Río de Janeiro, 27-6-13 (Pilar Olivares / Reuters)
Nueva ola conservadora
El lulismo: cambio sin revolución
Por Luís Brasilino*
En su libro Os sentidos do lulismo,
aún no traducido al español, André Singer, politólogo y portavoz de la
Presidencia durante el primer mandato de Lula, analiza sus ocho años de
gobierno desde una perspectiva de clases sociales.En esta entrevista
repasa y analiza la emergencia, desde hace ya varios años, de un nuevo
movimiento conservador que tiene su origen, por un lado, en el quiebre
de la hegemonía de la izquierda en el plano cultural, pero también en la
resistencia por parte de un sector de la sociedad brasileña a los
programas sociales del lulismo y al ascenso social resultante de ellos.
ecientemente usted ha señalado que la izquierda brasileña perdió la
hegemonía en el plano cultural que tuvo en las décadas de 1960 a 1980.
¿Cómo se dio ese proceso?
Roberto Schwarz (1)
señala que después del golpe de 1964 se produjo un fenómeno inesperado:
en lugar de una retracción de la cultura de izquierda, hubo un período
de expansión y hasta de hegemonía cultural –no política– de la
izquierda. Creo que esa hegemonía cultural tal vez persistió hasta fines
de los años 80. Y eso sucedió porque, pasado el período más duro de la
represión –que continuó hasta la llamada “apertura”, con Ernesto Geisel,
en 1974–, esa hegemonía cultural de izquierda retornó. A fines de los
70, prácticamente no se encontraban pensadores, ensayistas o ideólogos
que tomaran posiciones abiertamente de derecha. Es decir, que en el
plano cultural la hegemonía de la izquierda continuó e incluso se
acentuó a fines de los años 70, cuando se inició
lo que tal vez, por su capilaridad, haya sido el mayor movimiento
huelguista ocurrido en Brasil. Ese movimiento de base generó lo que
puede denominarse “ola democrática” (aproximadamente entre 1978 y 1988),
con una profusión de movimientos organizados que configuraron una
democratización de la sociedad desde abajo.
La ola neoliberal que en esta misma época
surgía en todo el mundo se retardó en un principio en Brasil, gracias a
dicha coyuntura. Pero el acelerado crecimiento del neoliberalismo, un
fenómeno que Perry Anderson califica como el de mayor éxito de toda la
historia, hizo que finalmente, a principios de los 90, esta ideología
entrara también en Brasil.
¿La elección de 1989 es un hito en esa inflexión?
Sí, es un hito en ese proceso, que
después fue profundizado por las políticas del gobierno de Fernando
Henrique Cardoso. Pero no se trata sólo de eso. Lo que ocurre es que los
valores de mercado, ascenso individual y competencia, y aquellos
ligados a una intensa mercantilización de los espacios públicos,
comenzaron a volverse corrientes, sobre todo en la llamada clase media
tradicional, y después en estratos medios más amplios. Entonces
surgieron manifestaciones ideológicas, con ensayistas, autores y
artistas influyentes que defendían abiertamente esos puntos de vista,
algo que no se había encontrado hasta mediados de los años 80. Así, la
presencia casi total de la izquierda en el plano cultural se quebró y
pasó a competir con una derecha en crecimiento.
Usted identifica varias olas conservadoras que extrapolan el plano cultural, especialmente entre la clase media paulista. ¿Cuáles son?
En términos de clase propiamente dicha,
no hay dudas de que ese segmento tiene una propensión conservadora por
razones materiales. Sin embargo, lo que ocurrió es que una parte de ese
segmento –la clase media tradicional– participó del frente antidictadura
en los años 70 y 80, generando una simpatía por posiciones más de
izquierda. Eso explica también la acogida que el Partido de los
Trabajadores (PT) llegó a tener en esos segmentos al comienzo de su
trayectoria. Pero esa situación cambió radicalmente con el surgimiento
del lulismo y sus políticas sociales, ante las cuales la clase media
tradicional se cerró por completo. Parece ser una reacción al proceso de
ascenso social de sectores que antes estaban estancados en una
condición de mucha pobreza.
En su libro Os sentidos do lulismo (2)
usted señala que, desde la reelección de Lula en 2006, hubo un
acercamiento del subproletariado hacia el lulismo y un distanciamiento
de la clase media tradicional respecto del PT. En su opinión, los
reclamos por parte de las clases media y alta acerca de una creciente
dificultad para encontrar empleados domésticos, ¿son síntoma de este
realineamiento?
Exacto. Realmente tuvo lugar un cambio en
el trabajo doméstico, con la elevación de los ingresos y la mejora de
las condiciones de trabajo. Eso tiene que ver con la caída del desempleo
y con los programas sociales, que crearon un piso salarial, algo muy
importante teniendo en cuenta que existen cerca de 6 millones de
empleados domésticos en el país.
Pero hay otro fenómeno, todavía menos
conocido y más reciente: el surgimiento de un neoconservadurismo en un
sector muy pequeño de los 30 millones de personas que superaron la línea
de pobreza en los años Lula. Y esto tiene que ver con el miedo al
cambio. Esas personas tienen cierta conciencia de que el proceso de
ascenso no durará para siempre y, por lo tanto, no están a favor de
políticas que promuevan el ascenso de nuevos sectores, ya que pondrían
en riesgo aquello que ya ganaron. Otro elemento de ese
neoconservadurismo es una cierta antipatía hacia los programas sociales
por parte de quienes se vieron beneficiados por un proceso de ascenso
social. Es como si esas personas se “desolidarizaran” con aquellas que
todavía necesitan transferencias de ingresos. Otro grupo, más específico
de la ciudad de San Pablo, son los pequeños emprendedores, de tendencia
conservadora –precisamente porque sólo cuentan consigo mismos, a
diferencia de un asalariado–.
¿Qué es lo que organiza a ese movimiento conservador? Puesto que no hay un partido que lo canalice, ¿puede decirse que los medios cumplen ese papel?
Esas olas conservadoras se expresan en el
plano de la política –sobre todo de la política partidaria– porque
entra en juego otro factor: el realineamiento
electoral. En la medida en que el lulismo obtuvo una mayoría en el país,
la oposición fue obligada a jugar con las reglas de juego impuestas por
ese movimiento. Esa es la principal consecuencia del realineamiento. El
lulismo marcó una agenda en el país, que es, fundamentalmente, la
reducción de la pobreza, y por eso es tan importante. Con esta agenda,
la oposición no puede expresar nítidamente el punto de vista de su base
social, porque así perdería las elecciones. Esa es la razón por la cual
el ex gobernador José Serra, candidato del PSDB en 2010, propuso
duplicar el número de beneficiarios de la Bolsa Familia, en lugar de
combatirlo, como le gustaría a la clase media tradicional. Así, ocurre
un fenómeno curioso: crece la ideología conservadora en la sociedad,
pero no encuentra expresión en la política.
En cuanto a los medios de comunicación,
hay que entender que el conservadurismo en Brasil tiene una profunda
raíz histórica. De hecho el período de hegemonía cultural de la
izquierda fue más una excepción que la regla. Ciertamente los medios de
comunicación tienen un papel importante, pero también hay que entender
que los medios no son una sola cosa, que hay cierta heterogeneidad. Aun
así, es cierto que una parte del sistema de los medios que componen esa
primera ola conservadora está rompiendo la hegemonía cultural de la
izquierda.
¿Cómo opera el lulismo, un fenómeno tan contradictorio, en ese sentido?
El lulismo es una nueva síntesis de
elementos conservadores y no conservadores. Por eso es tan
contradictorio y difícil de entender. El lulismo valoró el mantenimiento
del orden, lo cual tuvo resonancia en los sectores más pobres de la
población. En este punto me interesa señalar que, en la formación social
brasileña, hay un vasto subproletariado que no tiene cómo participar de
la lucha de clases, a no ser en situaciones muy especiales y definidas.
Así, lo que hizo el lulismo fue juntar esa valoración del orden con la
idea de que un cambio es necesario. ¿Qué tipo de cambio? La reducción de
la pobreza por medio de la incorporación del subproletariado; lo que
denomino “ciudadanía laboral”. De ese modo el lulismo propone
transformaciones por medio de una acción del Estado, pero que encuentra
resistencia del otro lado. Basta con prestar
atención a los noticieros para ver cómo la lucha política está puesta
todo el tiempo en las decisiones económicas. El lulismo propone cambios,
pero sin radicalización, sin una confrontación extrema con el capital
y, por lo tanto, preservando el orden. En ese sentido, es un fenómeno
híbrido, que también incorpora a ese conservadurismo.
En 2010 usted destacó la importancia de que el PT se mantuviera en la izquierda para politizar ese subproletariado (3). ¿Eso podría frenar estas olas conservadoras?
Brasil tiene una herencia de eso que
denominé la gran ola democrática de los años 80. ¿Cuál es esa herencia?
Primero, la Constitución, con mecanismos de participación directa y
dispositivos efectivos de organización de la sociedad. Brasil todavía
tiene una energía organizadora desde abajo hacia arriba que, según
algunas investigaciones se incrementó por la Bolsa Familia. Es
significativo el hecho de que las mujeres, principalmente en el
interior, estén adquiriendo cierta autonomía por tener una tarjeta; no
dependen de nadie más y reciben una cantidad de dinero constante por
mes. Hay señales de que estas mujeres se están organizando en
cooperativas, emprendimientos que cambian su condición de vida. Todo lo
que sea organización de la sociedad en las bases ayuda a frenar esas
olas conservadoras. De todos modos no hay motivos para pensar que este
movimiento pueda resultar avasallante. Con respecto al PT, creo que
todavía es un momento especial, porque se abrió una puerta para el
diálogo de la izquierda con los segmentos más pobres de la población.
Eso es muy interesante porque, sobre todo en el Nordeste, ése era el
sector que votaba normalmente al conservadurismo y ahora está con el
lulismo. Es una oportunidad de politizar esos sectores, en el sentido de
lograr una transformación social. Sin embargo, de 2010 para acá no he
visto al PT muy comprometido con ese tipo de trabajo. A veces temo que
se pierda esa oportunidad, que está abierta para toda la izquierda. Sin
embargo, los sectores de la izquierda que no están en el PT han tenido
dificultades para comprender los avances sociales y simultáneamente el
impacto conservador que el lulismo representa. Es importante entender
esa contradicción porque, al no hacerlo, se pierde la plataforma de
diálogo con los sectores que están beneficiándose por esas políticas.
1. R. Schwarz, “Cultura e política, 1964-69”, O pai de família e outros estudos, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1978.
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