Obama, los ladrones y los killers
El espionaje de Estados Unidos es la evidencia de que los organismos de inteligencia espían a todo el mundo.
Bilal Berjawi llamó por teléfono a su esposa.
Bilal estaba en Somalía, ella en Londres, a miles de kilómetros de
distancia. Fue suficiente para que, gracias a los programas de espionaje
telefónico, un rato después, un avión no tripulado –drone– de origen
norteamericano terminara con los días de Bilal. Fue en junio de 2011 y
el dispositivo de intercepción de llamadas estaba en Camp Lemmonier,
Djibuti, donde está asentado el comando de fuerzas conjuntas del
Ejército norteamericano para el Cuerno de África.
Nadie se hizo cargo de haber mandado el drone, nadie juzgó a Bilal. Las
explicaciones oficiosas indicaban que Bilal era un jihadista que estaba
en un campo de entrenamiento de Al Shabab, un movimiento musulmán
somalí.
La historia fue publicada en la edición del pasado domingo 14 de
julio en The Guardian, el mismo periódico londinense que entrevistó por
primera vez a Edward Snowden cuando todavía estaba en Hong Kong. El
periodista Ian Cobian, con flema británica y sin uso de adjetivos,
relata la sucesión de crímenes a sangre fría que sucedieron a la muerte
de Bilal. Primero Mohamed Sakr, un vecino suyo en Somalía. Unos meses
después, un conocido de Bilal, de origen vietnamita y convertido al
Islam, era detenido en Londres por Scotland Yard y entregado al FBI para
ser juzgado, acusado de ser miembro de Al Shabab, y condenado a 40 años
de cárcel. Un cuarto hombre fue arrestado en Somalía, sometido a
interrogatorios en Djibuti y trasladado a una prisión en Estados Unidos.
Así, con un caso concreto, comienza una larga nota periodística
(titulada "La lista de asesinatos secretos de Obama - La matriz de
disposición") que luego desglosa sin concesiones la llamada guerra al
terrorismo que Estados Unidos lleva a cabo desde que, tras los atentados
del 11 de septiembre de 2001, el Acta Patriótica se convirtió en el
aporte más regresivo a las violaciones a las normas y pactos
internacionales sobre el Derecho Penal Internacional.
Hace tres semanas, el diario parisino Le Monde afirmaba que Francia
está tramitando la compra de drones a Estados Unidos por cifras
multimillonarias. Para ver cómo funciona un drone se puede ver el
documental Dirty wars (Guerras sucias) del periodista Jeremy Scahill,
ganador de la edición 2013 del Sundance Films Festival. Scahill es parte
del colectivo Democracy now y autor de Blackwater, un libro
indispensable para entender las guerras del siglo XXI encaradas por
Estados Unidos. En los últimos años, Scahill viajó por Yemen, Somalía,
Sudán, Pakistán y Afganistán. En el terreno, entrevistó y registró con
las cámaras las atrocidades cometidas por las tropas de ocupación
estacionadas, por ataques comandos, por asesinatos realizados por drones
o por la utilización de ejércitos privados contratados por empresas
multinacionales con intereses en esos países. A propósito, Blackwater es
el ejército privado más poderoso del planeta, está asentado en Carolina
del Norte y ¡el 90% de sus ingresos provienen de contratos con el
gobierno norteamericano!
Otra manera de enterarse de cómo actúa un drone es ver películas de
Hollywood. Por ejemplo El legado de Bourne, donde el actor Jeremy Renner
interpreta a un comando de la CIA que, además de tener el entrenamiento
de elite, consume una serie de productos químicos que no pasarían el
control de dopaje de algún deporte de alta competencia. Renner –al igual
que Matt Damon en la saga de Bourne– decide no responder a los mandos
naturales y no sólo le faltan los químicos sino que le mandan un drone
para liquidarlo. En la película se puede ver a Edward Norton frente a
una infinidad de pantallas que funcionan como un panóptico y que
permiten dirigir al drone a destino. Desde ya, por ser Hollywood, el
rubio Renner –al igual que el rubio Damon– se salva y se queda con la
chica. Eso ayuda a que el espectador no tenga angustia, claro, y la
taquilla marche bien.
Tal como estudió la inglesa Frances Stonor Saunders en La CIA y la
guerra fría cultural, el cine es parte de la batalla ideológica.
Las películas de guerra no sólo naturalizan la dominación
norteamericana sino que exhiben, de modo más que obsceno, las nuevas
tecnologías de la guerra. Logran encandilar a millones de personas que
se cautivan con los avances técnicos y desestiman la humillación humana.
El libro de Stonor Saunders se centra en las últimas etapas de la
Guerra Fría y en las contribuciones de diversas fundaciones a
movimientos artísticos, culturales y sobre todo a medios de comunicación
en los países del Este europeo que vivían las restricciones de la
herencia stalinista. El paradigma de la libertad pegó muy fuerte en
Polonia, Checoslovaquia, Alemania Oriental y otros países en los cuales
los regímenes alineados con Moscú implosionaron por sus propios
defectos. No hubo balas. Funcionó la otra parte del discurso imperial:
la ideología del consumismo atada a la creencia de que la libertad del
ser humano va atada al capitalismo de mercado, a creer en uno mismo, en
su propia capacidad.
LA MATRIZ DE LA DISPOSICIÓN. Hasta fines de los '80 funcionaba la
disputa entre los valores del comunismo soviético y los del imaginario
liberal de la mano de la gran potencia de Occidente, los Estados Unidos.
Y al imponerse Washington en esa contienda, buena parte del mundo creyó
que ganaban esos valores. Paradójicamente, lo que se vive ahora es la
evidencia de que los organismos de inteligencia espían, literalmente, a
todo el mundo, incluyendo por supuesto a los propios ciudadanos
norteamericanos. El derecho a defenderse en un juicio, la libertad de
expresión y la inviolabilidad de la privacidad, tres pilares del éxito
capitalista contra el sistema soviético, desaparecen violentamente de la
escena. Algunos de los grandes medios británicos o de los Estados
Unidos publican abundante información sobre Disposition Matrix, esa base
de datos que funciona desde 2010 bajo la órbita de la Casa Blanca. La
traducción de esa sofisticada máquina de matar podría ser Matriz de la
Disposición. Cabe recordar que en los años de la última dictadura
argentina, como eufemismo para asesinar a los detenidos desaparecidos
–que no eran sometidos a juicio–, los grupos de tareas usaban dos
palabras: disposición final. Esta matriz fisgonea en los correos
electrónicos o llamadas, procesa información de supuestos enemigos
terroristas y brinda un menú para asesinatos selectivos (disposición)
sin juicio previo. Al frente de esto está John Brennan, asesor de Barack
Obama. En Pakistán, ex aliado de Estados Unidos, sufrió 2300 víctimas
fatales con el uso de drones.
La última fase de la Guerra Fría no fue comandada sólo por la Casa
Blanca. A instancias del magnate David Rockefeller se creó la Comisión
Trilateral en 1973. Al frente quedó uno de los estrategas más
brillantes, el polaco nacionalizado estadounidense Zbigniew Brzezinski,
quien en 1976 asumió al frente del Consejo de Seguridad Nacional nada
menos que con el demócrata James Carter. A cuatro décadas de su
fundación, la Trilateral existe, no pareciera tener un papel relevante,
pero no dejó de sesionar periódicamente. Rockefeller y Brzezinski
parecieran estar retirados, pero siguen teniendo, a sus avanzadas
edades, equipos de analistas surgidos de las filas de los bancos, las
universidades y la administración pública de los países centrales. No
parece haber surgido otra matriz de pensamiento y de laboratorio para la
toma de decisiones en Estados Unidos y sus aliados.
LA BOMBA ATÓMICA. Hace dos décadas, el sociólogo francés Armand
Mattelart escribió La Comunicación - Mundo, cuya tesis central es que
los grandes avances tecnológicos de la humanidad están indisolublemente
ligados a las guerras. El nivel de sofisticación del siglo XX llegó a
que los laboratorios tuvieran como banco de pruebas a los mismísimos
escenarios de muerte. Los ensayos, las probetas fueron las mismas
trincheras en la Primera Guerra o los campos nazis de exterminio en la
Segunda. Al final de esa guerra, cuando ya estaba firmada la paz en el
escenario principal que era Europa, Estados Unidos puso en marcha la más
potente arma de destrucción indiscriminada y masiva. Dos bombas
atómicas sacudieron a Japón para que el mundo supiera quién mandaba en
Occidente. Lo que está sucediendo ahora, con las filtraciones que ponen
de relieve la maquinaria secreta de exterminio pareciera también ser el
costo que Estados Unidos está dispuesto a pagar para que todos y cada
uno se sientan debidamente observados.
No es el propósito de estas líneas afirmar que los responsables de
estos programas secretos –protegidos por el Acta Patriótica y otras
leyes norteamericanas– quieren en realidad que se sepa y que las
filtraciones son provocadas. Pero lo que sí es evidente es que hasta
Barack Obama sale en defensa de esta política con la increíble excusa de
que es la única manera de proteger a Estados Unidos y sus aliados de
las amenazas terroristas. Todo indica que no hay reacción por parte de
las vetustas Naciones Unidas ni de otros organismos multilaterales.
Tampoco hubo una reacción en cadena de la prensa en los países que
integran la Organización del Tratado del Atlántico Norte, paraguas de
las bases norteamericanas en Europa y partícipe de las aventuras
neocoloniales en marcha.
AMÉRICA LATINA. Si las denuncias de algunos mandatarios de este
continente no se materializan en políticas de defensa y seguridad
concertadas, con organismos aceitados que hagan valer doctrinas
soberanas de defensa de las democracias latinoamericanas, está claro que
el riesgo continental es mayúsculo. Los más o menos sutiles cambios de
orientación en varios países del sur, así como la aparición de opciones
políticas favorables a los tratados de libre comercio, tienen la
característica de acercar distancias con Estados Unidos, de poner a
disposición –de manera más cruda– de las multinacionales del Primer
Mundo las materias primas, las redes de comercio, las finanzas y la
investigación en ciencias básicas y el desarrollo de tecnologías de
avanzada. De modo complementario, en esa dirección, los gobiernos no
sólo abren sus puertas al librecambismo sino que también, como en el
reciente caso de Colombia, firman convenios nada menos que con la OTAN.
La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) había creado hace ya cuatro
años una instancia de coordinación a través del Consejo de Defensa
Suramericano. Sin embargo, carece de operatividad para promover debates y
asistir a los mandatarios en la toma de decisiones. Y la lista de
desafíos no parece menor, ya que la ofensiva norteamericana sobre la
Matrix Disposition no deja indemne al patio trasero, tal como
concibieron siempre los norteamericanos a América Latina.
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