lunes, 14 de febrero de 2011

PELEAS DE DINOSAURIOS


Leemos aquí el relato del viaje de las principales figuras del Episcopado argentino a Roma, a ventilar ante Benedicto XVI sus pujas internas.

Lejos de aquéllos primeros años de la restauración democrática -donde existía un minoritario pero activo grupo de obispos progresistas como Hesayne, Novak o De Nevares-, lejísimos de los tiempos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo con el inolvidable Carlos Mugica; hoy la interna del Episcopado local parece dirimirse entre el arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina Jorge Bergoglio y su par de la diócesis de La Plata, monseñor Aguer; que es lo mismo que decir una pelea entre Torquermada y el monje Savonarola, discutiendo sobre la intensidad del fuego de la hoguera.

Según cuentan las crónicas, el obispo de La Plata encabeza una cruzada -nunca tan bien empleado el término- para desplazar a Bergoglio de la conducción de la Conferencia Episcopal, moviendo contactos en el Vaticano para acceder a la silla cardenalicia, aparentemente con buen eco en Roma, donde su discurso del Siglo XIII suena grato a los oídos de Benedicto XVI y la curia romana.

Al cardenal Bergoglio -uno de los ejes articuladores, en lo secreto, de buena parte de la oposición a los gobiernos kirchneristas todos estos años- casi todos lo conocen, pero de monseñor Aguer existen menos referencias; aun cuando no sea un hombre ajeno a la exposición en los medios masivos.

No conforme con haber sido uno de los pocos prelados que asumió públicamente la defensa del obispo castrense monseñor Baseotto cuando fue desplazado de su cargo por Kirchner por aquéllas declaraciones contra Ginés González García (una implícita reivindicación de los vuelos de la muerte), Aguer la emprendió contra la política educativa, desde resistirse frontalmente a cualquier programa de educación sexual, hasta cuestionar  la enseñanza en las escuelas bonarenses de "Construcción de la ciudadanía" , un espacio curricular pensado para desarrollar valores democráticos desde la escuela.

Obviamente al hombre se lo pueden imaginar blandiendo la cruz contra la ley de matrimonio igualitario -de hecho, centra sus críticas a Bergoglio en lo que considera una estrategia equivocada para impedir la sanción de la ley-, los derechos reproductivos de la mujer o la despenalización del aborto; pero habrá que ser justos: exponiendo con absoluta crudeza el pensamiento (retrógado) ampliamente imperante hoy en la Iglesia Católica, y en todo caso el que expresa el propio Papa.

De modo que en el fondo esta disputa entre sotanas y testas purpuradas no es ideológica (mucho menos de valores) sino esencialmente política, por el control de una institución que ha afirmado su poder terrenal. en la misma medida en que perdía influencia espiritual sobre vastos sectores de la sociedad, en la Argentina y en América Latina.

Y esa pérdida de influencia no ha sido casual, porque la Iglesia Católica ha estado crecientemente asociada a los poderosos, a las dictaduras, a las atrocidades cometidas contra los derechos humanos; y poco afecta -en general, con honrosísimas excepciones- a un auténtico y efectivo compromiso con las minorías, los pobres y los excluidos de todo tipo. 

Y así como hay entre la inmensa mayoría de los miembros de su jerarquía profundos acuerdos ideológicos en su visión del mundo, del hombre y de la sociedad, hay un sobreentendido común: se niegan por todos los medios a renunciar al ejercicio de un rol tutelar sobre esa sociedad, sobre sus costumbres, su vida pública y privada, y aun sus opciones políticas.

Rol tutelar que obviamente no condice con el pluralismo real de la sociedad y con la vigencia misma del sistema democrático (el poder eclesial medra en la oscuridad de la trastienda del poder, y por esencia no aceptará jamás someterse a la voluntad popular), aspectos ambos que la Iglesia Católica acepta con indisimulable disgusto, más allá de sus apelaciones teóricas a los valores republicanos.

Si bien esa pérdida de influencia era perceptible hace años (acicateada además por los casos de pedofilia y escándalos sexuales que involucraron a muchos jerarcas de la Iglesia, como nuestro bien conocido Storni), no ha sido menor la contribución en su hora de Néstor Kirchner para "bajarlos del pedestal" (o del púlpito), con decisiones como la de Baseotto, o la no realización de los famosos Te Déums del 25 de mayo en la catedral porteña.

Y en la medida que la sociedad se complejiza -aun con todos los problemas que ello implica-, es poco probable que alguna vez la Iglesia pueda recuperar la influencia que supo tener, aun entre sus propios fieles y en asuntos de fe o doctrina; sin perjuicio de que defiende (y seguirá defendiendo) con uñas y dientes la que conserva en los círculos íntimos del poder empresarial y económico, en fracciones del poder político y en otros ámbitos como la justicia por ejemplo.

Es por eso que la intriga palaciega que los obispos argentinos han ido a ventilar al Vaticano (que obviamente nunca será calificada como una "brutal guerra interna")  semeja la de dos dinosaurios peleando por una presa, sin advertir la venida del meteorito que los borró de la historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La irracional y fundamentalista católica Lilita Carrió
¿Estará con Bergoglio o con Aguer?
Al que la gorda apoye, pierde.
Igual, los dos candidatos -y la gorda- solo piensan en el púlpito y en la hoguera.
Que contraten un seguro contra meteoritos.
El Colo