lunes, 3 de diciembre de 2012

LOS ISRAELÍES ME HACEN TENER VERGUENZA DE SER JUDIO


El saxofonista y clarinetista Gilad Atzmon se marchó a Londres mediada la década de los 90, cansado de la radicalidad sionista y después de haber cumplido el servicio militar en la guerra que Israel declaró: “Veía a palestinos por todas partes, hasta que me dije, ‘¡diablos, si es que estoy viviendo en territorio palestino!’.
“Los nazis me hicieron tener miedo de ser judío y los israelíes me hacen tener vergüenza de ser judío”. El saxofonista y escritor Gilad Atzmon (Tel Aviv, 1963) toma las palabras del que fuera superviviente del Holocausto alemán, profesor y defensor de los derechos humanos Israël Shahak para prologar su nuevo libro, ‘La identidad errante. La identidad judía a examen’ (Editorial Disenso), que estos días llega a las librerías españolas.
La producción literaria de Atzmon, como la de todas esas voces que se niegan a tomar discursos extremos, siempre ha sido recibida entre polémica. Algunos judíos, por un lado, le acusan de un antisemitismo venenoso y peligroso, mientras que algunos palestinos hacen lo mismo señalándole como un agente doble al servicio del Estado de Israel. Uno charla con él y todas las ecuaciones posibles se despejan en torno a una solución más sencilla, la que se deriva del sentido común y una humanidad que Atzmon reivindica para todos los pueblos.Sea como fuere, queda claro que en el conflicto palestino-israelí él tiene su particular postura y opinión, que se vertebra en torno a una crítica razonada y argumentada contra el sionismo radical. Él siente que tiene que elevar esta voz, asumiendo que otras denunciaran otros extremos. No obstante, en esta nueva publicación, Atzmon deja a las claras que el extremismo nacionalista israelí tiene buena parte de responsabilidad en la falta de paz en aquella tierra del Oriente medio.A lo largo de sus 256 páginas, Atzmon analiza y reflexiona en su nuevo libro sobre cuestiones ya abordadas en anteriores publicaciones y ensayos, actualizándolas y compilándolas en un mismo volumen: el judaísmo y la ‘judeidad’; la cultura judía y la ideología judía; la actitud política israelí en la historia y el tiempo; el papel del holocausto; la influencia de los grupos de presión sionistas; el eco del conflicto en los medios de comunicación, etcétera.Posteriormente, o de forma paralela, todas estas reflexiones son plasmadas en su gran pasión musical, el jazz, un género cuyo espíritu rebelde ya marida de entrada con su actitud vital.Experiencias definitivas
El saxofonista y clarinetista Gilad Atzmon se marchó a Londres mediada la década de los 90, cansado de la radicalidad sionista y después de haber cumplido el servicio militar en la guerra que Israel declaró al Líbano a comienzos de los 80. Su participación en aquel conflicto acabó por despejar todas sus dudas sobre la ‘identidad judía’: “Veía a palestinos por todas partes, hasta que me dije, ‘¡diablos, si es que estoy viviendo en territorio palestino!’. Fue entonces cuando decidí marcharme, eso sí, con cierto sentimiento de culpa”.
Aterrizó en la capital británica para cursar y completar estudios de Filosofía alemana, aunque el jazz pasó a formar parte de su verdadera vida profesional. De hecho, Atzmon, que había estudiado música en la Academia Rubin de Jerusalén, llegó a tener excepcionales padrinos en las figuras de Memphis Slim, Michel Petrucciani o Jack DeJohnette, con los que realizó varias giras. “En realidad, ya cuando estaba en el Ejército hacía todo lo posible para evitar la llamada del deber, no porque fuera pacifista ni porque me preocuparan excesivamente los palestinos, sino sencillamente porque prefería quedar me a solas con mi saxofón”. Tras su llegada a Londres fundó el grupo con el que hoy escribe sus discursos musicales, el Orient House Ensemble, que toma su nombre de la casa de la familia Al Husseini, la que fuera sede oficiosa de la Autoridad Palestina en Jerusalén hasta que fue ocupada por los militares israelíes. Al margen de sus vientos, la musculatura jazzística del grupo se sostiene en el buen hacer del pianista Frank Harrison, el contrabajista Yaron Stavi y el baterista y percusionista Eddie Hick (en su gira española no acude con el pianista y su baterista habitual será reemplazado por Carlos ‘Sir Charles’ González).
Tras varias entregas discográficas en pequeñas compañías, Gilad Atzmon y los muchachos del Orient House Ensemble firmaron por uno de los sellos independientes con más prestigio, Enja, donde lleva varios discos publicados. En su paleta expresiva caben todos los corazones musicales de Oriente Medio, tanto judíos como árabes, así como la efervescencia rítmica gitana de los Balcanes, el latido negro de África y la cadencia melódica de géneros como el tango.
La vida al otro lado de la trinchera
Hoy, Gilad Atzmon ya no se siente judío: “He dejado atrás la idea de pueblo elegido” y plantea preguntas a sus paisanos: “¿Cómo es que un pueblo que ha sufrido tanto y durante tanto tiempo puede infligirle tanto dolor al otro? ¿Cómo pueden los sionistas, que están motivados por un genuino deseo de regreso, estar tan ciegos cuando se enfrentan a un deseo similar por parte del pueblo palestino?”. El saxofonista y clarinetista subraya sus argumentos recordando los primeros combates contra su propio pensamiento: “Asimilé el hecho devastador de que en 1948 los palestinos no habían abandonado sus hogares voluntariamente, como se nos decía en la escuela, sino que habían padecido una brutal limpieza étnica a manos de mi abuelo y los suyos. Empecé a comprender que en Israel nunca ha dejado de haber limpieza étnica, sino que, simplemente, ésta ha adoptado otras formas, y empecé a admitir el hecho de que el sistema legal israelí no era imparcial, sino racista”. Y para concluir, una experiencia definitiva, que marcaría todo lo que hoy es y puede ser Gilad Atzmon: “En el verano de 1984, justo tres semanas antes de librarme del uniforme militar, nos enviaron al Líbano para una gira de conciertos. Al final de un sucio y polvoriento camino en un día de calor espantoso, a primeros de julio, llegamos al infierno en la tierra. El inmenso centro de detención estaba rodeado por una alambrada. El lugar era un campo de concentración. Los presos eran los ‘judíos’, y yo, un ‘nazi’”. Tal y como le sucedió a Israël Shahak.
Fuente: palestinalibre.rg/OICP

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