Luego de exhumar algún apego a las
instituciones y a la transparencia de parte de Carrió y Macri, la ex
legisladora Vilma Ibarra se ocupa de ejemplificar, con mi nombre y el de
la fuerza en la que milito (y donde ella militó hasta 2011), una
supuesta "Deserción progresista del kirchnerismo", según el título que
lleva su nota en el Clarín del domingo. Antes de adentrarme en el
necesario debate sobre el rol del progresismo en esta década de cambios
profundos, debo decir que aburre por reiterado el recurso de tocar
timbre en lo de Magnetto para denunciar aquello que se defendió hasta el
momento inmediato anterior a perder una banca o un contrato en el
Estado. Tampoco escapa a nuestra ex compañera la inminencia de una
definición judicial sobre la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual; sus respetables críticas son a un funcionario nacional que
afronta con orgullo la tarea encomendada por la presidenta de aplicar
integralmente esa norma, tal cual lo dispuso el Congreso de la Nación.
Menos aún le es ajeno a Ibarra, que llegó a ser diputada en 2007 en la
lista del Frente para la Victoria, que esas críticas tienen cabida en el
medio insignia de la escuadra Clarín. Cada cual se pone al servicio de
los intereses que más le preocupan, así que prefiero ir al fondo de la
cuestión antes de perderme en interpretar quién dice qué, por qué
canales y con qué propósitos.
El llamado progresismo es un universo ambiguo y turbio que siempre me
resulta incómodo por confuso y contradictorio. La sombrilla "progre"
protege de la intemperie ideológica a variados pensamientos, populares y
antipopulares, marxistas y liberales, entre otros. Con algunos de ellos
compartimos nuestra preocupación por enfrentar la desigualdad, terminar
con cualquier tipo de discriminación, garantizar los derechos civiles y
sociales, transparentar el ejercicio de la función pública, recuperar
el rol del Estado como actor de un desarrollo equitativo o ampliar
nuestra Democracia. Pero cuando esas consignas, que todos pronunciamos
con denuedo, deben traducirse en acciones concretas, las coincidencias
se achican y las contradicciones emergen.
Martín Sabbatella.
Las dificultades de ser coherentes entre lo que se piensa, se dice y
se hace no son sólo temporales, sino también geográficas. Muchos
"progresistas" de nuestro país se llenaron y se llenan la boca exaltando
procesos políticos y sociales como el de Lula da Silva en Brasil, Evo
Morales en Bolivia o Hugo Chávez en Venezuela. Otros, ni siquiera eso, y
llaman a votar a Capriles. Los primeros se muestran defensores de
gobiernos a los que suelen mencionar como prototipos revolucionarios,
ignorando sus complejidades y ocultando que, al interior de esos países,
voces "progres" levantan sus dedos con acusaciones similares a las que
aquí les prodigan ellos y ellas a nuestro proyecto nacional. Al mismo
tiempo, los próceres latinoamericanos contemporáneos que decoran las
paredes de los locales de la "progresía" local, abrazan a Cristina como
su referente argentina, porque reconocen en ella, como reconocieron en
Néstor, a grandes luchadores por la justicia social, la paz, la
libertad, la democracia y la integración de nuestro continente.
Las categorías suelen ser imprecisas y en la vaguedad habitan las
contradicciones. En la Argentina de hoy, cuando se dice progresismo,
levantan la mano, entre muchos y muchas, Binner, Donda, Stolbizer,
Carrió, Alfonsín, Prat-Gay, Solanas, Lavagna u Ocaña, sin espantarse de
viajar en el mismo bondi con favorecedores de la concentración
económica, empleados del JP Morgan, devaluadores, destructores de la
industria nacional, endeudadores compulsivos o productores de desempleo
masivo. De lo que se trata es de pegarle "por izquierda" al gobierno, o
al menos que eso parezca, Clarín mediante. Los autodefinidos
centroizquierdistas sepultan a luz del sol aquella máxima de Norberto
Bobbio acerca de que la izquierda no naturaliza la desigualdad, como sí
lo hace la derecha. Bajo la marca de un decentismo indocumentado babean
"progresismo" personas que apoyaron y tuvieron cargos en gobiernos
corruptos, violentos e impopulares y otros que, al frente de
"inmaculadas" gestiones municipales y provinciales, no pusieron en
práctica ni una cuarta parte de los mecanismos de transparencia y
participación que nosotros sí implementamos al frente del municipio de
Morón. Necesitan para tanta incoherencia los favores de la prensa del
establishment que paga con centímetros de gráfica y minutos de aire el
servicio de los denunciantes siniestros. Mutua conveniencia.
La integración de nuestra fuerza al kirchnerismo fue tan natural como
anticipada. Basta repasar qué banderas levantamos desde nuestros
inicios en la vida política para ver en qué lugar del mapa debíamos
estar y con quién. Quienes crecimos en los '80 enfrentamos al menemismo
desde que este se presentó como el garante de la impunidad de los
asesinos de la dictadura y como el proceso que venía a completar el plan
de destrucción de la industria nacional, dependencia de los organismos
financieros internacionales, transferencia brutal de ingresos de los
sectores trabajadores hacia el capital especulativo y masificación de la
pobreza, la miseria y el desempleo.
Confluimos, en aquellos primeros años de resistencia al
neoliberalismo de Menem, con otros y otras que habían resistido la
proscripción del peronismo, que habían reverdecido en la primavera
camporista, que habían sufrido la persecución de López Rega y la
dictadura y, también, con quienes se habían ilusionado con que la
recuperación de la Democracia quebraría definitivamente el plan genocida
de exclusión social diseñado en los '70 en Washington para toda
Latinoamérica. Nos frustramos con la trágica experiencia de la Alianza,
que escondió sus propósitos continuistas bajo el ropaje de un
progresismo con vocación de poder, alzando las mismas banderas que
nosotros siempre levantamos.
Mantuvimos altas esas banderas en Morón, demostrando que sí era
posible llevar adelante una gestión rupturista, transformadora, honesta,
eficiente y a favor de las grandes mayorías populares, sin canjearle al
establishment principios por gobernabilidad. Nos dimos a la tarea de
construir una nueva fuerza política nacional. Mientras atravesábamos la
enorme crisis social, política y económica que estalló a fines de 2001,
fortalecimos con un inmenso respaldo popular nuestra gestión en Morón y
dimos nacimiento al Encuentro por la Democracia y la Equidad, que luego
se ampliaría como Frente Nuevo Encuentro.
A la par, en 2003, surgió en el país un proceso político sorprendente
liderado por un presidente inesperado, Néstor Kirchner, que empezó a
levantar y a traducir en políticas públicas concretas los principios,
los ideales, los sueños que justificaban nuestra lucha cotidiana.
¿Cómo no estar junto a ese dirigente y miles de compañeros y
compañeras en la apertura de la ESMA o en la anulación de las leyes de
impunidad luego de décadas de pelear por la verdad y la justicia y de
haber abierto, en Morón, la primera Casa de la Memoria y la Vida en el
predio en el que se había asentado el centro de detención y torturas
Mansión Seré? ¿Cómo no acompañar y festejar la apuesta fuerte a la
Patria Grande luego de haber luchado por la comunión latinoamericana y
de ser promotores de espacios de unidad regional como la Red de
Mercociudades que tuve el orgullo de integrar y conducir? ¿Cómo renegar
de nuestra trayectoria enfrentando el más importante proceso de
desendeudamiento que recuperó la soberanía económica nacional? ¿Cómo no
respaldar la implementación de la Asignación Universal por Hijo, la
reestatización del sistema previsional o la urbanización de barrios
populares, si convivimos diariamente con las víctimas de la exclusión,
la marginación y la injusticia y trabajamos a brazo partido para paliar
con recursos municipales las consecuencias de aquella tragedia social?
¿Cómo no estar al lado de Néstor y Cristina bancando la democratización
de la palabra frente a explotadores de medios que crecieron y se
enriquecieron durante la dictadura y el menemismo y aplastaron con su
hegemonía el derecho a la comunicación y la libertad de expresión de
millones de argentinos? ¿Cómo no poner el cuerpo para defender las
retenciones a las ganancias extraordinarias de grandes empresarios de
los agronegocios que se llenaron y se llenan de dinero mientras ostentan
los niveles más altos de empleo en negro? ¿Desde qué presunta
concepción "progresista", desde qué plaza y al lado de qué corporaciones
se nos puede objetar que metamos los pies en el barro de la historia
para estar junto a los que luchan a favor de los castigados, de los
desposeídos, de los ninguneados y humillados? Que se pongan el sayo
"progre" los que asumieron que su rol histórico es constituirse en lo
más transgresor que les permite el sistema para mantener la injusta
matriz económica y productiva. Es todo suyo.
Nosotros ingresamos al kirchnerismo con nuestros ideales, nuestra
experiencia y nuestro compromiso, desde nuestras plenas convicciones,
poniendo el cuerpo sin más cálculo que el de aportar a este movimiento
plural, diverso y complejo, pero sobre todo transformador y popular.
Ingresamos sin bajar una sola de nuestras banderas, a compartir con
otros y con otras, el proyecto que lidera Cristina y que define al campo
nacional, popular y democrático del siglo XXI.
Afuera resisten quienes se niegan a perder sus privilegios y,
también, el puñado de enmascarados que los asisten con denuncias no
probadas y con la impunidad que les concede su pacto lastimoso con
quienes arruinaron el país hasta el 2003.
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