Clarín en dos actos
Año 6. Edición número 271. Domingo 28 de julio de 2013
Los unos y los otros o los mismos. El cómico peruano
Carlos Álvarez –empleado de los hermanos Delgado Parker– en uno de sus
tantos sketchs donde ataca todo tipo de dirigente político que no le
pague el salario. Jorge Lanata, desde su Periodismo para todos. La nota
de Martín Sivak en The New York Times International Weekly que Clarín
decidió levantar de su edición nacional y Genaro Delgado Parker, al
frente de su emporio Panamericana Televisión, que logró los servicios
del programa de Lanata para Miami.
ACTO I. En junio de 2013, Jorge Lanata festejó desde su
programa dominical en Canal 13 –todo un logro, además, del Grupo Clarín–
que se había firmado un acuerdo con una repetidora norteamericana para
emitir
Periodismo Para Todos en los Estados Unidos. “Se podrá ver
allá cada domingo, pero no en el Tucumán de Alperovich”, dijo el
conductor sonriendo canchero ante cámara.
Lo que nadie dijo –ni Lanata ni nadie del Grupo Clarín– es que Canal
Sur, el canal que, en cuestión, repetiría el programa, es propiedad de
Genaro y Héctor Delgado Parker, dos señores dueños de Sur Corporation,
empresa que engloba, además de la mencionada señal, a Canal Sur Cable,
Sur Perú, México TV, TV Venezuela y Sur Dish Network.
La página oficial de Sur Corporation dice que Genaro y Héctor Delgado
Parker, dos empresarios peruanos de la industria de la radio y la
televisión, tuvieron una preocupación: “La carencia de información que
teníamos los latinoamericanos sobre nuestros países hermanos, en
comparación con la abundancia de información que nos llegaba de los
países de Norteamérica y de Europa. Estando tan cerca y con tantas
similitudes culturales, era muy poco lo que sabíamos los
latinoamericanos de nuestros vecinos y hermanos. Por ello, se formó un
canal de televisión que informe a todos los latinoamericanos emigrantes
sobre la realidad de su país de origen. Es así que, a mediados de 1992,
lanza al mercado Canal Sur, que se introduce como una especie de
‘Naciones Latinoamericanas Unidas’. En este espacio cada país puede
mostrar su realidad y dar a conocer al mundo sus vivencias, problemas,
fortalezas y debilidades”. Sí, leyó bien, “una especie de Naciones
Latinoamericanas Unidas”, minga de Mercosur, Unasur y todas esas uniones
de países que pretenden, al parecer, caerse del mundo tan ordenadito.
Toda una preocupación, qué embromar.
Por esa preocupación fue, quizá, que los Delgado Parker habían
contratado con anterioridad –con mucha, muchísima anterioridad– al
cómico Carlos Álvarez. El periodista César Hildebrant relata los
detalles de la actuación de Álvarez “cuando Fujimori mandaba, Montesinos
asustaba, Canal Sur pagaba y la gente decente vomitaba si encendía la
tele”: “Era la época en que el señor Álvarez salía en los mítines
re–reeleccionistas de Fujimori. El señor Álvarez cobraba en las
ventanillas de Canal Sur, recibía indicaciones del guionista Bressani,
del productor Montesinos y del Akira Kurosawa de los vertederos, Alberto
Fujimori, y con toda esa ayudantía detrás salía a la pantalla a enlodar
a la oposición, a calumniar a los díscolos y a hacerles muecas a los
desafectos (a tanto el insulto, a cheque en mano la inmundicia y a letra
a 30 días el kilo de saña)”.
Las gracias del cómico Carlos Álvarez radicaban en desacreditar a la
democracia presentando como energúmenos apocalípticos a todos los que se
animaban a pelearle al neoliberalismo peruano o abogaban por un país
menos infecto.
Y antes, algunos años antes, cuando Héctor Delgado Parker fungía de
asesor de Alan García (¿alguien recuerda aquellos afiches porteños de
los ’80 que rezaban “Patria mía, dame un presidente como Alan García”,
mientras la Argentina la presidía Raúl Alfonsín?), le encomendó a
Álvarez despacharse con el personaje de
Popy Olivera. El mentado
personaje Olivera era Luis Fernando Olivera Vega, encargado en la
comisión del Congreso peruano de investigar las propiedades del
presidente, así como el más ensañado acusador de los infinitos casos de
corrupción y de irregularidades del primer mandato de Alan García.
Luego, fue congresista de Perú hasta 2000. El 14 de septiembre de ese
año llegó a su cúspide política cuando presentó un video donde se
mostraba al entonces asesor fujimorista Vladimiro Montesinos entregando
15.000 dólares a Alberto Kouri, un congresista de la oposición, para que
se pasara a las filas de Perú 2000, el partido oficialista. El video
provocó la caída del régimen del presidente Alberto Fujimori. Pero eso
es apresurarse. En la primera época presidencial de Alan García
(1985/1990), Olivera era su enemigo acérrimo, y para Delgado Parker era
de suma importancia que el cómico Álvarez ridiculizara al máximo a
Olivera poniéndole el nombre de un payaso venezolano,
Popy, y
pintándolo siempre como un fervoroso defensor de la estupidez. Dice
Hildebrandt: “Álvarez obedeció, con su cheque respectivo, y durante años
Popy Olivera se exprimió ante cámaras”.
García dejó el gobierno a manos de Alberto Fujimori y los Delgado Parker
se aggiornaron. Carlos Ávarez siguió con su personaje de
Popy Olivera, esta vez para atacar a quien atacaba a Fujimori.
El portal
La Primera, de Perú, dice, sobre los empresarios de la
televisión, que “no les resultó difícil arreglar sus negocios durante el
régimen fujimontesinista, del cual inclusive se recuerda el video en el
que Genaro Delgado Parker aparece cerrando un acuerdo con el inefable
ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos, para salir bien librado del
juicio contra Ernesto Shütz Landázuri por el control del Canal 5”.
Y continúa: “A la caída de Fujimori, pudieron capear el temporal una vez
más y, luego de obtener la administración de Canal 5 durante el
gobierno de Toledo, mediante una argucia judicial bastante cuestionada,
los empresarios se dieron el lujo de salir limpios de polvo y paja en el
juicio anticorrupción por el caso Montesinos, del que Genaro fue
excluido por ser mayor de 70 años, demostrando lo atinado del refrán que
dice: más sabe el diablo por viejo que por diablo”.
Cuenta la historia de Perú que cuando Fujimori tuvo que huir, Héctor
Delgado Parker consiguió reflotar sus asesorías políticas para Alan
García. El cómico Álvarez, entonces, preguntó a quién debía obedecer.
“Obedecerás, como siempre, al que pague”, dicen que dijo Delgado Parker.
Cualquier similitud entre Álvarez y Lanata corre por cuenta del lector.
Hubo un diálogo desopilante cuando cayó Fujimori. Ocurrió cuando el
sistema anticorrupción peruano llamó a declarar a Montesinos, nada más
ni nada menos que el jefe del Servicio de Inteligencia Nacional del
Perú, Consejero de Seguridad del Gobierno y asesor plenipotenciario
presidencial.
–Señor Montesinos: ¿a quién estaban dirigidos los sobres con dinero que tenían escrito el nombre de Carlos Álvarez?
–A Carlos Álvarez –respondió Montesinos.
–¿A Carlos Álvarez, el cómico? –le repreguntaron, insisntentes.
–No. Carlos Álvarez era el nombre falso de uno de los agentes del
Servicio de Inteligencia –respondió Montesinos sin poder contener la
carcajada.
Las denuncias sobre los Delgado Parker no dejaron de sonar. Una de ellas
señala que los empresarios incumplieron con sus obligaciones de
interventores judiciales pese a lo cual la titular del Segundo Juzgado
Civil de Lima Norte, Ana Lucía Campos, quien lo nombró y puede
revocarlo, lo mantiene al frente del canal.
La jueza Campos decidió ignorar la información que el ministerio de
Trabajo le había proporcionado el 13 de agosto de 2008 sobre las
infracciones legales laborales cometidas. Ese informe (oficio Nº
1357–2008 MTPE/2) señalaba que los Delgado Parker “incumplen las normas
sociolaborales que obligan a la empresa Panamericana Televisión SAA y
han llegado al extremo de negarse a permitir el ingreso de los
inspectores del ministerio, además de mantener una abultada deuda con la
Sunat (Superintendencia Nacional de Aduanas y Administración
Tributaria) que bordea los 100 millones de soles”.
Como broche, una perlita de la literatura neoliberal sobre los hermanos
Héctor y Genaro Delgado Parker. Así afirmó Mario Vargas Llosa en su
libro
El pez en el agua, luego de recibir un millón de dólares
para su campaña presidencial de 1989: “Siempre tomé con un grano de sal
sus declaraciones de amor político, pues creo conocerlos bastante bien
para saber que el gran éxito como empresarios se ha debido no sólo a la
energía y talento, sino también al genio camaleónico, la habilidad
mercantilista para nadar en el agua y el aceite, y persuadir al mismo
tiempo a Dios y al diablo que son hombres suyos”.
El acuerdo entre Canal Sur (Sur Corporation, los Delgado Parker) y
Periodismo Para Todos (Canal 13, Grupo Clarín) permanece intacto.
ACTO II. Todos los sábados, los lectores del diario
Clarín pueden consultar, dentro del show de suplementos que hace desarrollar el bíceps de los compradores, el
The New York Times International Weekly,
selección de las notas aparecidos en la edición del diario
estadounidense traducidas al español. Todos los sábados, se dijo, menos
el sábado 20, cuando una nota de Martín Sivak (autor del reciente libro
Clarín, el Gran Diario argentino: Una historia),
titulada “Las escaramuzas en los medios de América latina”, fue
suplantada por una sobre el primer ministro de Serbia, Hashim Thaci,
quien, como se comprenderá, puede ser un experto en escaramuzas pero
poco en medios de América latina.
La nota de Sivak arrancaba con un polémico “durante el siglo XX, hubo
dos guerras sangrientas en América del Sur: entre Bolivia y Paraguay en
el Chaco (1932–1935) y entre Argentina e Inglaterra por las Islas
Malvinas (1982). En el siglo XXI, otra clase de guerra se ha instalado
en donde aún no hay víctimas: la guerra de los medios. De un lado están
las grandes corporaciones mediáticas privadas que reclaman que la
libertad de expresión y sus negocios se ven amenazados por regímenes,
según ellos, autoritarios. Incluso han llegado a comparar las políticas
de gobierno con el fascismo. Por otro lado, los gobiernos llamados
populistas o de izquierda en Argentina, Bolivia, Ecuador y Venezuela
acusan a los medios de hacerle daño a la democracia a través de una
cobertura sesgada y de prácticas monopólicas, y de infundir ideas
golpistas”. Luego, desarrollaba la historia del conflicto entre el
gobierno nacional y el Grupo desde marzo de 2008 en los siguientes
términos: “Muchos la llaman guerra, pero divorcio sería un término más
adecuado”.
En uno de los párrafos, Sivak citaba su propia investigación: “El Grupo
Clarín mantiene una cobertura del gobierno hostil, ‘no hay espacio para
la neutralidad’, me dijo un editor importante de
Clarín, que es
el diario de más circulación en América latina. ‘O estás con los que
defienden la libertad de expresión o estás con el Gobierno’”. Y de
inmediato, proporcionaba la palabra del mismísimo Héctor Magnetto: “El
presidente ejecutivo del Grupo Clarín, a quien el Gobierno describe como
criminal, no habló con los medios de Argentina, pero le dijo a
The New York Times: ‘Esto tiene que ver con algo más que
Clarín. Tiene que ver con la democracia’”.
La nota asumía un punto de vista (como toda nota, al fin y al cabo)
equidistante de las dos partes en conflicto (o “divorcio”, para acordar
con Sivak). Quizá la frase más hostil del artículo, y aquí no sería
ocioso entrecomillar la palabra hostil, hacía referencia a las
vicisitudes que debían correr los lectores del diario: “A estos lectores
se los somete a tener que descifrar meticulosamente las noticias que
ven para averiguar lo que pasó el día anterior”.
La nota, en un país que exportó al mundo entero y con todo el dolor del
caso la palabra “desaparecido”, desapareció. Martín Sivak, anoticiado
del caso por el editor de
The New York Times Tom Brady, decidió escribir una nota el domingo 21 en el periódico
Perfil. Y allí resumió lo que le había dicho Brady: “Ayer
Clarín
(…) reemplazó de apuro una columna que escribí sobre los conflictos
entre medios y gobiernos en América del Sur en general, y el de la
administración Kirchner con el Grupo Clarín en particular. Esa columna,
llamada ‘Inteligencia’, es una sección fija de la edición internacional
del diario estadounidense que el diario argentino ha publicado
regularmente.
Clarín no observó errores u omisiones ni reclamó mayor inteligencia. La breve explicación que le dio a
The New York Times
es que no la publicaría porque ‘es un tema muy sensible’. Fue una
salida elegante para no explicitar que sobre ese tema sólo se publica el
relato de la empresa”.
The New York Times no parece un diario afín a las políticas del
gobierno argentino ni ceñirse en demasía al relato nacional ni defender a
capa y espada la alianza regional de América del Sur. Sin embargo, sus
autoridades evaluaron que la columna era, según las palabras del propio
Sivak (y la publicación en sus páginas del artículo de marras así lo
confirma), “equilibrada y respetuosa”. Tanto, que, en un hecho inusual,
había decidido subir a su página web (www.nytimes.com) la versión en
inglés y en español para que los lectores de habla hispana pudieran
leerla.
Escribió Sivak para
Perfil: “La columna, en realidad, intenta
sintetizar el conflicto con información familiar para una parte del
lectorado argentino. Que las relaciones entre el gobierno de Néstor
Kirchner y
Clarín fueron mucho más armoniosas que conflictivas.
Que el Gobierno le concedió favores estatales, como la fusión de
Multicanal y Cablevisión. Que
Clarín fue suave en la crítica y
que relegó temas incómodos, como los relacionados con la corrupción
gubernamental. Que cuando empezó el conflicto, ni el Gobierno ni
Clarín
dieron explicaciones convincentes sobre la mutua desilusión. Que la
metáfora del divorcio parece mucho más precisa que la de la guerra. Que
Héctor Horacio Magnetto no da entrevistas a medios argentinos pero sí a
extranjeros”.
The New York Times le había pedido a Sivak una nota sobre la
prensa “atacada y sitiada en América del Sur”. La respuesta del
periodista argentino había sido clara: “Le dije que quizá no era la
persona indicada, porque esa perspectiva ha limitado la explicación del
conflicto a las acciones de los llamados gobiernos populistas o de
izquierda-centroizquierda. También ha relegado temas centrales como la
propiedad concentrada del sistema de medios, su relación de give and
take (toma y daca) con la política y su responsabilidad en el conflicto
por coberturas sesgadas y por momentos incendiarias. Le dije que no
creía que la democracia estuviese en riesgo y que las metáforas bélicas
de las media wars merecían revisión”. Pero Brady insistió. Y Sivak
escribió la nota.
El suplemento del diario estadounidense tiene un público de seis millones de lectores de 35 diarios distintos (el
China Daily, de China;
El País, de España;
Reforma, de México;
Tages-Anzeiger, de Suiza, entre otros en los cuales se encuentra, “of course”,
Clarín, de la Argentina).
Brady había llamado a Sivak en un brote genuino de indignación el jueves
18, cuando se enteró de la decisión clarinista de levantar la nota. Una
decisión que sólo le había ocurrido una vez, cuando a la sección de
The New York Times
International Weekly en un país árabe había llegado una amenaza a las
vidas de los periodistas de esa publicación si se editaba una nota
contraria a las autoridades. Confirmada la veracidad de la amenaza, la
nota se levantó. Las repercusiones que podían sobrevenir en la Argentina
por la edición de la nota de Sivak no parecían tales. Y, además, no
hubo amenaza alguna por parte de ningún terrorista. Y también habían
llamado a Sivak dos periodistas amigos del
The New York Times: “Uno me dijo que
Clarín
estaba haciendo lo que le criticaba al gobierno argentino. El otro, un
viejo columnista que ha recorrido medio mundo con el diario, habló con
un mapamundi en la mano: ‘Creo que estamos eligiendo mal nuestros
aliados en América latina. Que un diario censure un artículo porque no
le gusta es no haber entendido al Times. Les gusta el prestigio que les
otorga, pero rechazan el periodismo del Times cuando habla de ellos’”.
Ricardo Kirschbaum replicó desde las páginas de
Clarín a la nota aparecida en
Perfil: “Martín Sivak denunció que fue censurado por no haberse incluido su texto en el suplemento de
The New York Times.
Clarín no publica allí temas de la coyuntura local, sino cuestiones globales. El contrato con NYT establece que
Clarín
puede seleccionar los textos que edita, en base a una oferta que recibe
del diario neoyorquino”. Lindo argumento, elegante, pero falso: el 31
de agosto de 2012 publicó en esa misma sección una columna del mismo
Sivak sobre la polarización en la Argentina (“Argentina’s rivalry”, La
rivalidad argentina). Y el 18 de noviembre de 2011 publicó la columna de
Pola Oloixarac “Setting a new stage” (Armando un nuevo escenario)
centrada en la figura de Cristina Fernández de Kirchner.
Miradas al Sur envió a Tom Brady cinco preguntas sobre el hecho.
Amablemente, Linda Zebian (Manager, Corporate Communication The New York
Times Company) respondió el mail a pedido del editor norteamericano:
“El señor Tom Brady me remitió sus preguntas sobre el hecho mencionado.
El semanario internacional de
The New York Times se distribuye
como sección independiente dentro de 35 periódicos en 27 países a través
de Norteamérica, de Europa, de América latina y de Asia. The Times no
está implicado en las decisiones editoriales tomadas por cada
publicación particular después de que se distribuya la sección”.
Ooooole.
El acuerdo entre
Clarín y
The New York Times permanece intacto.