Plutocracia democrática
Año 5. Edición número 232. Domingo 28 de octubre de 2012
Elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Un informe de la autoridad electoral estadounidense indica que las campañas presidenciales están a punto de rebasar los mil millones de dólares, sin contar el dinero de los comités independientes llamados SuperPac.
En el universo exclusivo de los más ricos de Estados Unidos, la democracia es un concepto muy bonito si se define como un país en donde su bienestar es el bienestar de Estados Unidos, y están dispuestos a pagar millones para asegurar que esa definición sea la que triunfe en las elecciones.
Las campañas electorales de los candidatos de los dos partidos nacionales –o sea el proceso necesario para que esto obtenga el sello de “democracia”– son en gran parte financiadas por los más ricos, asegurando que gane quien gane, ellos ganan.
Una y otra vez, críticos desde el economista Joseph Stiglitz, Premio Nobel, el legendario y veterano reportero Bill Moyers, el analista Noam Chomsky, y hasta Bruce Springsteen, entre otros, han expresado que la extrema concentración de riqueza y su daño colateral, la dramática desigualdad económica, están amenazando a la democracia más poderosa del mundo. La desigualdad ha llegado a un punto sin precedente desde 1928, con el 1% de la población controlando 40% de la riqueza nacional, mientras los indicadores de pobreza, hambre, ingreso medio y más de todos los demás sigue empeorado. Moyers reporta que el 1% acaparó el 93% del ingreso generado en el primer año de la llamada “recuperación”. No sólo eso, sino que afirma que “en ningún momento en la historia moderna el 0,001% más rico ha sido dueño de tanta riqueza o ha pagado tan poco en impuestos”.
Todo esto se ha logrado bajo presidentes tanto demócratas como republicanos a lo largo de las últimas tres décadas. O sea, ha sido un producto bipartidista, o en el discurso oficial de aquí, “democrático”.
De hecho, en el momento que algún político se atreva a mencionar el hecho más determinante de la historia moderna del país, los multimillonarios critican a los acusadores de ser “antidemocráticos” y “socialistas” y de buscar provocar “una guerra de clases”.
Barack Obama se ha referido muy cautelosamente al asunto, primero afirmando que “el genio del sistema de mercado libre es el motor” de la prosperidad de este país, pero argumentando que para recuperar el sueño americano, el gobierno y el sector privado tienen que generar mayores oportunidades para la clase media, y propone elevar de manera mínima impuestos sobre los ricos (los cuales están a sus niveles más bajos en décadas).
En respuesta, algunos ejecutivos de Wall Street, quienes le dieron más contribuciones que a su contrincante en la elección de 2008, ahora castigan a Obama al invertir millones en la campaña del republicano –y ex financiero– Mitt Romney (aunque también siguen dando, pero menos, a la campaña del presidente). Romney, ni hablar, es miembro del club del uno por ciento, quienes afirman que el gobierno es el obstáculo a la prosperidad y que ellos son “los generadores del empleo” y la prosperidad del país entero. Ninguno de los dos candidatos presidenciales y casi ningún otro político cuestiona el “sistema” que generó esta desigualdad.
Una de las razones de esto es que gran parte de la cúpula política pertenece al uno por ciento: la riqueza promedio de un representante, en 2010, fue de 5,9 millones de dólares, y de un senador 13,1 millones, según el Center for Responsive Politics. Otra es que casi todos dependen del uno por ciento para ser electos.
Y la campaña de Obama ha tenido que abordar esta inquietud reclutando hasta el apoyo de Bruce Springsteen mientras está de gira promoviendo su nuevo disco Wrecking Ball, con canciones llenas de ira justo sobre el robo de la democracia y de los sueños de la gente común por los banqueros y sus cómplices (la gira culminará en la ciudad de México el mes entrante).
Pero, mientras financieras como Goldman Sachs reportan ganancias sin precedente, cuando uno de cada seis estadunidenses están en la pobreza y un número similar padece hambre, eso de que “estamos todos juntos” no es un coro que canten todos juntos ante la realidad de un país cada vez más desigual. Toda la retórica sobre la “democracia” y de que existe “una opción” que inunda al país a menos de tres semanas de la elección se contrapone con la realidad de que por ahora, esta es una democracia para, por y de los más ricos. O sea, plutocracia democrática.
En el universo exclusivo de los más ricos de Estados Unidos, la democracia es un concepto muy bonito si se define como un país en donde su bienestar es el bienestar de Estados Unidos, y están dispuestos a pagar millones para asegurar que esa definición sea la que triunfe en las elecciones.
Las campañas electorales de los candidatos de los dos partidos nacionales –o sea el proceso necesario para que esto obtenga el sello de “democracia”– son en gran parte financiadas por los más ricos, asegurando que gane quien gane, ellos ganan.
Una y otra vez, críticos desde el economista Joseph Stiglitz, Premio Nobel, el legendario y veterano reportero Bill Moyers, el analista Noam Chomsky, y hasta Bruce Springsteen, entre otros, han expresado que la extrema concentración de riqueza y su daño colateral, la dramática desigualdad económica, están amenazando a la democracia más poderosa del mundo. La desigualdad ha llegado a un punto sin precedente desde 1928, con el 1% de la población controlando 40% de la riqueza nacional, mientras los indicadores de pobreza, hambre, ingreso medio y más de todos los demás sigue empeorado. Moyers reporta que el 1% acaparó el 93% del ingreso generado en el primer año de la llamada “recuperación”. No sólo eso, sino que afirma que “en ningún momento en la historia moderna el 0,001% más rico ha sido dueño de tanta riqueza o ha pagado tan poco en impuestos”.
Todo esto se ha logrado bajo presidentes tanto demócratas como republicanos a lo largo de las últimas tres décadas. O sea, ha sido un producto bipartidista, o en el discurso oficial de aquí, “democrático”.
De hecho, en el momento que algún político se atreva a mencionar el hecho más determinante de la historia moderna del país, los multimillonarios critican a los acusadores de ser “antidemocráticos” y “socialistas” y de buscar provocar “una guerra de clases”.
Barack Obama se ha referido muy cautelosamente al asunto, primero afirmando que “el genio del sistema de mercado libre es el motor” de la prosperidad de este país, pero argumentando que para recuperar el sueño americano, el gobierno y el sector privado tienen que generar mayores oportunidades para la clase media, y propone elevar de manera mínima impuestos sobre los ricos (los cuales están a sus niveles más bajos en décadas).
En respuesta, algunos ejecutivos de Wall Street, quienes le dieron más contribuciones que a su contrincante en la elección de 2008, ahora castigan a Obama al invertir millones en la campaña del republicano –y ex financiero– Mitt Romney (aunque también siguen dando, pero menos, a la campaña del presidente). Romney, ni hablar, es miembro del club del uno por ciento, quienes afirman que el gobierno es el obstáculo a la prosperidad y que ellos son “los generadores del empleo” y la prosperidad del país entero. Ninguno de los dos candidatos presidenciales y casi ningún otro político cuestiona el “sistema” que generó esta desigualdad.
Una de las razones de esto es que gran parte de la cúpula política pertenece al uno por ciento: la riqueza promedio de un representante, en 2010, fue de 5,9 millones de dólares, y de un senador 13,1 millones, según el Center for Responsive Politics. Otra es que casi todos dependen del uno por ciento para ser electos.
Y la campaña de Obama ha tenido que abordar esta inquietud reclutando hasta el apoyo de Bruce Springsteen mientras está de gira promoviendo su nuevo disco Wrecking Ball, con canciones llenas de ira justo sobre el robo de la democracia y de los sueños de la gente común por los banqueros y sus cómplices (la gira culminará en la ciudad de México el mes entrante).
Pero, mientras financieras como Goldman Sachs reportan ganancias sin precedente, cuando uno de cada seis estadunidenses están en la pobreza y un número similar padece hambre, eso de que “estamos todos juntos” no es un coro que canten todos juntos ante la realidad de un país cada vez más desigual. Toda la retórica sobre la “democracia” y de que existe “una opción” que inunda al país a menos de tres semanas de la elección se contrapone con la realidad de que por ahora, esta es una democracia para, por y de los más ricos. O sea, plutocracia democrática.
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