sábado, 8 de diciembre de 2012

LOS PASIONISTAS MILITANTES


Homenaje a los pasionistas que militaron contra el genocidio

Un operativo comandado por Alfredo Astiz hizo desaparecer entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977 a doce personas que se reunían en la parroquia de la Congregación. Hoy serán recordados en un acto especial, con la presencia de Madres, Hijos y Nietos.

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Papá, se están llevando gente”, le dijo Esteban a Adolfo Mango la tarde del 8 de diciembre de 1977. Recién en ese momento, Adolfo se dio cuenta de que su hijo de 14 años se había escapado de la misa principal en honor a la Virgen Inmaculada. Desesperado agarró a Perla, su mujer, y salió corriendo por un pasillo interno de la Iglesia de la Santa Cruz, para la entrada de la calle Estados Unidos. Cuando llegaron, la banda de la Marina que en esa época pudo infiltrar a Alfredo Astiz en la parroquia, donde las Madres de Plaza de Mayo se reunían a escondidas, ya había arrastrado en autos sin chapa a dos de sus fundadoras, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco, a la monja francesa Alice Domon y a varios militantes. Los operativos, armados entre el 8 y el 10 de ese mes también en un bar porteño, Morón, Avellaneda y La Boca, hicieron desaparecer a un total de 12 personas, entre las que además estaban Azucena Villaflor, Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovila, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la religiosa Leonie Duquet. El Grupo de la Santa Cruz, que bajo la protección de la orden pasionista organizaba asambleas secretas en la parroquia para advertir sobre los crímenes de la dictadura, y trataba de denunciarlos en el exterior.
A 35 años de eso, hoy los jardines y el edificio principal de la iglesia, donde descansan los restos de Villaflor, Careaga, Bianco, Auad y Duquet identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en el 2005, unirán en un acto especial a tres generaciones que pelean contra el genocidio, y vigilan la marcha de los juicios por causas de lesa humanidad. Madres, Hijos y Nietos encenderán antorchas, que buscarán simbolizar en el fuego esa búsqueda permanente de justicia a través de los años.

LA PASIÓN POR LA VERDAD. La congregación de los Misioneros Pasionistas fue fundada en 1720 por el sacerdote italiano Pablo Danei, después Pablo de la Cruz, y desembarcó en la Argentina a fines del 1800 para trabajar con los inmigrantes irlandeses. El sentido principal de su mensaje, a contramano de las jerarquías católicas mundiales, fue siempre denunciar, atender y tratar de reparar situaciones de marginalidad y dolor. Línea que, como dice Carlos Saracini, párroco actual de la iglesia, pudo  “armar un refugio y un espacio propicio para recibir y sostener la vida que estaba siendo destrozada por el terrorismo de Estado”.
Después del golpe de 1976, Santa Cruz abrió las puertas no sólo para reuniones a escondidas donde las Madres se pasaban datos y armaban campañas que buscaban denunciar secuestros y desapariciones, sino que además fue el germen de distintos organismos, como la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y el Movimiento Ecuménico de DDHH. 
Pero, en realidad, el compromiso de la orden para enfrentar a las tendencias de represión política en Latinoamérica se venía afianzando desde la década del 60. Tomó como propia la declaración  del Papa Juan XXIII de desarrollar una “iglesia de los pobres”, y adhirió al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, sobre todo a partir del "Documento de Obispos Latinoamericanos" de 1968 en Medellín, Colombia, y el Documento de San Miguel un año después, en la provincia de Buenos Aires. Apoyó la Teología de la Liberación, bautizada así por Gustavo Gutiérrez en 1970, y organizó campañas de alfabetización y educación popular dentro de la corriente creada por Pablo Freire. 
Los pasionistas trabajaron en conjunto con Enrique Angelelli en La Rioja, con Carlos Mujica en villas de la Capital Federal, y abrieron la iglesia para el laicado, que con el Colegio y la Casa Nazaret remplazaron la “caridad que tranquiliza conciencias” por el compromiso político. Las Sisters of Mercy (Hermanas de la Misericordia) dejaron el Colegio Mater y se radicaron en las calles de barro bonaerenses, y lo mismo pasó con muchas monjas que eligieron Moreno, Chaco y Formosa, para convivir con tobas y wichis.
Hasta que llegó el golpe. Y aparecieron las Madres.

“EL QUE QUIERA, PUEDE DEJAR EL COLEGIO”. La Triple A tenía marcada a Santa Cruz como “la de los curas rojos”, que a principios de los setenta no sólo condenó a las dictaduras chilena y uruguaya, sino que además refugió a exiliados de esos países que hacían escala antes de esconderse en Europa. El entonces párroco Bernardo Hughes, hoy pastor del barrio San Cayetano, en la localidad de Campana, denunció los crímenes de las bandas de José López Rega, y en 1975, como parte del equipo organizador de la primera peregrinación de jóvenes a Luján, aprovechaba para advertir a los pibes, y decirles que se cuidaran. 
Con el asalto al gobierno de Jorge Videla, la congregación militó abiertamente contra la dictadura, pero cuidó a sus referentes principales. Con la excusa de que lo necesitaban en el exterior, el padre Carlos O'Leary, responsable del colegio, le dijo a Bernardo que se fuera a un curso especial, pero que no volviera “porque acá nos vamos a arreglar bien”. Otro de los párrocos de la corriente, Federico Richards, condenó desde el diario irlandés La cruz del sur el asesinato de los curas palotinos en la parroquia San Patricio, y el crimen disfrazado de accidente de Angelelli, en agosto de 1976. Ese mes explotó una bomba que destruyó parte de la Casa Nazaret, y como respuesta, en lugar de replegarse, la orden intensificó las actividades del Centro de Justicia y Paz, un espacio de charla y debate sobre la actualidad política, y del grupo de reflexión CREO, que servía para cruzar experiencias de familias que ya sufrían desapariciones. 
A finales del '77, Carlos reunió a los padres de los alumnos: “La situación es difícil. Si alguno quiere, puede dejar el colegio, pero les transmito que los pasionistas vamos a seguir denunciando las injusticias que hay en este país.”
En esos meses aparecieron las madres, buscando lugar para reunirse y coordinar campañas de denuncia. El que le abrió las puertas de Santa Cruz fue el padre Mateo Perdía, responsable de la orden para Argentina y Uruguay. Perdía intervino en varias acciones que buscaron alertar en el exterior sobre la situación local, y para ese trabajo usó sobre todo su paso por la presidencia de la Conferencia Latinoamericana de Religiosos (CLAR). Desde la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) intervino en el armado de los encuentros de Puebla, y fue uno de los primeros en manifestarse públicamente sobre la acción represiva coordinada dentro del Plan Cóndor.  «

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