lo hace la derecha. Bajo la marca de un decentismo indocumentado babean "progresismo" personas que apoyaron y tuvieron cargos en gobiernos corruptos, violentos e impopulares y otros que, al frente de "inmaculadas" gestiones municipales y provinciales, no pusieron en práctica ni una cuarta parte de los mecanismos de transparencia y participación que nosotros sí implementamos al frente del municipio de Morón. Necesitan para tanta incoherencia los favores de la prensa del establishment que paga con centímetros de gráfica y minutos de aire el servicio de los denunciantes siniestros. Mutua conveniencia.
La integración de nuestra fuerza al kirchnerismo fue tan natural como anticipada. Basta repasar qué banderas levantamos desde nuestros inicios en la vida política para ver en qué lugar del mapa debíamos estar y con quién. Quienes crecimos en los '80 enfrentamos al menemismo desde que este se presentó como el garante de la impunidad de los asesinos de la dictadura y como el proceso que venía a completar el plan de destrucción de la industria nacional, dependencia de los organismos financieros internacionales, transferencia brutal de ingresos de los sectores trabajadores hacia el capital especulativo y masificación de la pobreza, la miseria y el desempleo.
Confluimos, en aquellos primeros años de resistencia al neoliberalismo de Menem, con otros y otras que habían resistido la proscripción del peronismo, que habían reverdecido en la primavera camporista, que habían sufrido la persecución de López Rega y la dictadura y, también, con quienes se habían ilusionado con que la recuperación de la Democracia quebraría definitivamente el plan genocida de exclusión social diseñado en los '70 en Washington para toda Latinoamérica. Nos frustramos con la trágica experiencia de la Alianza, que escondió sus propósitos continuistas bajo el ropaje de un progresismo con vocación de poder, alzando las mismas banderas que nosotros siempre levantamos.
Mantuvimos altas esas banderas en Morón, demostrando que sí era posible llevar adelante una gestión rupturista, transformadora, honesta, eficiente y a favor de las grandes mayorías populares, sin canjearle al establishment principios por gobernabilidad. Nos dimos a la tarea de construir una nueva fuerza política nacional. Mientras atravesábamos la enorme crisis social, política y económica que estalló a fines de 2001, fortalecimos con un inmenso respaldo popular nuestra gestión en Morón y dimos nacimiento al Encuentro por la Democracia y la Equidad, que luego se ampliaría como Frente Nuevo Encuentro.
A la par, en 2003, surgió en el país un proceso político sorprendente liderado por un presidente inesperado, Néstor Kirchner, que empezó a levantar y a traducir en políticas públicas concretas los principios, los ideales, los sueños que justificaban nuestra lucha cotidiana.
¿Cómo no estar junto a ese dirigente y miles de compañeros y compañeras en la apertura de la ESMA o en la anulación de las leyes de impunidad luego de décadas de pelear por la verdad y la justicia y de haber abierto, en Morón, la primera Casa de la Memoria y la Vida en el predio en el que se había asentado el centro de detención y torturas Mansión Seré? ¿Cómo no acompañar y festejar la apuesta fuerte a la Patria Grande luego de haber luchado por la comunión latinoamericana y de ser promotores de espacios de unidad regional como la Red de Mercociudades que tuve el orgullo de integrar y conducir? ¿Cómo renegar de nuestra trayectoria enfrentando el más importante proceso de desendeudamiento que recuperó la soberanía económica nacional? ¿Cómo no respaldar la implementación de la Asignación Universal por Hijo, la reestatización del sistema previsional o la urbanización de barrios populares, si convivimos diariamente con las víctimas de la exclusión, la marginación y la injusticia y trabajamos a brazo partido para paliar con recursos municipales las consecuencias de aquella tragedia social? ¿Cómo no estar al lado de Néstor y Cristina bancando la democratización de la palabra frente a explotadores de medios que crecieron y se enriquecieron durante la dictadura y el menemismo y aplastaron con su hegemonía el derecho a la comunicación y la libertad de expresión de millones de argentinos? ¿Cómo no poner el cuerpo para defender las retenciones a las ganancias extraordinarias de grandes empresarios de los agronegocios que se llenaron y se llenan de dinero mientras ostentan los niveles más altos de empleo en negro? ¿Desde qué presunta concepción "progresista", desde qué plaza y al lado de qué corporaciones se nos puede objetar que metamos los pies en el barro de la historia para estar junto a los que luchan a favor de los castigados, de los desposeídos, de los ninguneados y humillados? Que se pongan el sayo "progre" los que asumieron que su rol histórico es constituirse en lo más transgresor que les permite el sistema para mantener la injusta matriz económica y productiva. Es todo suyo.
Nosotros ingresamos al kirchnerismo con nuestros ideales, nuestra experiencia y nuestro compromiso, desde nuestras plenas convicciones, poniendo el cuerpo sin más cálculo que el de aportar a este movimiento plural, diverso y complejo, pero sobre todo transformador y popular. Ingresamos sin bajar una sola de nuestras banderas, a compartir con otros y con otras, el proyecto que lidera Cristina y que define al campo nacional, popular y democrático del siglo XXI.
Afuera resisten quienes se niegan a perder sus privilegios y, también, el puñado de enmascarados que los asisten con denuncias no probadas y con la impunidad que les concede su pacto lastimoso con quienes arruinaron el país hasta el 2003.

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