Lescano nos cagó a todos
La primera llamada fue de una agencia de noticias. "¿Es verdad que Lescano dijo eso?", me preguntó el colega. De no haber sido un ex compañero de la facultad le hubiese cortado. "No, tenía ganas de divertirme e inventé todo", le respondí, tratando de evidenciar lo ridículo de su pregunta.
Entendía la particularidad del caso. Oscar Lescano había llegado a la tapa de Página/12 con un tremendo desmadre. "Menem nos va a cagar a todos", me dijo en un reportaje el secretario general de Luz y Fuerza y co-secreatario de la CGT en aquel tórrido febrero de 1993.
Hasta Jorge Lanata, el transgresor director del diario, se vio en la necesidad de justificar la frase escatológica de la portada con un pirulo explicativo.
Lescano barruntaba bronca convencido de que el presidente, a cargo del armado de las boletas para las elecciones legislativas de ese año, no tendría en cuenta a los sindicalistas amigos.
Esa mañana las radios lo llamaron desde temprano. Se preocupó en negar la autoría de la frase que, por cierto, lo dejaba descolocado no sólo en la interna justicialista sino en la propia CGT.
Fue una maniobra torpe y de corto alcance. El reportaje había sido grabado y esa misma mañana me limité a decir al aire, cuando las emisoras comenzaban a desconfiar de la existencia de la frase, que si las dudas persistían no tenía inconveniente en repartir una copia del cassette –sí, cassette. Era 1993– a quien me lo solicitara.
Desde ese preciso momento Lescano se calló. Su mentira duró lo que la luz de un fósforo. En vano fueron los intentos de defensa de Armando Cavalieri, otro menemista de ocasión, con un divague sobre los códigos periodísticos. El titular del gremio mercantil pretendía delegarme la tarea de transformar la rústica verba de su par en literatura barroca.
El corolario lo aportó el propio Lescano. En una de las paredes de su despacho hoy cuelga una copia de aquella tapa. Diego Sehinkman, que le hizo un reportaje el año pasado en la sección "políticos en terapia" del diario La Nación, contó que el sindicalista la exhibía con "orgullo".
En esa entrevista, realizada casi veinte años después, este referente de los llamados "Gordos" de la CGT regaló una nueva frase, tan polémica y reveladora como la anterior. "Fui oficialista de todos los gobiernos", dijo. Otro sincericidio.
La ubicuidad de gran parte de la dirigencia sindical marcó a fuego la historia reciente del país. La privatización y el descarnado ajuste en el sector eléctrico durante la década del '90 contó con la anuencia de Lescano, quien canjeó la defensa de los trabajadores por el armado del formidable holding empresario de Luz y Fuerza.
Como recompensa quedó al timón del negocio de la AFJP-Futura, la aseguradora de fondos de jubilación y pensión del gremio. Así engrosó sus bolsillos con el aporte de los afiliados y dejó librado a los vaivenes del mercado la suerte de miles y miles de jubilados.
Es evidente que Lescano encarna la dirigencia sindical hegemónica y perenne, entre otras cosas gracias a una ley que acota la participación de las minorías y admite las reelecciones indefinidas. Son más de treinta años de poder omnímodo, entregando viejas conquistas sociales para convertirse en patrón de sus propios representados, en este caso a través de la conducción de centrales termo-eléctricas.
Ni siquiera puede hablarse aquí de doble standard si uno escucha sus declaraciones. Es directamente un prototipo del converso, defendiendo un negocio empresario con mayor avidez que aquellos con los que debería sentarse a negociar las mejoras salariales de sus representados.
Una muestra palmaria se vislumbró aquellos días en los que Julio De Vido y Axel Kicillof anunciaron una suba en las tarifas de luz y gas. Para Lescano, la notificación del ministro de Planificación y del viceministro de Economía resultó insuficiente y extemporánea. O sea, pedía que los incrementos fueran mayores y se quejaba de cómo se habían demorado en implementarlos. La paradoja de un dirigente sindical que combate al servicio de la causa empresaria.
Sin la certeza de la posibilidad de una re-reelección de Cristina Kirchner, ahora empezó a otear el horizonte. El oficialista de todos los oficialismos ya duda de seguir en la CGT oficialista. Abre el paraguas y coquetea con otra expresión del PJ, que asoma de la mano del ascendente Sergio Massa. "Yo soy oficialista cuando tengo que ser oficialista, y cuando no me gusta algo lo digo. No soy alcahuete", le confió a Oscar González Oro en los micrófonos de Radio 10.
No es que estuviera redescubriendo su rol de dirigente sindical ni desdiciéndose de su vieja frase. Simplemente avisó lo que ya todos saben: que siempre está dispuesto a saltar hacia donde está el nuevo poder político, para ser oficialista del nuevo oficialismo, y salvar su pellejo con el disfraz de dirigente sindical, aquel que usurpó para convertirse en un poderoso empresario del sector eléctrico, dándole la espalda a sus representados, los trabajadores.
"Qué frasecita que metiste de tapa", me dijo con esa voz cascada y muerto de risa bastante tiempo después de esa portada de Página/12, todavía en tiempos de Menem.
Lo miré desconcertado y le pregunté por su ridícula desmentida inicial. "Fue un reportaje largo, con el grabador delante de sus ojos y la frase fue suya, no mía. ¿Cuál era el sentido de negarla?", razoné en voz alta esperando una explicación.
"Pibe, se me armó un kilombo bárbaro. Me llamaron de la Casa Rosada, me putearon los compañeros. Pero acá estoy, sigo en el lugar de siempre, vivito y coleando. Al final, yo los cagué a todos", se despidió, sin parar de reírse.
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