martes, 16 de julio de 2013

BRASIL: LULISMO Y CONSERVADURISMO SOCIAL


Río de Janeiro, 27-6-13 (Pilar Olivares / Reuters)

Nueva ola conservadora

El lulismo: cambio sin revolución

Por Luís Brasilino*

En su libro Os sentidos do lulismo, aún no traducido al español, André Singer, politólogo y portavoz de la Presidencia durante el primer mandato de Lula, analiza sus ocho años de gobierno desde una perspectiva de clases sociales.En esta entrevista repasa y analiza la emergencia, desde hace ya varios años, de un nuevo movimiento conservador que tiene su origen, por un lado, en el quiebre de la hegemonía de la izquierda en el plano cultural, pero también en la resistencia por parte de un sector de la sociedad brasileña a los programas sociales del lulismo y al ascenso social resultante de ellos. 

ecientemente usted ha señalado que la izquierda brasileña perdió la hegemonía en el plano cultural que tuvo en las décadas de 1960 a 1980. ¿Cómo se dio ese proceso?
Roberto Schwarz (1) señala que después del golpe de 1964 se produjo un fenómeno inesperado: en lugar de una retracción de la cultura de izquierda, hubo un período de expansión y hasta de hegemonía cultural –no política– de la izquierda. Creo que esa hegemonía cultural tal vez persistió hasta fines de los años 80. Y eso sucedió porque, pasado el período más duro de la represión –que continuó hasta la llamada “apertura”, con Ernesto Geisel, en 1974–, esa hegemonía cultural de izquierda retornó. A fines de los 70, prácticamente no se encontraban pensadores, ensayistas o ideólogos que tomaran posiciones abiertamente de derecha. Es decir, que en el plano cultural la hegemonía de la izquierda continuó e incluso se acentuó a fines de los años 70, cuando se inició lo que tal vez, por su capilaridad, haya sido el mayor movimiento huelguista ocurrido en Brasil. Ese movimiento de base generó lo que puede denominarse “ola democrática” (aproximadamente entre 1978 y 1988), con una profusión de movimientos organizados que configuraron una democratización de la sociedad desde abajo.
La ola neoliberal que en esta misma época surgía en todo el mundo se retardó en un principio en Brasil, gracias a dicha coyuntura. Pero el acelerado crecimiento del neoliberalismo, un fenómeno que Perry Anderson califica como el de mayor éxito de toda la historia, hizo que finalmente, a principios de los 90, esta ideología entrara también en Brasil.
¿La elección de 1989 es un hito en esa inflexión?
Sí, es un hito en ese proceso, que después fue profundizado por las políticas del gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Pero no se trata sólo de eso. Lo que ocurre es que los valores de mercado, ascenso individual y competencia, y aquellos ligados a una intensa mercantilización de los espacios públicos, comenzaron a volverse corrientes, sobre todo en la llamada clase media tradicional, y después en estratos medios más amplios. Entonces surgieron manifestaciones ideológicas, con ensayistas, autores y artistas influyentes que defendían abiertamente esos puntos de vista, algo que no se había encontrado hasta mediados de los años 80. Así, la presencia casi total de la izquierda en el plano cultural se quebró y pasó a competir con una derecha en crecimiento.
Usted identifica varias olas conservadoras que extrapolan el plano cultural, especialmente entre la clase media paulista. ¿Cuáles son?
En términos de clase propiamente dicha, no hay dudas de que ese segmento tiene una propensión conservadora por razones materiales. Sin embargo, lo que ocurrió es que una parte de ese segmento –la clase media tradicional– participó del frente antidictadura en los años 70 y 80, generando una simpatía por posiciones más de izquierda. Eso explica también la acogida que el Partido de los Trabajadores (PT) llegó a tener en esos segmentos al comienzo de su trayectoria. Pero esa situación cambió radicalmente con el surgimiento del lulismo y sus políticas sociales, ante las cuales la clase media tradicional se cerró por completo. Parece ser una reacción al proceso de ascenso social de sectores que antes estaban estancados en una condición de mucha pobreza.
En su libro Os sentidos do lulismo (2) usted señala que, desde la reelección de Lula en 2006, hubo un acercamiento del subproletariado hacia el lulismo y un distanciamiento de la clase media tradicional respecto del PT. En su opinión, los reclamos por parte de las clases media y alta acerca de una creciente dificultad para encontrar empleados domésticos, ¿son síntoma de este realineamiento?
Exacto. Realmente tuvo lugar un cambio en el trabajo doméstico, con la elevación de los ingresos y la mejora de las condiciones de trabajo. Eso tiene que ver con la caída del desempleo y con los programas sociales, que crearon un piso salarial, algo muy importante teniendo en cuenta que existen cerca de 6 millones de empleados domésticos en el país.
Pero hay otro fenómeno, todavía menos conocido y más reciente: el surgimiento de un neoconservadurismo en un sector muy pequeño de los 30 millones de personas que superaron la línea de pobreza en los años Lula. Y esto tiene que ver con el miedo al cambio. Esas personas tienen cierta conciencia de que el proceso de ascenso no durará para siempre y, por lo tanto, no están a favor de políticas que promuevan el ascenso de nuevos sectores, ya que pondrían en riesgo aquello que ya ganaron. Otro elemento de ese neoconservadurismo es una cierta antipatía hacia los programas sociales por parte de quienes se vieron beneficiados por un proceso de ascenso social. Es como si esas personas se “desolidarizaran” con aquellas que todavía necesitan transferencias de ingresos. Otro grupo, más específico de la ciudad de San Pablo, son los pequeños emprendedores, de tendencia conservadora –precisamente porque sólo cuentan consigo mismos, a diferencia de un asalariado–.
¿Qué es lo que organiza a ese movimiento conservador? Puesto que no hay un partido que lo canalice, ¿puede decirse que los medios cumplen ese papel?
Esas olas conservadoras se expresan en el plano de la política –sobre todo de la política partidaria– porque entra en juego otro factor: el realineamiento electoral. En la medida en que el lulismo obtuvo una mayoría en el país, la oposición fue obligada a jugar con las reglas de juego impuestas por ese movimiento. Esa es la principal consecuencia del realineamiento. El lulismo marcó una agenda en el país, que es, fundamentalmente, la reducción de la pobreza, y por eso es tan importante. Con esta agenda, la oposición no puede expresar nítidamente el punto de vista de su base social, porque así perdería las elecciones. Esa es la razón por la cual el ex gobernador José Serra, candidato del PSDB en 2010, propuso duplicar el número de beneficiarios de la Bolsa Familia, en lugar de combatirlo, como le gustaría a la clase media tradicional. Así, ocurre un fenómeno curioso: crece la ideología conservadora en la sociedad, pero no encuentra expresión en la política.
En cuanto a los medios de comunicación, hay que entender que el conservadurismo en Brasil tiene una profunda raíz histórica. De hecho el período de hegemonía cultural de la izquierda fue más una excepción que la regla. Ciertamente los medios de comunicación tienen un papel importante, pero también hay que entender que los medios no son una sola cosa, que hay cierta heterogeneidad. Aun así, es cierto que una parte del sistema de los medios que componen esa primera ola conservadora está rompiendo la hegemonía cultural de la izquierda.
¿Cómo opera el lulismo, un fenómeno tan contradictorio, en ese sentido?
El lulismo es una nueva síntesis de elementos conservadores y no conservadores. Por eso es tan contradictorio y difícil de entender. El lulismo valoró el mantenimiento del orden, lo cual tuvo resonancia en los sectores más pobres de la población. En este punto me interesa señalar que, en la formación social brasileña, hay un vasto subproletariado que no tiene cómo participar de la lucha de clases, a no ser en situaciones muy especiales y definidas. Así, lo que hizo el lulismo fue juntar esa valoración del orden con la idea de que un cambio es necesario. ¿Qué tipo de cambio? La reducción de la pobreza por medio de la incorporación del subproletariado; lo que denomino “ciudadanía laboral”. De ese modo el lulismo propone transformaciones por medio de una acción del Estado, pero que encuentra resistencia del otro lado. Basta con prestar atención a los noticieros para ver cómo la lucha política está puesta todo el tiempo en las decisiones económicas. El lulismo propone cambios, pero sin radicalización, sin una confrontación extrema con el capital y, por lo tanto, preservando el orden. En ese sentido, es un fenómeno híbrido, que también incorpora a ese conservadurismo.
En 2010 usted destacó la importancia de que el PT se mantuviera en la izquierda para politizar ese subproletariado (3). ¿Eso podría frenar estas olas conservadoras?
Brasil tiene una herencia de eso que denominé la gran ola democrática de los años 80. ¿Cuál es esa herencia? Primero, la Constitución, con mecanismos de participación directa y dispositivos efectivos de organización de la sociedad. Brasil todavía tiene una energía organizadora desde abajo hacia arriba que, según algunas investigaciones se incrementó por la Bolsa Familia. Es significativo el hecho de que las mujeres, principalmente en el interior, estén adquiriendo cierta autonomía por tener una tarjeta; no dependen de nadie más y reciben una cantidad de dinero constante por mes. Hay señales de que estas mujeres se están organizando en cooperativas, emprendimientos que cambian su condición de vida. Todo lo que sea organización de la sociedad en las bases ayuda a frenar esas olas conservadoras. De todos modos no hay motivos para pensar que este movimiento pueda resultar avasallante. Con respecto al PT, creo que todavía es un momento especial, porque se abrió una puerta para el diálogo de la izquierda con los segmentos más pobres de la población. Eso es muy interesante porque, sobre todo en el Nordeste, ése era el sector que votaba normalmente al conservadurismo y ahora está con el lulismo. Es una oportunidad de politizar esos sectores, en el sentido de lograr una transformación social. Sin embargo, de 2010 para acá no he visto al PT muy comprometido con ese tipo de trabajo. A veces temo que se pierda esa oportunidad, que está abierta para toda la izquierda. Sin embargo, los sectores de la izquierda que no están en el PT han tenido dificultades para comprender los avances sociales y simultáneamente el impacto conservador que el lulismo representa. Es importante entender esa contradicción porque, al no hacerlo, se pierde la plataforma de diálogo con los sectores que están beneficiándose por esas políticas.  
1. R. Schwarz, “Cultura e política, 1964-69”, O pai de família e outros estudos, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1978.
2. André Singer, Os sentidos do lulismo. Reforma e pacto conservador, Companhia das letras, San Pablo, 2012.
3. “Cabe ao PT politizar o subproletariado”, Brasil de Fato, San Pablo, Nº 374, 2010.

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