Hay que tener una altura moral superior, un compromiso infranqueable con los valores propios y unos huevos gigantes para hacer lo que hizo Salvador Allende mientras bombardeaban La Moneda. Bien dijo antes que tenía un mandato que le había dado el pueblo,que saldría de palacio solo al terminar el periodo constitucional o lo haría “con los pies por delante en un pijama de madera”.
El suicidio de Allende, que para algunas personas puede parecer un acto de poco valor, es una tremenda e histórica muestra de valentía y consecuencia.El suicidio de Allende no es un suicidio de aquellos que en medio de una lamentable depresión dejan de querer vivir. Es un acto moral y político. El tenía una familia a la que amaba por sobre todas las cosas. Le gustaba la buena mesa, el buen trago, la música y la poesía. Era un eterno romántico. Vivía la política con pasión. Amaba a la vida y la vivía como un enamorado de ella, sin complejos. Para un librepensador como él, existiendo dudas de la existencia de otra vida, esta es la más valiosa, pero los hombres como Allende tienen la valentía de renunciar a lo más querido en pro de un interés superior.
Allende sabía que él era más que una persona natural. Tenía claro que representaba los sueños de miles y la posibilidad real de terminar con las injusticias en que vivían millones de chilenos y chilenas. Tenía la certeza que, más que la persona de Salvador Allende padre, esposo, abuelo, compañero o amigo, él era el presidente de Chile.
Electo por la gente, ratificado por el congreso y juramentado ante la constitución, Allende tenía en su raíz republicana y demócrata la profunda convicción de que al Presidente de la República no se le saca bombardeado por la minoritaria elite que maneja el poder militar y económico.
El acto de Allende terminará contrastándose con el final de la figura histórica de la derecha chilena. Mientras Allende hizo un acto para la historia, Pinochet murió arrancando de la justicia que lo investigaba por violaciones a los DDHH y por cuentas ilícitas. Para eludir la justicia el ex dictador argumentó que no era capaz de controlar la memoria, el lenguaje, la orina y los esfínteres, puesto los dementes seniles no son imputables en la ley chilena. ¿Quién es, entonces, el cobarde? Ser valiente no es pegarle al más chico; es ser el más chico, y no agachar el moño. Allende tenía claro que combatir era imposible y que arrancar era impresentable. Pudiendo hacerlo, no renunció: llamo a la gente a no sacrificarse, y pagó con su vida la lealtad del pueblo.
Su sacrificio no fue en vano. Hoy es un potente mensaje moral para las nuevas generaciones. Es como si Allende hubiera podido prever tres décadas después el desprestigio de la clase política y la necesidad de tener figuras que nos demostraran que el hombre sí puede actuar a esa altura. Allende sabía que otros hombres deberían superar ese momento gris y amargo. Sabía que su sacrificio seria el impulso de miles de jóvenes que hoy repletan las grandes alamedas. Sin duda el último acto de Allende es una razón más para pensar que es el más grande de los chilenos en nuestra historia. ¡Allende Superstar!
*Daniel Manouchehri Lobos, 27 años, ex dirigente estudiantil, estudiante de derecho y comité central del PS. Twitter: @dmanoucheri.  Columna publicada en “The Clinic”.