Un reconocimiento justo para Juana Azurduy
¿Qué ceguera histórica lleva a muchos a no entender que Colón y Juana son figuras antitéticas?
Reivindicar a Juana Azurduy es hacer una doble justicia. Por una parte, a los heroicos caudillos altoperuanos, ella y su esposo Manuel Ascensio Padilla lo eran, tan ignorados por nuestra historia oficial a pesar de su importancia en las guerras de nuestra Independencia. Por otra, al papel de la mujer en los primeros años de nuestra patria cuando muchas de ellas empuñaron el sable o la lanza para defender sus ideas, desmintiendo el rol pasivo de donar alhajas o coser banderas que le adjudicó nuestra historiografía machista.
Nacida en 1781, Juana pronto quedaría huérfana de padre y madre, cumpliendo con un destino trágico que desde sus años más precoces la enfrentó implacablemente con la muerte de sus seres más queridos. Su vecino de finca era el joven Manuel Ascencio Padilla, y ambos, enamorados, compartiendo sus ansias de justicia e independencia contrajeron matrimonio, y en poco tiempo más la dicha hogareña se completó con el nacimiento de los hijos Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes.
Pero la tranquilidad de la vida campesina fue turbándose por la agitación revolucionaria de los estudiantes de la vecina universidad chuquisaqueña de San Francisco Xavier donde se formaron algunos de los próceres de nuestra independencia: Moreno, Monteagudo, Castelli, Paso, los Rodríguez Peña y otros. La vida cambiaría definitivamente para los esposos el 25 de mayo de 1809, a raíz del levantamiento revolucionario en el Alto Perú, que entonces formaba parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata como se llamaba entonces nuestro territorio, que se produjo exactamente un año antes que el de Buenos Aires. Juana y Manuel tomaron partido por la causa de la libertad americana llevando consigo a sus cuatro pequeños.
Juana recorría las comarcas vecinas reclutando mujeres y hombres para la guerra y organizó un batallón que bautizó con el nombre de "Leales", que integraban también amazonas guerrilleras, que comandó en varias acciones contra la dominación española. Los indígenas y los mestizos de la región pronto la identificaron con la Pachamama y le atribuyeron dones sobrenaturales.
La vida de los Padilla, secundados por su fiel lugarteniente Juan Huallparrimachi, en su lucha desigual contra fuerzas entrenadas y bien armadas fue un incesante escurrirse por una geografía cruel que cobraba su precio de hambre, enfermedades y temperaturas extremas, interrumpidas por sangrientas escaramuzas con el enemigo. Escribiría Bartolomé Mitre: "Como esfuerzo persistente que señala una causa profunda la lucha de los caudillos altoperuanos duró 15 años, sin que durante un sólo día se dejase de pelear, de morir o de matar en algún rincón de aquella elevada región mediterránea. La caracteriza moralmente el hecho de que sucesiva o alternativamente, figuraron en ella 102 caudillos, más o menos oscuros, de los cuales sólo nueve sobrevivieron a la lucha, pereciendo los 93 restantes en los patíbulos o en los campos de batalla, sin que uno solo capitulase, ni diese ni pidiese cuartel en tan tremenda guerra.”
El sufrimiento no doblegó a Juana sino que acrecentó su odio contra los realistas y dio mayores fuerzas a su brazo para blandir la espada o enarbolar su lanza. Así estuvo junto a su esposo en victorias y derrotas hasta que el 5 de mayo de 1816 alcanzó la gloria: al frente de 30 fusileros criollos y 200 indios armados de hondas, palos y flechas, además de su cuerpo de amazonas, venció a los españoles del coronel Vicente Sardina en la batalla de El Villar, siendo premiada por el gobierno de Buenos Aires con el grado de teniente coronela, único caso en nuestro ejército.
Los realistas se proponen terminar de una vez por todas con Juana y Manuel Ascencio. A la cabeza de ella le han puesto el mismo precio que a la de su esposo, 10 mil pesos. El general español García Camba informó a Madrid: "La destrucción de los Padilla es de la mayor importancia para la pacificación de los partidos o subdelegaciones de la provincia de Charcas y aun para la inmediata de Santa Cruz de la Sierra."
Acosada por el fortalecido enemigo, lo que la había obligado a separarse de Manuel Ascencio y de Hualparrimachi, Juana Azurduy se internó en el valle de Segura buscando refugio en la húmeda impenetrabilidad de su selva, acampando a orillas de pantanos infestados de mosquitos. Allí sus cuatro hijos, a quienes su madre amaba entrañablemente, debilitados por la fatiga, el frío y el hambre, contrajeron la fiebre palúdica y todos murieron, primero los dos varones, Manuel y Mariano, y enseguida las dos mujeres, Juliana y Mercedes.
No sería esa la única tragedia pues en el desigual combate del cerro de las Carretas, el indiecito Hualparrimachi murió con el pecho destrozado por un lanzazo. La tradición, quizá también la historia, dice que fue por evitar que esa misma lanza hiriera a Juana, quien se batía bravíamente contra la partida realista que los había sorprendido en medio de la noche.
Pocos días después, otra emboscada se abatió sobre los esposos, y la situación desfavorable de los guerrilleros se tornó muy comprometida. Entonces Manuel Ascencio, quien ya había ganado distancia en su escape, volvió grupas para defender a su amada. Fue entonces alcanzado por un trabucazo que lo derribó en tierra. El cruel coronel Aguilera, también altoperuano aunque al servicio del rey, el mismo que meses más tarde decapitó al derribado Padilla allí mismo. Luego, para escarmiento de los partidarios de la revolución americana, exhibió esa cabeza en el extremo de una pica.
A partir de entonces Juana Azurduy, viuda de Padilla, necesitaría sosiego y protección para restañar las profundas heridas anímicas que el destino ha producido en su espíritu. Parte entonces hacia el sur en busca de alguien de quien había escuchado hablar con respeto y admiración, Martín Miguel de Güemes.
El gran caudillo salteño recibió a la teniente coronela con honores y, sabiendo que sería la mejor forma de ayudarla, la incluyó en su ejército, asignándole tareas de mando y responsabilidad. Fue entonces, en 1822, cuando la conoció nuestra escritora Juana Manuela Gorriti niña y escribió: "El loor de sus hazañas flotaba ante mis ojos como un incienso en torno a aquella mujer extraordinaria y formábanle una aureola. Su recuerdo está aún vivo en mí cual si ahora la viera con sus largos vestidos de luto y su semblante sereno y meditabundo."
Como perseguida por un sino siniestro, también el jefe de los gauchos de Salta se inmolaría en su lucha por la independencia de su patria. Muerto su protector, Juana Azurduy vaga desamparada por el Chaco salteño. Obligada por tan penosas circunstancias, encogiendo su orgullo, escribe a las autoridades provinciales solicitando ayuda para regresar a su ciudad natal. Avaramente y con demora se le facilitaron cuatro mulas y cincuenta pesos.
Regresada a Chuquisaca, uno de los pocos momentos de felicidad de Juana Azurduy fue cuando sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado del mariscal Sucre, se presentó en su humilde vivienda de adobe y paja para expresarle su homenaje a tan gran luchadora. La ascendió a coronela y le concedió una pensión mensual de 60 pesos.
Doña Juana envejecería olvidada y pobre, herida por las circunstancias políticas de Bolivia, como había pasado a llamarse el Alto Perú, escindido ya del territorio argentino. Por esas crueles volteretas de la política, quienes habían guerreado en su contra al servicio del rey de España, quienes habían arrancado de su lado a Manuel Ascensio, a sus hijos, a Hualparrimachi, eran ahora las principales autoridades del nuevo país. Su indignación la expresó en carta a Manuela Sáenz, amante de Bolívar: "Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra no ha sido fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo cómo los chapetones contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bolívar: López de Quiroga, a quien mi Ascencio le sacó un ojo en combate, Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina, Tardío contra quien yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa Verde y la Recoleta." También se referiría a Blanco y a Santa Cruz, quienes llegaron a ocupar la presidencia del país a pesar de haber luchado hasta el último momento en contra de patriotas como Juana. La carta seguía: "Le mentiría si no le dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco, Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate (todos ellos caudillos altoperuanos) y todas las mujeres que a caballo, hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad."
Sin parientes ni amigos, a los 82 años, Juana murió en medio de la más absoluta soledad y pobreza porque la pensión acordada por Bolívar le fue pagada puntualmente apenas durante dos años. Murió, como no podía ser de otra manera, un 25 de Mayo. Cuando el indiecito que la cuidaba se lo informó a las autoridades chuquisaqueñas el mayor de plaza, un tal Joaquín Taborga, le respondió, en una involuntaria broma de pésimo gusto, que nada se haría pues estaban todos ocupados en la conmemoración de la fecha patria.
Juana Azurduy de Padilla, la heroica guerrillera a quien hoy se le quiere hacer justicia, y con ella a las muchas mujeres que se comprometieron activamente en la lucha por nuestra independencia, merece el bello monumento ecuestre que se planea emplazar en las proximidades de la Casa de Gobierno. ¿Quién fue Cristóbal Colón? El primer europeo que desembarcó en nuestra América iniciando la cruel invasión europea, que dio paso a la dominación hispánica en nuestro territorio. ¿Contra quién combatieron nuestros próceres, mujeres y hombres, entre ellos Juana Azurduy? Contra los descendientes de Colón. ¿Qué ceguera histórica lleva a muchos a no entender que Colón y Juana son figuras antitéticas? Es cuestión de elegir…
(*) Presidente del Instituto Nacional de
Revisionismo Histórico Argentino e
Iberoamericano Manuel Dorrego. -
Nacida en 1781, Juana pronto quedaría huérfana de padre y madre, cumpliendo con un destino trágico que desde sus años más precoces la enfrentó implacablemente con la muerte de sus seres más queridos. Su vecino de finca era el joven Manuel Ascencio Padilla, y ambos, enamorados, compartiendo sus ansias de justicia e independencia contrajeron matrimonio, y en poco tiempo más la dicha hogareña se completó con el nacimiento de los hijos Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes.
Pero la tranquilidad de la vida campesina fue turbándose por la agitación revolucionaria de los estudiantes de la vecina universidad chuquisaqueña de San Francisco Xavier donde se formaron algunos de los próceres de nuestra independencia: Moreno, Monteagudo, Castelli, Paso, los Rodríguez Peña y otros. La vida cambiaría definitivamente para los esposos el 25 de mayo de 1809, a raíz del levantamiento revolucionario en el Alto Perú, que entonces formaba parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata como se llamaba entonces nuestro territorio, que se produjo exactamente un año antes que el de Buenos Aires. Juana y Manuel tomaron partido por la causa de la libertad americana llevando consigo a sus cuatro pequeños.
Juana recorría las comarcas vecinas reclutando mujeres y hombres para la guerra y organizó un batallón que bautizó con el nombre de "Leales", que integraban también amazonas guerrilleras, que comandó en varias acciones contra la dominación española. Los indígenas y los mestizos de la región pronto la identificaron con la Pachamama y le atribuyeron dones sobrenaturales.
La vida de los Padilla, secundados por su fiel lugarteniente Juan Huallparrimachi, en su lucha desigual contra fuerzas entrenadas y bien armadas fue un incesante escurrirse por una geografía cruel que cobraba su precio de hambre, enfermedades y temperaturas extremas, interrumpidas por sangrientas escaramuzas con el enemigo. Escribiría Bartolomé Mitre: "Como esfuerzo persistente que señala una causa profunda la lucha de los caudillos altoperuanos duró 15 años, sin que durante un sólo día se dejase de pelear, de morir o de matar en algún rincón de aquella elevada región mediterránea. La caracteriza moralmente el hecho de que sucesiva o alternativamente, figuraron en ella 102 caudillos, más o menos oscuros, de los cuales sólo nueve sobrevivieron a la lucha, pereciendo los 93 restantes en los patíbulos o en los campos de batalla, sin que uno solo capitulase, ni diese ni pidiese cuartel en tan tremenda guerra.”
El sufrimiento no doblegó a Juana sino que acrecentó su odio contra los realistas y dio mayores fuerzas a su brazo para blandir la espada o enarbolar su lanza. Así estuvo junto a su esposo en victorias y derrotas hasta que el 5 de mayo de 1816 alcanzó la gloria: al frente de 30 fusileros criollos y 200 indios armados de hondas, palos y flechas, además de su cuerpo de amazonas, venció a los españoles del coronel Vicente Sardina en la batalla de El Villar, siendo premiada por el gobierno de Buenos Aires con el grado de teniente coronela, único caso en nuestro ejército.
Los realistas se proponen terminar de una vez por todas con Juana y Manuel Ascencio. A la cabeza de ella le han puesto el mismo precio que a la de su esposo, 10 mil pesos. El general español García Camba informó a Madrid: "La destrucción de los Padilla es de la mayor importancia para la pacificación de los partidos o subdelegaciones de la provincia de Charcas y aun para la inmediata de Santa Cruz de la Sierra."
Acosada por el fortalecido enemigo, lo que la había obligado a separarse de Manuel Ascencio y de Hualparrimachi, Juana Azurduy se internó en el valle de Segura buscando refugio en la húmeda impenetrabilidad de su selva, acampando a orillas de pantanos infestados de mosquitos. Allí sus cuatro hijos, a quienes su madre amaba entrañablemente, debilitados por la fatiga, el frío y el hambre, contrajeron la fiebre palúdica y todos murieron, primero los dos varones, Manuel y Mariano, y enseguida las dos mujeres, Juliana y Mercedes.
No sería esa la única tragedia pues en el desigual combate del cerro de las Carretas, el indiecito Hualparrimachi murió con el pecho destrozado por un lanzazo. La tradición, quizá también la historia, dice que fue por evitar que esa misma lanza hiriera a Juana, quien se batía bravíamente contra la partida realista que los había sorprendido en medio de la noche.
Pocos días después, otra emboscada se abatió sobre los esposos, y la situación desfavorable de los guerrilleros se tornó muy comprometida. Entonces Manuel Ascencio, quien ya había ganado distancia en su escape, volvió grupas para defender a su amada. Fue entonces alcanzado por un trabucazo que lo derribó en tierra. El cruel coronel Aguilera, también altoperuano aunque al servicio del rey, el mismo que meses más tarde decapitó al derribado Padilla allí mismo. Luego, para escarmiento de los partidarios de la revolución americana, exhibió esa cabeza en el extremo de una pica.
A partir de entonces Juana Azurduy, viuda de Padilla, necesitaría sosiego y protección para restañar las profundas heridas anímicas que el destino ha producido en su espíritu. Parte entonces hacia el sur en busca de alguien de quien había escuchado hablar con respeto y admiración, Martín Miguel de Güemes.
El gran caudillo salteño recibió a la teniente coronela con honores y, sabiendo que sería la mejor forma de ayudarla, la incluyó en su ejército, asignándole tareas de mando y responsabilidad. Fue entonces, en 1822, cuando la conoció nuestra escritora Juana Manuela Gorriti niña y escribió: "El loor de sus hazañas flotaba ante mis ojos como un incienso en torno a aquella mujer extraordinaria y formábanle una aureola. Su recuerdo está aún vivo en mí cual si ahora la viera con sus largos vestidos de luto y su semblante sereno y meditabundo."
Como perseguida por un sino siniestro, también el jefe de los gauchos de Salta se inmolaría en su lucha por la independencia de su patria. Muerto su protector, Juana Azurduy vaga desamparada por el Chaco salteño. Obligada por tan penosas circunstancias, encogiendo su orgullo, escribe a las autoridades provinciales solicitando ayuda para regresar a su ciudad natal. Avaramente y con demora se le facilitaron cuatro mulas y cincuenta pesos.
Regresada a Chuquisaca, uno de los pocos momentos de felicidad de Juana Azurduy fue cuando sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado del mariscal Sucre, se presentó en su humilde vivienda de adobe y paja para expresarle su homenaje a tan gran luchadora. La ascendió a coronela y le concedió una pensión mensual de 60 pesos.
Doña Juana envejecería olvidada y pobre, herida por las circunstancias políticas de Bolivia, como había pasado a llamarse el Alto Perú, escindido ya del territorio argentino. Por esas crueles volteretas de la política, quienes habían guerreado en su contra al servicio del rey de España, quienes habían arrancado de su lado a Manuel Ascensio, a sus hijos, a Hualparrimachi, eran ahora las principales autoridades del nuevo país. Su indignación la expresó en carta a Manuela Sáenz, amante de Bolívar: "Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra no ha sido fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo cómo los chapetones contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bolívar: López de Quiroga, a quien mi Ascencio le sacó un ojo en combate, Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina, Tardío contra quien yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa Verde y la Recoleta." También se referiría a Blanco y a Santa Cruz, quienes llegaron a ocupar la presidencia del país a pesar de haber luchado hasta el último momento en contra de patriotas como Juana. La carta seguía: "Le mentiría si no le dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco, Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate (todos ellos caudillos altoperuanos) y todas las mujeres que a caballo, hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad."
Sin parientes ni amigos, a los 82 años, Juana murió en medio de la más absoluta soledad y pobreza porque la pensión acordada por Bolívar le fue pagada puntualmente apenas durante dos años. Murió, como no podía ser de otra manera, un 25 de Mayo. Cuando el indiecito que la cuidaba se lo informó a las autoridades chuquisaqueñas el mayor de plaza, un tal Joaquín Taborga, le respondió, en una involuntaria broma de pésimo gusto, que nada se haría pues estaban todos ocupados en la conmemoración de la fecha patria.
Juana Azurduy de Padilla, la heroica guerrillera a quien hoy se le quiere hacer justicia, y con ella a las muchas mujeres que se comprometieron activamente en la lucha por nuestra independencia, merece el bello monumento ecuestre que se planea emplazar en las proximidades de la Casa de Gobierno. ¿Quién fue Cristóbal Colón? El primer europeo que desembarcó en nuestra América iniciando la cruel invasión europea, que dio paso a la dominación hispánica en nuestro territorio. ¿Contra quién combatieron nuestros próceres, mujeres y hombres, entre ellos Juana Azurduy? Contra los descendientes de Colón. ¿Qué ceguera histórica lleva a muchos a no entender que Colón y Juana son figuras antitéticas? Es cuestión de elegir…
(*) Presidente del Instituto Nacional de
Revisionismo Histórico Argentino e
Iberoamericano Manuel Dorrego. -
No hay comentarios:
Publicar un comentario