Es noviembre de 1966 y en la puerta del local del Sindicato de Obreros y Empleados del Ministerio de Educación de La Plata, en la calle 13, hay un cartel que anuncia –a las 19 horas– una disertación del profesor Carlos Alberto Disandro auspiciada por el Instituto de Cultura Clásica Cardenal Cisneros, la revista La Hostería Volante y la editorial Montonera.
En el salón de actos, un lugar no demasiado grande, desafiando el calor y la humedad platense, se agrupan algunas decenas de personas, la mayoría jóvenes. Es fácil reconocer a los pertenecientes a Tacuara o a la Unes (Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios) por el pelo cuidadosamente engominado, las camisas color kaki, sacos y camperas negras y, en general, por una actitud entre marcial y adusta que encaja perfectamente en un escenario austero, de pobre iluminación y una simple mesa recubierta con un paño verde.
A esa mesa se sienta, solo, el profesor Disandro y comienza su alocución que titula “Respuesta de un aborigen a Toynbee”. Es el largo recorrido por un texto que, si bien lee, da la impresión de saber de memoria.
Arnold Toynbee es un historiador inglés que recorre América latina “vendiendo” su teoría de la necesidad de un gran acuerdo EE.UU.-URSS para salvar a la Humanidad del cataclismo nuclear.
El denso ensayo-respuesta que Disandro lee con voz monocorde ahonda en sus temas dilectos: la Patria como suma de Tierra, Pueblo, Nación y Estado, su defensa como deber y derecho ante el embate combinado de la sinarquía y los poderes imperiales comunistas y capitalistas, la continuidad espiritual con un Occidente helénico, católico preconciliar y respetuoso de la tradición hispánica, y la necesidad imperiosa de combatir por todos los medios al invasor furtivo que intenta conquistar a “la juventud, los institutos de formación de las FFAA y los estamentos intelectuales y religiosos.”
Para Disandro: “El poder de EE.UU. constituye un pseudoimperio, cuya trama capitalista pretende una conducción tecnocrática sobre las viejas y derruidas manifestaciones del liberalismo. El poder soviético, a su vez es otro pseudoimperio, cuya trama socialista-comunista se ha erigido sobre los nefastos resultados de guerras inicuas y de planes siniestros. En ninguno de esos poderes puede confiar en ningún sentido nuestra sufrida tierra; nuestro deber, en cambio, es preservarla, protegerla y transmitirla incólume, como un bien sagrado e intocable.” Y para preservar, proteger, y transmitir, el texto clama por una “guerra total al invasor, consolidación de la justicia entitativa de la Nación, instauración de un estado fundacional, forjado por los argentinos, con la alegre consagración de la tierra argentina.”
Son las palabras finales, alzando por primera vez la voz y acomodándose los anteojos de marco negro, Disandro, cordobés de la Hélade, como se autodesigna en el texto, dice en griego clásico: nun híper pantón agón. Ahora la lucha es el todo por el todo.
Suenan los aplausos, algunas personas se levantan para felicitar a Disandro que –evidentemente poco adicto a las manifestaciones afectivas– agradece con leves inclinaciones de cabeza y algún rápido apretón de manos. Entre los que se acercan a la mesa está Patricio Fernández Rivero, destacado miembro de Tacuara, estudiante de Letras y novio de Hilda Disandro, sobrina del profesor. También está Félix Navazzo, hombre de acción, de aspecto inofensivo con sus lentes de aumento de marco metálico. No falta el metro noventa de Martín Sala con su infaltable camisa kaki y sus ojos saltones brillantes de admiración por el maestro que acaba de tensar aún más la cuerda de un nacionalismo antiliberal, anticomunista y filoperonista que muchos jóvenes platenses de clase media comienzan a abrazar en un escenario político congelado por la dictadura de tintes corporativistas del general Onganía.
Pero, ¿quién es este profesor universitario que deslumbra e inspira a jóvenes militantes de la ultraderecha platense?
En el salón de actos, un lugar no demasiado grande, desafiando el calor y la humedad platense, se agrupan algunas decenas de personas, la mayoría jóvenes. Es fácil reconocer a los pertenecientes a Tacuara o a la Unes (Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios) por el pelo cuidadosamente engominado, las camisas color kaki, sacos y camperas negras y, en general, por una actitud entre marcial y adusta que encaja perfectamente en un escenario austero, de pobre iluminación y una simple mesa recubierta con un paño verde.
A esa mesa se sienta, solo, el profesor Disandro y comienza su alocución que titula “Respuesta de un aborigen a Toynbee”. Es el largo recorrido por un texto que, si bien lee, da la impresión de saber de memoria.
Arnold Toynbee es un historiador inglés que recorre América latina “vendiendo” su teoría de la necesidad de un gran acuerdo EE.UU.-URSS para salvar a la Humanidad del cataclismo nuclear.
El denso ensayo-respuesta que Disandro lee con voz monocorde ahonda en sus temas dilectos: la Patria como suma de Tierra, Pueblo, Nación y Estado, su defensa como deber y derecho ante el embate combinado de la sinarquía y los poderes imperiales comunistas y capitalistas, la continuidad espiritual con un Occidente helénico, católico preconciliar y respetuoso de la tradición hispánica, y la necesidad imperiosa de combatir por todos los medios al invasor furtivo que intenta conquistar a “la juventud, los institutos de formación de las FFAA y los estamentos intelectuales y religiosos.”
Para Disandro: “El poder de EE.UU. constituye un pseudoimperio, cuya trama capitalista pretende una conducción tecnocrática sobre las viejas y derruidas manifestaciones del liberalismo. El poder soviético, a su vez es otro pseudoimperio, cuya trama socialista-comunista se ha erigido sobre los nefastos resultados de guerras inicuas y de planes siniestros. En ninguno de esos poderes puede confiar en ningún sentido nuestra sufrida tierra; nuestro deber, en cambio, es preservarla, protegerla y transmitirla incólume, como un bien sagrado e intocable.” Y para preservar, proteger, y transmitir, el texto clama por una “guerra total al invasor, consolidación de la justicia entitativa de la Nación, instauración de un estado fundacional, forjado por los argentinos, con la alegre consagración de la tierra argentina.”
Son las palabras finales, alzando por primera vez la voz y acomodándose los anteojos de marco negro, Disandro, cordobés de la Hélade, como se autodesigna en el texto, dice en griego clásico: nun híper pantón agón. Ahora la lucha es el todo por el todo.
Suenan los aplausos, algunas personas se levantan para felicitar a Disandro que –evidentemente poco adicto a las manifestaciones afectivas– agradece con leves inclinaciones de cabeza y algún rápido apretón de manos. Entre los que se acercan a la mesa está Patricio Fernández Rivero, destacado miembro de Tacuara, estudiante de Letras y novio de Hilda Disandro, sobrina del profesor. También está Félix Navazzo, hombre de acción, de aspecto inofensivo con sus lentes de aumento de marco metálico. No falta el metro noventa de Martín Sala con su infaltable camisa kaki y sus ojos saltones brillantes de admiración por el maestro que acaba de tensar aún más la cuerda de un nacionalismo antiliberal, anticomunista y filoperonista que muchos jóvenes platenses de clase media comienzan a abrazar en un escenario político congelado por la dictadura de tintes corporativistas del general Onganía.
Pero, ¿quién es este profesor universitario que deslumbra e inspira a jóvenes militantes de la ultraderecha platense?
Biografía del bodeguero. Carlos Alberto Disandro nació en La Plata el 26 de agosto de 1919, pero cursó sus estudios en el tradicional colegio Monserrat de Córdoba, donde conoció al filósofo Nimio de Anquín, profesor de Lógica y Moral. Destacado representante del integrismo católico cordobés, de Anquín fundó en 1936 la Unión Nacional Fascista para luchar contra el laicismo, el liberalismo y el reformismo universitario. Para él, el nacionalismo “propicia el encaminamiento de la Nación… por el orden y la unidad, religados en autoridad.” Enemigo acérrimo de la democracia liberal, afirma que el Estado argentino no puede revestir forma democrática porque ello implicaría una crisis autodestructora y el abismo de la anarquía o –peor aún– el comunismo.
Con ese bagaje ideológico a cuestas y ya recibido de bachiller, Disandro volvió a La Plata donde se recibió de Profesor en Letras en la Unlp. Después de acceder al doctorado fue nombrado profesor de Lenguas clásicas, cargo que concursó definitivamente en 1947, para recibir el diploma de manos del coronel Perón. También trabajó en la Secretaría de Trabajo y Previsión y fue un activo colaborador en el proceso de reforma universitaria que culminó con la Ley 13.031 en 1947. Esta ley establecía la designación por decreto del Ejecutivo de todo el corpus dirigente y docente de las universidades nacionales, liquidaba la autonomía, prohibía expresamente la actividad política en los claustros y eliminaba la representación estudiantil en los consejos. En la páctica, también se exigían certificados de buena conducta a los alumnos.
En ese ambiente académico y político, Disandro adhirió al peronismo y, como expresa en su excelente ensayo El Papa blanco y sus heraldos negros el abogado y escritor platense Julián Axat, cuyos padres fueron desaparecidos por la dictadura en 1977: “A diferencia de su maestro Nimio de Anquín, de origen claramente aristocrático pero insinuando posturas clericales populistas, el fervor con el que Disandro asume la causa peronista –seguramente– se halla asociado a un genuino origen plebeyo que hasta entonces negó con erudición latina; de allí que le sirva para asumir, legitimar o hacerse reconocer con capacidad para engendrar un pensamiento nacional-popular que cruza lo culto-popular bajo la tríada: a) el clericalismo ultrapatriótico-populista- antisemita (Nimio de Anquín), b) el estudio de las letras clásicas (Marasso) como necesidad de un cristianismo que abreva en los padres griegos (tomismo), c) pensamiento político filosófico del primer peronismo, es decir, La comunidad organizada.
Dejado cesante por la Revolución Libertadora en 1955, Disandro se refugió en la producción intelectual, básicamente en tres planos: el político-filosófico panfletario, el literario y el poético (Axat, op. Cit.). Para difundir su ideario, fundó en 1959 el Instituto de Cultura Clásica Cardenal Cisneros en una vieja casona de la calle 115 entre 60 y 61, donde reunía a sus seguidores y dictaba cursos sobre historia, filosofía, religión y política. Uno de los activos participantes y colaboradores en el Instituto fue el comisario de la Policía Bonaerense Jorge Vicente Schoo, con quien cultivó una amistad pródiga en la producción y difusión de contenidos de formación para universitarios, sindicalistas, militares y policías. Precisamente, Disandro daría conferencias en la Escuela de Policía y años más tarde Schoo participaría en la redacción de un manual de Conducción Policial que estuvo vigente hasta 1997. Fundó también la revista La Hostería Volante, una (mala) traducción del título de la novela The Flying Inn de Chesterton. Allí, Disandro firmaba sus editoriales con el seudónimo de El Bodeguero.
Al igual que el antropólogo nazi de origen francés Jacques de Mahieu, que huyó de Francia para no ser juzgado por colaboracionista y recaló en la Argentina, donde fue mentor de Alberto Ezcurra, fundador de Tacuara y llegó a ser miembro de la Escuela Superior de Conducción del Movimiento Nacional Justicialista, Disandro se relacionó fuertemente con el peronismo y logró visitar a Perón en Puerta de Hierro e intercambiar correspondencia con el General para discutir temas como la sinarquía, el papel de la Iglesia post-conciliar, los infiltrados en el Movimiento y la política internacional.
Con ese bagaje ideológico a cuestas y ya recibido de bachiller, Disandro volvió a La Plata donde se recibió de Profesor en Letras en la Unlp. Después de acceder al doctorado fue nombrado profesor de Lenguas clásicas, cargo que concursó definitivamente en 1947, para recibir el diploma de manos del coronel Perón. También trabajó en la Secretaría de Trabajo y Previsión y fue un activo colaborador en el proceso de reforma universitaria que culminó con la Ley 13.031 en 1947. Esta ley establecía la designación por decreto del Ejecutivo de todo el corpus dirigente y docente de las universidades nacionales, liquidaba la autonomía, prohibía expresamente la actividad política en los claustros y eliminaba la representación estudiantil en los consejos. En la páctica, también se exigían certificados de buena conducta a los alumnos.
En ese ambiente académico y político, Disandro adhirió al peronismo y, como expresa en su excelente ensayo El Papa blanco y sus heraldos negros el abogado y escritor platense Julián Axat, cuyos padres fueron desaparecidos por la dictadura en 1977: “A diferencia de su maestro Nimio de Anquín, de origen claramente aristocrático pero insinuando posturas clericales populistas, el fervor con el que Disandro asume la causa peronista –seguramente– se halla asociado a un genuino origen plebeyo que hasta entonces negó con erudición latina; de allí que le sirva para asumir, legitimar o hacerse reconocer con capacidad para engendrar un pensamiento nacional-popular que cruza lo culto-popular bajo la tríada: a) el clericalismo ultrapatriótico-populista- antisemita (Nimio de Anquín), b) el estudio de las letras clásicas (Marasso) como necesidad de un cristianismo que abreva en los padres griegos (tomismo), c) pensamiento político filosófico del primer peronismo, es decir, La comunidad organizada.
Dejado cesante por la Revolución Libertadora en 1955, Disandro se refugió en la producción intelectual, básicamente en tres planos: el político-filosófico panfletario, el literario y el poético (Axat, op. Cit.). Para difundir su ideario, fundó en 1959 el Instituto de Cultura Clásica Cardenal Cisneros en una vieja casona de la calle 115 entre 60 y 61, donde reunía a sus seguidores y dictaba cursos sobre historia, filosofía, religión y política. Uno de los activos participantes y colaboradores en el Instituto fue el comisario de la Policía Bonaerense Jorge Vicente Schoo, con quien cultivó una amistad pródiga en la producción y difusión de contenidos de formación para universitarios, sindicalistas, militares y policías. Precisamente, Disandro daría conferencias en la Escuela de Policía y años más tarde Schoo participaría en la redacción de un manual de Conducción Policial que estuvo vigente hasta 1997. Fundó también la revista La Hostería Volante, una (mala) traducción del título de la novela The Flying Inn de Chesterton. Allí, Disandro firmaba sus editoriales con el seudónimo de El Bodeguero.
Al igual que el antropólogo nazi de origen francés Jacques de Mahieu, que huyó de Francia para no ser juzgado por colaboracionista y recaló en la Argentina, donde fue mentor de Alberto Ezcurra, fundador de Tacuara y llegó a ser miembro de la Escuela Superior de Conducción del Movimiento Nacional Justicialista, Disandro se relacionó fuertemente con el peronismo y logró visitar a Perón en Puerta de Hierro e intercambiar correspondencia con el General para discutir temas como la sinarquía, el papel de la Iglesia post-conciliar, los infiltrados en el Movimiento y la política internacional.
Fachos de terror. Después de la fundación de la CNU (Concentración Nacional Universitaria) a fines de los ’60 con la jefatura de Patricio Fernández Rivero, los planteos teóricos y filosóficos de Disandro tocan tierra y comienzan a tomar un cariz siniestro: en 1971 una patota de la CNU asesina en Mar del Plata a la estudiante Silvia Filler durante una asamblea universitaria. El 20 de junio de 1973, sus principales dirigentes participan, armas en mano, de la masacre de Ezeiza. En La Plata, comienzan y se multiplican los ataques a los centros de estudiantes, las intimidaciones a los militantes, las amenazas en las asambleas, especialmente a partir de la intervención de la Unlp encabezada por Pedro Arrighi. Para ese entonces, Disandro participaba de reuniones con el arzobispo de La Plata, monseñor Plaza, en las que bajaban línea a varios integrantes de la CNU, como Miradas al Surreveló oportunamente en la nota “Un infiltrado en la CNU”, la historia de Enrique Rodríguez Rossi, un militante de las Fuerzas Argentinas de Liberación “22 de agosto” (FAL 22) que logró infiltrarse en la banda y relatar sus reuniones, contactos y movimientos. No es menor el hecho de que a partir de 1973, participara también de esas reuniones el segundo jefe del Distrito Militar La Plata, teniente coronel Mario Sila López Osornio, uno de los nexos de la CNU con el Ejército.
Por entonces ya resultaba evidente el proceso de transformación del grupo original de jóvenes tacuaras de mentalidad fascista y sus mentores espirituales e ideológicos en una banda parapolicial al servicio del terrorismo de Estado. Finalmente, la “lucha del todo por el todo” anunciada por Disandro en su respuesta a Toynbee, se convertiría en la caza despiadada y sin cuartel de activistas y militantes populares. En La Plata, el grupo de tareas comandado por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio cumpliría esa tarea hasta las últimas consecuencias.
Por entonces ya resultaba evidente el proceso de transformación del grupo original de jóvenes tacuaras de mentalidad fascista y sus mentores espirituales e ideológicos en una banda parapolicial al servicio del terrorismo de Estado. Finalmente, la “lucha del todo por el todo” anunciada por Disandro en su respuesta a Toynbee, se convertiría en la caza despiadada y sin cuartel de activistas y militantes populares. En La Plata, el grupo de tareas comandado por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio cumpliría esa tarea hasta las últimas consecuencias.
Advocación
Con María y a los tiros
Con María y a los tiros
En diciembre de 1972, Patricio Fernández Rivero era el jefe operativo de la CNU en La Plata y uno de los miembros de la conducción nacional de la organización de la ultraderecha peronista. En ese carácter –y en coincidencia con la celebración del Día de la Ascensión de María– fue convocado a disertar en el Instituto Cardenal Cisneros para explicar “las excelencias de la historia de la Patria por las excelencias de María Santísima”. La breve exposición, reproducida en el número 30 de La Hostería Volante con el título de “El mysterio (sic) de María y la Patria”, es un claro ejemplo de la justificación delirante de la violencia de la banda desde la visión del integrismo católico.
“Debo ser breve y simple, porque así cuadra también al misterioso regir de la Virgen en nuestra historia –dice allí Fernández Rivero–; presencia cierta y ostensible, presencia imbatible y oculta. No podíamos celebrar esta fiesta sin recordar las fases en que nace la Patria, protegida por el manto de la Virgen. Ella, claro está, es donación de España a América, pero es donación particularísima para la Argentina inmortal. (…) La Patria Argentina es pues fundación de María”.
Más adelante señala: “No sólo es motivo sugerente la advocación de Luján, salida de las entrañas hispánicas, afincadas según el piadoso tenor de los recuerdos, en la entraña de tierra americana: la imagen poderosa quiere esta tierra poderosa. (…) Es una nueva conjunción de María con esta tierra incógnita, como algo que la liga en las fases inesperadas de su protección incomparable. En fin, no es sólo la presencia en los ejércitos de Belgrano, San Martín y tantos otros; es la unión sagrada de milicia y religión que halla en María Santísima la justa medida de una guerra justa, la sabia dispensación de una Patria que nace ya gloriosa. Gloriosa, porque querida por María”.
Centenares de víctimas asesinadas impunemente por las patotas de la Concentración Nacional Universitaria puesta al servicio del terrorismo de Estado fueron el saldo de esa “guerra justa” que, según Fernández Rivero, “halla en María su justa medida”.
“Debo ser breve y simple, porque así cuadra también al misterioso regir de la Virgen en nuestra historia –dice allí Fernández Rivero–; presencia cierta y ostensible, presencia imbatible y oculta. No podíamos celebrar esta fiesta sin recordar las fases en que nace la Patria, protegida por el manto de la Virgen. Ella, claro está, es donación de España a América, pero es donación particularísima para la Argentina inmortal. (…) La Patria Argentina es pues fundación de María”.
Más adelante señala: “No sólo es motivo sugerente la advocación de Luján, salida de las entrañas hispánicas, afincadas según el piadoso tenor de los recuerdos, en la entraña de tierra americana: la imagen poderosa quiere esta tierra poderosa. (…) Es una nueva conjunción de María con esta tierra incógnita, como algo que la liga en las fases inesperadas de su protección incomparable. En fin, no es sólo la presencia en los ejércitos de Belgrano, San Martín y tantos otros; es la unión sagrada de milicia y religión que halla en María Santísima la justa medida de una guerra justa, la sabia dispensación de una Patria que nace ya gloriosa. Gloriosa, porque querida por María”.
Centenares de víctimas asesinadas impunemente por las patotas de la Concentración Nacional Universitaria puesta al servicio del terrorismo de Estado fueron el saldo de esa “guerra justa” que, según Fernández Rivero, “halla en María su justa medida”.
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