domingo, 7 de abril de 2013

"UNA BREVE GUERRA DE TRES DÍAS" SEGÚN PYONGYANG


Una guerra improbable

Pese al despliegue militar, un EE.UU. empantanado en Irak y Afganistán no está para más bailes en Asia. Para China, una guerra en Corea sería una amenaza a su prioridad desarrollista. Para las dos Coreas significaría una promesa de mutua destrucción.

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Los aviones B-2 (capaces de transportar y lanzar bombas nucleares) volaron hace unos días sin escalas directamente desde su base de Missouri hasta Corea del Sur para lanzar proyectiles inertes de 900 kilos sobre una zona de tiro en una isla surcoreana. Corea del Norte consideró esta maniobra como la antesala de un ataque real por parte de EE.UU. El intimidatorio vuelo de los dos B-2 no salió barato. Cada hora en el aire sale 135.000 dólares, con lo que la factura total pudo ascender a 5,5 millones. Lo cierto es que desde 1950, Washington ha contemplado en varias ocasiones el uso de armas nucleares contra su viejo enemigo del Lejano Oriente.
Corea del Norte no tardó en responder, poniendo en marcha su nada sutil maquinaria de propaganda bélica. Sus noticieros y documentales muestran humillantes derrotas militares del enemigo, recogen hazañas sobrenaturales de sus dirigentes y amenazan con una lluvia de misiles capaz de arrasar EE.UU. en pocos días. Los últimos vídeos producidos en Pyongyang muestran imágenes de Nueva York en ruinas, un bombardeo sobre la Casa Blanca o al presidente estadounidense Barack Obama en llamas.
En el clip “Una breve guerra de tres días”, el régimen explica cómo sería su victoria si la actual crisis en la península coreana degenera en guerra abierta. Las imágenes comienzan con el lanzamiento de cientos de misiles sobre ciudades de Corea del Sur, seguido por una invasión terrestre, la ocupación de Seúl y “la toma de 150.000 ciudadanos americanos como rehenes”. ¿El desenlace final? “Una victoria aplastante que reducirá el enemigo a cenizas.”
Washington, que no escatima en gastos, ha enviado a Seúl una escuadrilla de F-22, bombarderos invisibles al radar, para participar en las maniobras conjuntas de Estados Unidos y Corea del Sur que no acabarán hasta finales de abril. Los F-22, nunca usados en combate, pueden escoltar a los B-2, además de atacar por sorpresa objetivos en el norte. En unos minutos podrían atravesar la frontera.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en Medio Oriente, EE.UU. no tiene nada para ganar con la destrucción o la ocupación de Corea del Norte. Ni siquiera con la puesta en práctica de la doctrina Obama de “cambio de régimen”. En 1997, un equipo de expertos de la CIA llegó a la conclusión de que al régimen norcoreano sólo le quedaban cinco años antes de sufrir un colapso. Pyongyang ha demostrado ser mucho más resistente que esas predicciones. Lo que desde fuera parece el símbolo de su anacronismo o atraso, para el gobierno es la fuente de su legitimidad, la única cohesión que lo mantiene en pie: repetir una y otra vez el discurso de la guerra de 1950, el cierre de filas ante el enemigo exterior, el llamamiento a la defensa de la única Corea auténtica.
Eso exige poner a prueba a cada nuevo presidente que llega al poder en Seúl, como está ocurriendo ahora, alimentar a un ejército que absorbe probablemente casi la mitad de su presupuesto, e invertir toda su propaganda en una estrategia de tensión que es su razón de ser en un país empobrecido.
La estrategia de Estados Unidos en Asia es eminentemente defensiva. Su gran reto es contener el creciente poder de China. En Asia Washington no necesita que pase nada para sentir que sus intereses están resguardados a la espera de saber qué forma adquirirá su rivalidad con China en las próximas décadas.
Beijing tampoco quiere bajo ningún concepto un conflicto que provocaría una oleada de refugiados sobre su frontera oriental, la desestabilización de su política de máximo crecimiento económico, y ser testigo del despliegue de las fuerzas navales norteamericanas a pocas millas de sus costas.
El veterano corresponsal del diario La Vanguardia, Rafael Poch, recuerda que los doce miembros de la Comisión Nacional de Defensa que gobierna Corea del Norte son curtidos ex combatientes de la guerra de Corea, una guerra contra el mayor imperio militar de la historia que fue derrotado (porque no venció) en aquel conflicto. Los norcoreanos suelen decir que ellos infringieron a los estadounidenses la primera debacle militar de su historia. En sus museos se cita, con orgullo y jactancia, la declaración del comandante de las fuerzas americanas en Corea, general William Clark, al término de la guerra: “Tuve la poco envidiable distinción de ser el primer jefe militar de la historia de Estados Unidos que firmó un armisticio sin victoria”. Para los halcones de Estados Unidos, Corea siempre fue una especie de asunto inconcluso, como Cuba, y tras el fin de la guerra fría, manifiestamente. En Pyongyang, la experiencia de guerra contra un enemigo superior y mejor armado marca la biografía y la narrativa que esa elite transmite al país.
Para la mentalidad del Norte, Corea del Sur es una Corea de segunda, algo parecido a una república heredera de un Estado títere del colonialismo japonés y el imperialismo americano. Mientras ellos siempre fueron independientes de China y de la URSS, cuyas tropas se retiraron en los cincuenta del Norte, los surcoreanos aún mantienen 30.000 soldados americanos estacionados en su territorio y otros 100.000 en la región con amplia capacidad nuclear. Y detrás de ese despliegue sigue estando Japón prestando su territorio y sus bases al cerco.
En Corea del Norte se considera que el ejército surcoreano, infinitamente más sofisticado y potente que el del Norte, está controlado por el Pentágono. El ex presidente de EE.UU. Jimmy Carter, que conoce bien Corea del Norte y ha tratado repetidamente con sus dirigentes, menciona esa circunstancia para explicar por qué los norcoreanos insisten tanto en mantener conversaciones directas con Estados Unidos, a lo que Washington se niega, entre otras razones porque EE.UU. no negocia con un régimen al que no pudo vencer militarmente hace medio siglo y que continúa hoy pidiendo un acuerdo de paz como condición para cualquier cosa.
Rafaél Poch enumera en La Vanguardia la lista de presidentes estadounidenses que consideraron usar la opción nuclear contra Corea. La lista abarca desde Dwight Eisenhower hasta Bill Clinton, por lo que “de todos los misterios de Corea del Norte, el de su ambición nuclear es el menos misterioso y el más racional. Que no sea percibido así por la opinión pública es un mérito de los medios de comunicación.
En la península de Corea, en Asia nororiental en general, la cuestión nuclear no es sólo un problema norcoreano”. Como dice Gavan McCormack, de la Universidad Nacional de Australia, “el problema norcoreano nunca podrá ser entendido mientras sea definido únicamente en términos del programa nuclear de Corea del Norte. Ese país era objetivo nuclear mucho antes de que comenzara a moverse hacia la adquisición de armas nucleares. Su referencia a una ‘disuasión’ debe ser tomada en serio”.

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