SOCIEDAD / Desde hace 10 años Érika Cuéllar entrena en una enorme reserva natural de Bolivia, Paraguay y Argentina a grupos indígenas y les enseña acerca de la responsabilidad del cuidado y preservación del hábitat en el que viven.
Por: Mariana Merlo - Fotos: gentileza Rolex
Cuando la vocación de alguien está en la preservación de la vida, si es humana, animal o vegetal puede resultar un dato intrascendente. El destino quiso que Erika Cuéllar abandonara su anhelo de convertirse en médica y se dedicara a la biología. Una familia numerosa que se completaba con madre, padre y cinco hermanos en su Bolivia natal, la empujó durante la década del ’90 a estudiar la carrera más cercana que encontró a Medicina que dictaba la universidad pública: Biología. Con esa decisión se diluyó el sueño de formar parte de la ONG Médicos Sin Fronteras.
Lo que Erika no suponía era que esa carrera que había elegido casi por descarte, también la llevaría por el camino de la ayuda y la preservación de la vida, en este caso animal y vegetal. Y que eso, a su vez, la llevaría a especializarse en una de las universidades más prestigiosas del mundo como es Oxford y recibir este año el Premio Rolex a la Iniciativa. Las vueltas de la vida.
En 1997 la organización indígena guaraní “Capitanía del Alto y Bajo Isoso” y “Wildlife Conservation Society”, iniciaron un proyecto de conservación del Gran Chaco, una de las principales regiones geográficas de Sudamérica que se extiende por Bolivia, Argentina y Paraguay, bajo la dirección del biólogo Andrew Taber, quien contribuyó a la creación del Parque Kaa-Iya. Con 3,4 millones de hectáreas, el parque lleva un nombre que en guaraní significa “amos del monte” y contiene el área de bosque tropical más grande del mundo.
Conservación. “Mi pasión por el Gran Chaco empezó en el primer viaje de campo que hicimos a las comunidades isoceño-guaraníes. La relación entre esta gente y la naturaleza fue algo que me impresionó y le dio un sentido a mi carrera como bióloga”, confiesa Cuéllar a 7 Días.
Durante más de 10 años esta bióloga trabajó en el Kaa-Iya fomentando la iniciativa de conservación participativa con los indios guaraníes que habitan en los límites del parque, enseñándoles acerca de la responsabilidad del cuidado y preservación del hábitat en el que pasan sus días. “El objetivo principal de este entrenamiento es complementar el conocimiento que ya tienen los jóvenes que son parte de comunidades y que utilizan los recursos naturales. Es decir, gente que es parte integral de los sistemas naturales, que vive cerca o dentro de reservas o parques nacionales –explica–. Creo que la idea de entrenamiento como técnicos en biología es una forma de capacitación para ellos, una opción más, una oportunidad de trabajo. Es una forma de tener otras posibilidades aparte de, por ejemplo, el trabajo en la zafra de caña de azúcar”.
La zafra ha sido un trabajo “muy popular” entre los jóvenes indígenas, fundamentalmente, por falta de otras opciones. Lejos está de ser un trabajo bien pago.
Esa impotencia que empezó a sentir Erika, de ver cómo se desmembraban familias porque sus integrantes debían irse durante 7 meses a trabajar el azúcar en las pésimas condiciones en que lo hacen, hizo que su compromiso fuera mayor aunque el camino a recorrer no se planteara sencillo desde el comienzo. “Al principio las mujeres de las comunidades me tenían mucha desconfianza. En sus ojos una mujer no va al monte y mucho menos va a cazar con los cazadores por la noche –confiesa-. El Chaco es muy duro por las condiciones climáticas, ¡pero nada es más difícil que no ser aceptado por la gente con la que quieres trabajar! La convivencia en las comunidades, y sobre todo la experiencia trabajando como bióloga en los campamentos de investigación con mis colegas parabiólogos, le dio el sentido a mi vida profesional. No puedo explicar la satisfacción al verles las caras cuando recibieron sus títulos de parabiólogos. Me llena de orgullo verlos discutir por el manejo de sus tierras, verlos luchar por la atención del gobierno con propuestas de trabajo. Es gente simple que da lo mejor de sí. Conciben la vida de otra manera, una vez que entienden que son capaces y que no son ‘menos que los de afuera’ tienen una predisposición increíble y asumen una responsabilidad por las decisiones sobre sus territorios que antes no tenían”.
–¿Qué creés que aprendiste vos de ellos?
–Yo aprendí mucho, ¡son los mejores biólogos de campo! Hemos adaptado métodos de estudios gracias a la experiencia de ellos y al conocimiento de los animales que tienen. Hemos tenido la visita de muchos científicos muy reconocidos, pero ninguno hubiese podido llevar a cabo sus trabajos sin los verdaderos conocedores del bosque.
–¿Estás al tanto de proyectos como el que vos liderás en otras partes del mundo, con otras regiones?
–Hay muchos proyectos que involucran a la gente local y desarrollan entrenamiento. Yo espero que lo hagan no porque quieren mano de obra calificada y barata, si no porque quieren integración real y quieren promover un esfuerzo compartido para lograr la conservación a largo plazo.
En Argentina. La experiencia de una década de esta mujer de 42 años, la llevó a pensar que ese trabajo que había realizado tan exitosamente en el Kaa-Iya podía extenderse a todo el Gran Chaco, habitado por varias tribus indígenas, agricultores, cazadores nómadas y comunidades pesqueras, además de 3.400 especies de plantas, 500 de aves y 150 de mamíferos, muchos de los cuales existen únicamente allí. Se trata de una zona explotada de manera indiscriminada, de tal forma que se vio modificado el hábitat de muchas de esas especies.
Una de sus principales víctimas es el guanaco y para ayudar en la protección de ellos, Cuéllar creó en 2007 un curso para entrenar a miembros de tres grupos étnicos nativos del Gran Chaco –guaraní, ayoréode y chiquitano– como parabiólogos; esto es, darles las herramientas para aprender métodos científicos y adquirir las habilidades necesarias para mantener las iniciativas de protección ambiental. Su idea de extender este proyecto a Paraguay y Argentina ya se está haciendo realidad. “El curso de entrenamiento en Argentina empezará a fines de abril de este año y esperamos tener por lo menos 5 parabiólogos argentinos. Estamos en el proceso de selección de estas personas ahora”, confirma.
Cuando la vocación de alguien está en la preservación de la vida, si es humana, animal o vegetal puede resultar un dato intrascendente. El destino quiso que Erika Cuéllar abandonara su anhelo de convertirse en médica y se dedicara a la biología. Una familia numerosa que se completaba con madre, padre y cinco hermanos en su Bolivia natal, la empujó durante la década del ’90 a estudiar la carrera más cercana que encontró a Medicina que dictaba la universidad pública: Biología. Con esa decisión se diluyó el sueño de formar parte de la ONG Médicos Sin Fronteras.
Lo que Erika no suponía era que esa carrera que había elegido casi por descarte, también la llevaría por el camino de la ayuda y la preservación de la vida, en este caso animal y vegetal. Y que eso, a su vez, la llevaría a especializarse en una de las universidades más prestigiosas del mundo como es Oxford y recibir este año el Premio Rolex a la Iniciativa. Las vueltas de la vida.
En 1997 la organización indígena guaraní “Capitanía del Alto y Bajo Isoso” y “Wildlife Conservation Society”, iniciaron un proyecto de conservación del Gran Chaco, una de las principales regiones geográficas de Sudamérica que se extiende por Bolivia, Argentina y Paraguay, bajo la dirección del biólogo Andrew Taber, quien contribuyó a la creación del Parque Kaa-Iya. Con 3,4 millones de hectáreas, el parque lleva un nombre que en guaraní significa “amos del monte” y contiene el área de bosque tropical más grande del mundo.
Conservación. “Mi pasión por el Gran Chaco empezó en el primer viaje de campo que hicimos a las comunidades isoceño-guaraníes. La relación entre esta gente y la naturaleza fue algo que me impresionó y le dio un sentido a mi carrera como bióloga”, confiesa Cuéllar a 7 Días.
Durante más de 10 años esta bióloga trabajó en el Kaa-Iya fomentando la iniciativa de conservación participativa con los indios guaraníes que habitan en los límites del parque, enseñándoles acerca de la responsabilidad del cuidado y preservación del hábitat en el que pasan sus días. “El objetivo principal de este entrenamiento es complementar el conocimiento que ya tienen los jóvenes que son parte de comunidades y que utilizan los recursos naturales. Es decir, gente que es parte integral de los sistemas naturales, que vive cerca o dentro de reservas o parques nacionales –explica–. Creo que la idea de entrenamiento como técnicos en biología es una forma de capacitación para ellos, una opción más, una oportunidad de trabajo. Es una forma de tener otras posibilidades aparte de, por ejemplo, el trabajo en la zafra de caña de azúcar”.
La zafra ha sido un trabajo “muy popular” entre los jóvenes indígenas, fundamentalmente, por falta de otras opciones. Lejos está de ser un trabajo bien pago.
Esa impotencia que empezó a sentir Erika, de ver cómo se desmembraban familias porque sus integrantes debían irse durante 7 meses a trabajar el azúcar en las pésimas condiciones en que lo hacen, hizo que su compromiso fuera mayor aunque el camino a recorrer no se planteara sencillo desde el comienzo. “Al principio las mujeres de las comunidades me tenían mucha desconfianza. En sus ojos una mujer no va al monte y mucho menos va a cazar con los cazadores por la noche –confiesa-. El Chaco es muy duro por las condiciones climáticas, ¡pero nada es más difícil que no ser aceptado por la gente con la que quieres trabajar! La convivencia en las comunidades, y sobre todo la experiencia trabajando como bióloga en los campamentos de investigación con mis colegas parabiólogos, le dio el sentido a mi vida profesional. No puedo explicar la satisfacción al verles las caras cuando recibieron sus títulos de parabiólogos. Me llena de orgullo verlos discutir por el manejo de sus tierras, verlos luchar por la atención del gobierno con propuestas de trabajo. Es gente simple que da lo mejor de sí. Conciben la vida de otra manera, una vez que entienden que son capaces y que no son ‘menos que los de afuera’ tienen una predisposición increíble y asumen una responsabilidad por las decisiones sobre sus territorios que antes no tenían”.
–¿Qué creés que aprendiste vos de ellos?
–Yo aprendí mucho, ¡son los mejores biólogos de campo! Hemos adaptado métodos de estudios gracias a la experiencia de ellos y al conocimiento de los animales que tienen. Hemos tenido la visita de muchos científicos muy reconocidos, pero ninguno hubiese podido llevar a cabo sus trabajos sin los verdaderos conocedores del bosque.
–¿Estás al tanto de proyectos como el que vos liderás en otras partes del mundo, con otras regiones?
–Hay muchos proyectos que involucran a la gente local y desarrollan entrenamiento. Yo espero que lo hagan no porque quieren mano de obra calificada y barata, si no porque quieren integración real y quieren promover un esfuerzo compartido para lograr la conservación a largo plazo.
En Argentina. La experiencia de una década de esta mujer de 42 años, la llevó a pensar que ese trabajo que había realizado tan exitosamente en el Kaa-Iya podía extenderse a todo el Gran Chaco, habitado por varias tribus indígenas, agricultores, cazadores nómadas y comunidades pesqueras, además de 3.400 especies de plantas, 500 de aves y 150 de mamíferos, muchos de los cuales existen únicamente allí. Se trata de una zona explotada de manera indiscriminada, de tal forma que se vio modificado el hábitat de muchas de esas especies.
Una de sus principales víctimas es el guanaco y para ayudar en la protección de ellos, Cuéllar creó en 2007 un curso para entrenar a miembros de tres grupos étnicos nativos del Gran Chaco –guaraní, ayoréode y chiquitano– como parabiólogos; esto es, darles las herramientas para aprender métodos científicos y adquirir las habilidades necesarias para mantener las iniciativas de protección ambiental. Su idea de extender este proyecto a Paraguay y Argentina ya se está haciendo realidad. “El curso de entrenamiento en Argentina empezará a fines de abril de este año y esperamos tener por lo menos 5 parabiólogos argentinos. Estamos en el proceso de selección de estas personas ahora”, confirma.
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