Otra de Lanata: cuando la mentira es la verdad
El episodio del periodista y su par Gabriel Levinas con el falso testimonio contra Luis D´Elía en Periodismo para Todos.
Nota publicada en Miradas al Sur
Aquellos que creen que la televisión actual (o la de todos los
tiempos) no permite el paso inmediato hacia un libro sin haber
destrozado, previamente y con furia pertinaz, el aparato no están en lo
cierto. Es más, se equivocan de medio a medio. Por lo menos eso ocurrió
con la última emisión de Periodismo Para Todos, la del domingo pasado,
donde su conductor, Jorge Lanata, presentó un informe sobre supuestas
asociaciones ilícitas, corruptas y tutti gli fiocchi, de Luis D’Elía
encabalgado en una “investigación” (y las comillas, quizás por única vez
en la vida, son aquí absolutamente indispensables) de Gabriel Levinas,
remitió de manera inmediata a uno de los fragmentos del último libro de
Eduardo Blaustein, Años de rabia, en el capítulo llamado “¿Qué le pasó? O
The Lanata Syndrome”. Habrá que recordar, en una pequeña pero
sustancial digresión, que Gabriel Levinas fue el fundador de la revista
El Porteño, y luego la vendió, cansado de “arar en el desierto”, a la
cooperativa de laburantes con Jorge Lanata a la cabeza, física y
moralmente, quienes pagaron “religiosa y sufridamente” (uno de ellos, el
mismísimo Blaustein, dixit) una a una, cada cuota.
Retornando a Años de rabia, allí, su autor dice, haciendo recordar a
los lectores ya entrados en años los furores intempestivos de aquella
revista: “Una primera portada en 1982 con el retrato de un toba
(“Aborígenes: la memoria perdida”), derechos humanos, gays y punks,
antropología, plástica, una columna fija a cargo de María Moreno, la
cultura popular, el mundo, la ciencia, los malestares de la
civilización, psicoanálisis, drogas, la crítica a la institución
policial y otras instituciones igualmente queribles, entrevistas
jugadas”. Y sigue, unos renglones más abajo, que “su atractivo –N. de la
R.: el de la revista– residía en alguna medida en esa cosa anarca, en
el contagio de lo contracultural, en la música que poníamos de noche los
días de cierre”. Pero (reforzando la idea de que lo mejor y lo peor de
toda aseveración son sus “pero”), un punto y aparte después, se
precipita el descalabro: “La recuperación de la democracia ‘politizó’ a
El Porteño, un proceso imposible de evitar que hizo que la revista
perdiera algo de su riqueza original”.
La lectura, esos aciertos, resignificaban el programa de televisión.
Allí, enfrentándose a todos, Levinas presentaba a su entrevistado, Mario
Codarín, supuesto testaferro de D’Elía en una “empresa de combustible”
que se transformó luego, segundos después, por obra y gracia de la
rectificación lanatera en una “empresa de trasporte de combustible” y
que, quebrado por las circunstancias (ah, el temible Ortega y Gasset y
sus frases que sirven tanto para un fregado como para un barrido),
contaba “todo” (entendiendo aquí por “todo”, eso mismo, claro). Las
afirmaciones de Codarín eran temerarias: “Sí, qué sé yo, más de diez
palos por año”, “no sé, yo cuando llegué D'Elía ya estaba”, “no, no sé
nada, yo firmaba”. Al mismo tiempo, como haciendo una globalización
bestial de televisión, literatura e Internet, el propio Luis D’Elía
twiteaba haberle plantado un testigo falso a Lanata, lo que motivó un
comentario “¿mentendé?” simpático y canchero para la afición por parte
del conductor. Y, además, la tanda eterna y la salida del aire diez
minutos antes del cierre establecido por una autoridad de Canal 13, su
gerente de Noticias que, como un guiño artero y cruel del destino,
también se llama D’Elía, pero Carlos.
La historia es conocida: D’Elía, Luis, hizo público el video que lo
mostraba, horas antes de la grabación del programa dominical de
Periodismo Para Todos, con el propio Codarín diciendo, ante escribana
pública, “voy a decirles lo que quieran, a venderles todo el pescado
podrido que me pidan y que figure en el libreto”. Después, al día
siguiente y en los días posteriores, fue tiempo del brutal silencio de
los medios repetidores del Grupo Clarín y adyacencias sobre el informe
emitido. Un silencio que decía más que todos los informes.
Se dijo (se supo, bah, al final, la rectificación no es patrimonio de
nadie en particular) que Lanata, al igual que en su puteada caraqueña
cuando Capriles perdió ante Maduro, increpó a Levinas apenas apagada la
cámara: “¿Y a vos quién te conoce?”. La respuesta, que no se supo si se
dijo, debería haber sido un simple y llano “Vos, Lanata; vos me
compraste El Porteño y vos me trajiste como productor de informes”. Se
podría agregar, ya sin comillas, al fin y al cabo el agregado no forma
parte de la previsible respuesta levinezca, que poco importa cómo se
consiguen esos informes.
El problema –periodístico, político, profundamente moral, como lo
periodístico, lo político y todo lo humano, al fin de cuentas– es que
ese “cómo” fue una violenta apretada desde enero de este año para que
Codarín dijera lo que desde el programa Periodismo Para Todos querían
que dijera so amenaza de mostrar fotos de los hijos del “socio de
D’Elía” trabajando. Sí, se leyó bien, trabajando: a todas luces un error
imperdonable para la producción del programa dominical y nocturno del
13.
Ya no se trata de chequear y recontrachequear todos los datos. Ya no
se trata de poner música fúnebre de fondo ni de apagar la luz que, como
en las viejas películas de detectives norteamericanas, Lanata apaga para
dar por terminada su denuncia (ustedes quedan a oscuras hasta el
próximo domingo, parece el mensaje subliminal en un psicologismo propio
de peluquería de damas, término este último acuñado por, se cree, se
dice, se intuye, Horacio González o Nicolás Casullo, alternativamente,
según la necesidad de citar). Ya no se trata de aportar o desaportar
caras de ocasión para darle veracidad a lo expuesto. Ni siquiera, aunque
duela confesarlo, se trata de la verdad o la apariencia de la verdad o
la más rancia y burda mentira. Se trata de saber quién, por qué, para
qué. Se trata, para decirlo todo, de saber qué se está diciendo desde la
televisión, desde esa ubicación de lo inobjetable en que se transformó
el aparato de televisor.
“El poder de los medios y su influencia en la opinión pública (N. de
la R.: algún día habrá que discutir en serio, dejando de lado todas las
obsesiones esgrimidas desde que el primer petulante se sentó a escribir
la primera noticia, qué cuernos es eso de la opinión pública en la
actualidad) están vaciando a la democracia de su sentido”, dice Ignacio
Ramonet.
Es probable, aunque nada en ese aparato llamado televisor es
imposible, que Levinas no esté esta noche en el programa Periodismo Para
Todos. Debería ser probable (aunque nada en ese etcétera, etcétera) que
desde el programa Periodismo Para Todos se diga qué pasó con el
supuesto informe, con el supuesto testaferro de D’Elía, con el supuesto
rigor de la investigación, con los supuestos aprietes, con las supuestas
fotos laborales de los hijos de Codarín y, en definitiva, con el
supuesto “jefe de producción” llamado Gabriel Levinas. Pero (nuevamente,
lo mejor y lo peor de todo siempre son los “pero”), Canal 13 hace
televisión. Y en televisión, en esa entelequia brutal y omnipresente en
que se transformó ese electrodoméstico, todo parece permitido cuando se
trata de meter en la morsa a la opinión pública, sea ésta lo que sea.
Mientras tanto, de aquella primera emisión del programa Periodismo Para
Todos, donde se auguraba poner luz sobre la oscuridad en la que el
Gobierno había sumido a la sociedad con su relato, poco va quedando.
Apenas un desbarrancamiento lento pero seguro, un devenir al parecer
gozoso hacia los terrenos más pantanosos de la credulidad, una caída
libre hacia el despedazamiento de toda forma de información.
No hay comentarios:
Publicar un comentario