lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre la historiografía nacional, popular y federalista.


Caballero, tiempo y el dorrego

 Por Pacho O'Donnell.  Me encontré con Roberto Caballero. Lo abracé y le dije: "Imagino que habrás agradecido a Clarín". Porque la despótica estupidez de sus autoridades provocó una catarata de reconocimientos hacia Roberto, violando la tradicional avaricia en ese rubro que nos caracteriza. Y estas líneas serán uno más.

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Cuando la presidenta firmó la legalización del secular movimiento revisionista actualizado en nuestro Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego (reconozco que el nombre nos salió un poco largo) se desató sobre nosotros, en especial sobre su presidente, es decir yo, una lluvia de denuestos e injurias que sobrepasó lo previsible.
Beatriz Sarlo: "El Instituto de Doctrina (denominación irónica, por si no se dieron cuenta) podría convertirse en un rincón arcaico y polvoriento. Pero también podría ser un centro que irradie su 'historia' a la escuela. Allí se convertiría en algo más peligroso." Acertó, porque es nuestra intención influir sobre los contenidos educativos que desde Pavón están al exclusivo cargo del pensamiento, hasta ahora único, liberal, conservador, antipopular que se adueñó de nuestra historia.
Luis Alberto Romero: "La retórica revisionista, sus lugares comunes y sus muletillas, encaja bien en el discurso oficial. Hasta ahora, se lo habíamos escuchado a la presidenta en las tribunas, denunciando conspiraciones y separando amigos de enemigos. Pero ahora es el Estado el que se pronuncia y convierte el discurso militante en doctrina nacional." Luego también usa la ironía, torpe, claro, un estilo que cuadra en el desprecio de quienes se "rebajan" para argumentar, y describe con elogiable acierto, contra su voluntad, aquello que representa nuestro Instituto: "El Estado afirma que la correcta visión de nuestro pasado ha sido desnaturalizada por la 'historia oficial', liberal y extranjerizante, escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX. Los historiadores profesionales quedamos convertidos en otra 'corpo' que miente, en otra cara del eterno 'enemigo del pueblo'". En este párrafo es notoria una estrategia de nuestros descalificadores, que caló en algunos: nosotros, apenas divulgadores, estaríamos en contra de los historiadores profesionales, académicos, graduados, científicos, como quiera llamárselos. Falso, nuestra diferencia no es esa, es ideológica, representamos la historia contada por los sectores populares enfrentada a los sectores dominantes, somos la historia peronista y de la izquierda nacional. La prueba es que entre nuestros miembros se cuentan no pocos historiadores profesionales, académicos, graduados, científicos, como quiera llamárselos, pero de clara identificación con la historiografía nacional, popular y federalista.
¿Cómo explicar esto cuando los medios de mayor alcance nos cerraron y retacearon sus espacios, Clarín y sobre todo La Nación, que todavía no han comprendido que nuestras aggiornadas disidencias son con Halperín Donghi y sus acólitos, porque seguir discutiendo con don Bartolomé sería como enojarnos con Adam Smith en vez de con el FMI?
Aquí es donde aparecen Caballero y Tiempo Argentino. En sus páginas encontramos la trinchera desde donde responder a nuestros adversarios. Y lo hicimos con grandeza, a las injurias y descalificaciones respondimos con argumentaciones y propuestas de debate desoídas, canjeamos agresiones por dignidad. Caballero, Gustavo Cirelli, Fernando Capotondo, María Sucarrat abrieron espacios generosos y frecuentes a nuestros miembros: a Araceli Bellota, Hugo Chumbita, Hernán Brienza,  Enrique Manson, Fernando del Corro,  Víctor Ramos, Daniel Brion, a mí, y a quienes sin pertenecer al Dorrego opinaron de nuestro lado.
Esta solidaridad fue emocionante e inolvidable, mas allá de nuestras coincidencias en la perspectiva nacional y popular, y estamos convencidos de que también se hizo justicia con nuestros gloriosos antecesores revisionistas que nunca tuvieron la posibilidad de reunirse en una institución avalada por el Estado, y tampoco de contar con un medio de gran alcance a pesar de los patrióticos desvelos de un Peña Lillo. Queremos ser dignos de ellos y por ello nos reconforta saber que tenemos adversarios del mismo pelaje que los suyos. Y amigos capaces de jugarse por nosotros. Gracias, Caballero.

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