Leemos en Página 12 este jugoso reportaje a Enrique Pinti, que hace grandes méritos para hacerse acreedor al título de pelotudo perfecto. Hasta se anima -en una de las subnotas- a ensayar una definición del pelotudo, que le calza a él mismo como anillo al dedo.
Pinti es al humor político lo que Lilita Carrió a la política -de allí que no extrañe que le atraiga la "ideología" (sic) de la pitonisa naranja- o Lanata al periodismo: esas especies gaseosas que, en los tiempos del menemismo, pudieron parecer progres pero hoy -en la era post Kirchner- han quedado desnudos en su precariedad ideológica, en su cacerolerismo anclado mentalmente en el "que se vayan todos", sin ponerse a pensar siquiera en quienes vendrían.
Las reflexiones de Pinti sobre el poder real -que deposita en la política y los políticos, excluyendo a las corporaciones-, el simplismo clasemediero con el que analiza un proceso tan complejo y rico como el vivido por la Argentina desde el 2003, nos dicen que la distancia intelectual que lo separa de sus espectadores promedio (gente algo masoca a la que le gusta que le lancen en la cara sus pequeñeces, quizás sin darse cuenta que están hablando de ellos), es mucho menor de la que él mismo piensa.
La comparación con Lanata viene a cuento de la misma sensación que los dos causan: hace 20 años parecían corrosivos y transgresores, hoy dan pena, o como mínimo, indiferencia; los dos pueden también compartir la mesa de Mirtha Legrand sin pelearse con la señora, y no precisamente porque guarden las buenas maneras.
En fin, la nota es interesante pero deja un interrogante: ¿cuál será el porcentaje de gorilismo que Pinti reconoce tener, un 99,99 %?
Porque si fuera así, el 0,01 % restante se debe -quizás- a que en su racconto de las pestes que el primer peronismo descargó sobre la sociedad argentina, omitió mencionar el pan negro.
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