Drones: a la espera de lanzar un ataque mortal a un mundo de distancia
The New York Times news service/syndicate Elisabeth Bumiller
Martes 14, agosto 2012 | 7:41 pm
Los aviones no tripulados tienen cámaras poderosas que ponen a la guerra directo ante el rostro del piloto.
Desde su consola de computadora aquí en los suburbios de Syracuse, el coronel D. Scott Brenton vuela a control remoto un avión no tripulado Reaper que transmite cientos de horas de video en vivo de insurgentes, sus blancos pretendidos, que llevan a cabo su vida diaria a 11,265 kilómetros de distancia en Afganistán. En ocasiones, él y su equipo observan el mismo recinto familiar por semanas. “Veo a madres con niños, veo padres con niños, veo a padres con madres, veo niños jugando futbol soccer”, dijo Brenton.
Cuando llega la llamada para que dispare un misil y mate a un militante –y solamente, dijo Brenton, cuando las mujeres y los niños no están por ahí– el cabello de su nuca se eriza, como sucedía cuando enfocaba blancos con su jet de combate F-16.
Después, al igual que en los viejos tiempos, compartimenta. “No siento ningún vínculo emocional con el enemigo”, dijo. “Tengo un deber, y ejecuto la tarea”.
Los aviones no tripulados no sólo están revolucionando la forma en que Estados Unidos hace la guerra sino que también están cambiando en formas profundas las vidas de las personas que los hacen volar. Brenton reconoce la peculiar nueva desconexión que conlleva librar una teleguerra con una palanca y un pedal desde su asiento acojinado en un suburbio estadounidense.
Cuando estaba desplegado en Irak, “uno aterriza y no hay más armas en tu F-16, la gente tiene una idea de en qué estuviste involucrado”. Ahora sale de una habitación oscura de pantallas de video, con la adrenalina aún bullendo después de apretar el gatillo, y viaja de vuelta a casa pasando por restaurantes de comida rápida y tiendas de conveniencia para ayudar con las labores del hogar; pero siempre solo con lo que ha hecho.
“Es una sensación extraña”, dijo. “Nadie en mi entorno inmediato está consciente de que ocurrió algo”.
Rutinariamente considerados robots que convierten las guerras en videojuegos esterilizados, los aviones no tripulados tienen cámaras poderosas que ponen a la guerra directo ante el rostro del piloto.
Aunque los pilotos hablan con entusiasmo de los días buenos, cuando pueden ver el video entrante y advertir a una patrulla terrestre en Afganistán sobre una emboscada que les espera más adelante, la Fuerza Aérea también está trasladando a capellanes y médicos al exterior de los centros de operación de aviones no tripulados para ayudar a los pilotos a manejar los días malos; imágenes de un niño que murió por error o un acercamiento de un infante de Marina abatido a tiros en una redada que terminó mal.
Entre las tareas sicológicas más difíciles está la vigilancia estrecha para las misiones de francotiradores aéreos, que recuerdan al agente de la Stasi germanoriental absorto por la gente a la que espía en la película “La vida de los otros”. Un piloto de avión no tripulado y su compañero, un operador de sensores que manipula la cámara de la nave, observan los hábitos de un militante mientras juega con sus hijos, habla con su esposa y visita a sus vecinos. Luego tratan de dirigir su ataque al momento en que, por ejemplo, su familia va al mercado.
“Observan a este tipo hacer cosas malas y luego cosas de su antigua vida común”, dijo el coronel Hernando Ortega, el jefe de medicina aeroespacial del Comando de Capacitación en Educación Aérea, quien ayudó a realizar un estudio el año pasado sobre las presiones que soportan los pilotos de aviones no tripulados. “En cierto momento, parte de las acciones podrían recordarles lo que ellos mismos hacen. Se podría alcanzar un nivel de familiaridad que dificulte un poco tirar del gatillo”.
De una docena de pilotos, operadores de sensores y analistas de información de inteligencia de apoyo entrevistados recientemente en tres bases militares de Estados Unidos, ninguno reconoció el tipo de sentimientos personales por los afganos que les mantendrían despiertos toda la noche después de ver el derramamiento de sangre dejado por los misiles y las bombas. Pero todos hablaron de una cierta intimidad con la vida familiar afgana que los pilotos tradicionales nunca ven desde 6,000 metros de altura, y que incluso las tropas en tierra rara vez experimentan.
“Los vemos despertar en la mañana, realizar su trabajo, ir a dormir en la noche”, dijo Dave, un mayor de la Fuerza Aérea que voló aviones no tripulados de 2007 a 2009 en la Base Creech de la Fuerza Aérea en Nevada y ahora entrena a pilotos de aviones no tripulados en la Base Holloman de la Fuerza Aérea en Nuevo México. (La Fuerza Aérea, citando lo que dice son amenazas creíbles, prohíbe a los pilotos revelar sus apellidos. Los altos comandantes que hablan con los medios noticiosos y grupos comunitarios sobre la misión de la base, como Brenton en Syracuse, usan sus nombres completos.)
La Fuerza Aérea ahora tiene más de 1,300 pilotos de aviones no tripulados, unos 300 menos de los que necesita, acantonados en 13 o más bases en todo Estados Unidos. Vuelan los aviones robots principalmente en Afganistán. (Las cifras no incluyen al programa secreto de la Agencia Central de Inteligencia, o CIA, por sus siglas en inglés, que realiza ataques con aviones no tripulados en Pakistán, Somalia y Yemen.) Aunque la guerra afgana está disminuyendo, las fuerzas militares esperan que los aviones robots ayuden a compensar en menor número de tropas en tierra.
Para 2015, el Pentágono proyecta que la Fuerza Aérea necesitará más de 2,000 pilotos de aviones no tripulados para patrullajes aéreos de combate que operen las 24 horas en todo el mundo. La Fuerza Aérea ya está capacitando a más pilotos de aviones robots –350 al año– que pilotos de aviones de combate y bombarderos combinados. Hasta este año, los pilotos de aviones no tripulados pasaban por el entrenamiento de vuelo tradicional antes de aprender a operar Predators, Reapers y Global Hawks desarmados. Ahora los pilotos están en una vía rápida y pasan sólo 40 horas en un avión tipo Cessna básico antes de empezar su entrenamiento con aviones no tripulados.
El general Norton A. Schwartz, jefe del estado mayor de la Fuerza Aérea, dijo que era “concebible” que los pilotos de aviones no tripulados en la Fuerza Aérea superaran en número a los que están en cabinas en el futuro previsible, aunque predijo que la Fuerza Aérea tendría pilotos tradicionales durante al menos 30 años más.
Muchos pilotos de aviones robots alguna vez volaron realmente pero cambiaron a las naves no tripuladas por una sensación de lo inevitable; o si volaban aviones de carga, para sentirse más cerca de la guerra. “Definitivamente, uno se siente más conectado con los chicos, la batalla”, dijo Dave, el mayor de la Fuerza Aérea, que voló aviones de transporte C-130 en Irak y Afganistán.
Ahora, cada vez más bases de la Guardia Nacional Aérea están abandonando los aviones tradicionales y cambiando a los aviones no tripulados para satisfacer la demanda, entre ellas el Campo Hancock, que retiró sus F-16 y cambió a los Reapers en 2010. Brenton, que para entonces había registrado más de 4,000 horas de vuelo en F-16 en 15 años de servicio activo y una década en Syracuse desplegándose a zonas de guerra con la Guardia, dijo que aprendió a volar aviones no tripulados para permanecer conectado con el combate. Cierto, los aviones robots no pueden involucrarse en el combate aire-aire, pero Brenton dijo que “la cantidad de tiempo en que me he involucrado con el enemigo en combate aire-tierra ha sido importante” tanto en los Reaper como en los F-16.
“Me siento como si estuviera haciendo lo mismo que he hecho siempre, simplemente que no me despliego para hacerlo”, dijo. Ahora trabaja de tiempo completo comandando una fuerza de unos 220 pilotos de Reaper, operadores de sensores y analistas de inteligencia en la base.
Los pilotos dicen que los mejores días son cuando las tropas en tierra les agradecen por mantenerlos seguros. Ted, un mayor de la Fuerza Aérea y piloto de F-16 que voló Reapers desde Creech, recordó cómo las tropas de una patrulla extendida lejos de su base en Afganistán se sintieron agradecidas cuando él voló un Reaper sobre ellos por cinco horas para que pudieran dormir un poco una noche. Simplemente le dijeron: “Estamos manteniendo a un tipo despierto para que hable contigo, pero si puedes, simplemente mantén la observación y asegúrate de que nadie nos sorprenda”, recordó. Todos los operadores descartan la idea de que están jugando un videojuego. (También rechazan la expresión “no tripulado” porque dicen que describe a una nave que vuela sola. Llaman a sus aviones naves piloteadas remotamente.)
“No hay ningún videojuego que me pida sentarme en una silla durante seis horas y observe al mismo blanco”, dijo Joshua, un operador de sensores que trabajó en Creech durante una década y ahora es entrenador en Holloman. “Una de las cosas que tratamos de inculcar en nuestros tripulantes es que éste es un avión real con un componente humano real, y cualquier decisión que tomen, buena o mala, va a tener consecuencias reales”.
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