Cuatro males elegidos por la oposición
Por Hernán Brienza
Esos cuatro elementos van a formar el discurso que sonará en las trompetas de los jinetes del Apocalipsis que quieren retrotraer a la Argentina a la década de 1990.
Inseguridad, Protesta Social, Inflación y Corrupción. Estos van a ser los cuatro males que elegirá el conglomerado opositor formado por algunas figuras políticas y por cuadros empresariales para, utilizando los medios de comunicación que integran ese mismo andamiaje, atacar y esmerilar el poder construido por el kirchnerismo en estos últimos años y consolidado luego de la desgraciada muerte de Néstor Kirchner. Estos cuatro elementos van a formar el discurso que sonará en las trompetas de los jinetes del Apocalipsis que quieren retrotraer a la Argentina a la década de 1990.
A través de improvisadas juanas de arco, de organizaciones sociales minoritarias pero con capacidad de provocar cierta impresión caótica, empresarios –Techint, Cablevisión, Shell– que forzarán aumentos injustificados de precios –en algunos casos, como el de las frutas y verduras, las subas serán directamente inventadas, no sólo para generar sensación inflacionaria sino también para despertar la rueda especulativa que suscita el miedo en los comerciantes minoristas, por ejemplo– y, por último, los medios concentrados fogonearán toda investigación sobre actos de corrupción que, con pruebas o no, puedan influir en el humor social de individuos de clase media con tendencia a escandalizarse por todo acto de sobornos en los que no pueda participar de ninguna manera (es ironía, claro).
No es mala la estrategia, de hecho hasta ahora siempre funcionó. Resultó en 1989 cuando sucesos como el asalto al cuartel de La Tablada, la hiperinflación, la crisis económica, el caos social, la presión del empresariado, economistas como Domingo Cavallo o políticos como Carlos Menem se concatenaron para que el por entonces presidente Raúl Alfonsín apareciera como un líder debilitado que no podía controlar la situación. Sin embargo, ahora, hay algunas diferencias:
1) El empresariado no está muy convencido de que sea buen negocio el caos. Si bien el grupo de industrias de capital concentrado nucleados en la Asociación de Empresarios de la Argentina (AEA) y que forman una de las líneas internas de la UIA –representada, por ejemplo, por ARCOR y Techint– y los grandes estancieros de la Sociedad Rural ven con buenos ojos un derrumbe del gobierno; el 80% de los industriales –las pequeñas y medianas empresas reunidas en Apymes, empresarios medios de la UIA cuyos sectores como textiles, autopartes, maquinarias agroindustriales fueron fuertemente beneficiados con el actual modelo–, los productores agrícolo-ganaderos medios, que incluyen a los tamberos, claro, tampoco están muy convencidos de que el desastre o el cambio errático sea la mejor vía al crecimiento. Es decir, a diferencia de 1989, el bloque económico dominante está fracturado no sólo en forma horizontal sino también vertical.
2) La protesta social está relativamente controlada por las organizaciones de base que responden de una u otra manera a la estrategia de conservación del actual modelo de distribución de la riqueza. El peronismo territorial del Conurbano está aquietado porque a los intendentes no les conviene sacar los pies del plato, ya que la imagen de la presidenta Cristina Fernández hoy aporta votos para ganar en sus distritos –cosa que no ocurría en 2009. La CGT, salvo por el inefable documento del viernes defendiendo al “Momo” Gerónimo Venegas, se convirtió en uno de los pilares fundamentales que sostienen el modelo económico frente a las corporaciones. Las organizaciones piqueteros están contenidas con la generación de empleo –que las redujo–, por acuerdos ideológicos y por la Asignación Universal por Hijo que les quitó el rol de distribuidores de incentivos particulares. El único sector minoritario con capacidad de presencia mediática son las agrupaciones de la ultraizquierda marx(c)iana que, como el viernes pasado, cortaron la 9 de Julio para protestar en contra del principal accionista de Aluar y Fate, Javier Madanes. Interesante: los líderes sindicales trotskistas aparecieron sólo para objetar a un empresario que esta semana apareció como la pata kirchnerista en la UIA. Ese mismo día, la UATRE de Venegas y el duhaldismo cortaba rutas para exigir la liberación del Momo: ¿conspiración, coincidencia, oportunismo o infantilismo bolche? En resumen: los incidentes en el Indoamericano demuestran que el conflicto social puede generar ruido mediático, robar la vida de algunos seres humanos, pero no tiene posibilidad de extenderse en el tiempo ni de superar los 15 o 16 agitadores de turno.
3) Estados Unidos no sabe lo que quiere. No hay consenso de Washington por ahora. Por lo tanto, no hay en el horizonte programas de imposición de modelos económicos como el neoliberalismo que era el objetivo principal del republicanismo en los ’80. Eso genera cierta quietud por parte de sus usinas conspirativas, pero nada más. Apoyará, como en Honduras, todo complot que le suene a derecha, pero no llevará el protagonismo adelante. Además, más temprano que tarde encontrará su estrategia para la región. Tampoco hay un clima de retroceso de las ideologías de izquierda como ocurrió a fines de los ochenta con las crisis de la URSS, los países del Este y el cansancio que sufría la revolución sandinista en Nicaragua.
4) Con los números macroeconómicos con los que cuenta el actual gobierno, la inflación está lejos de desmadrarse. Tiene que ocurrir un terremoto económico-financiero para que el Estado, sentado sobre más de 50 mil millones de dólares de reserva no pueda mantener las riendas del caprichoso caballo de los precios. Pero, de todas maneras, sería importante para la profundización cualitativa del modelo nacional y popular que el Estado recupere su poder de control y de policía para poder monitorear la cadena de formación de precios y detectar los bolsones de especulación privada. Los argentinos necesitamos más Guillermos Moreno –con todas sus contradicciones y exotismos– y menos Martines Redrado, es decir, más intervencionismo y menos displicencia por parte del Estado.
5) La inseguridad es uno de los temas que puede causar un importante malestar en la sociedad, pero habría que tener en cuenta que después de años y años de operaciones periodísticas que instalaron la “sensación de inseguridad” es posible que esa agenda termine por convertirse en un discurso vacío que genere pánico sólo en los asustados y convenza sólo a los convencidos. Esto dicho, obviamente, sin desdeñar la problemática real del combate del delito y la contención social, sino poniendo el acento en la utilización mediática de la problemática.
6) El peronismo, opositor en aquel 1989, tiene ahora un problema: No solamente se encuentra en el gobierno sino que la única candidata que puede asegurar la victoria electoral en octubre es la presidenta. Es más, no hay ningún otro líder –ni gobernador ni legislador ni ex presidente– que pueda garantizar hoy por hoy el triunfo. Y tampoco hay quién pueda generar un proyecto político alternativo con una idea superadora o renovadora del kirchnerismo.
¿Garantiza esto el triunfo para el Frente de la Victoria? ¿Ya tiene el actual gobierno asegurada su continuación? No, claro que no. Sólo está planteado el terreno de la disputa. De cómo elabore la presidenta su estrategia de consolidación del poder propio, de la posibilidad que tenga de acrecentar su capital simbólico frente a los argentinos y de su propia voluntad política depende el destino del modelo nacional y popular. Del otro lado, por ahora, la oposición, no sólo la partidaria sino la corporativa, semeja un boxeador peso pesado con las manos quebradas: tira y tira golpes rápidos pero sin contundencia porque tiene miedo al sufrimiento propio, ninguno de esos lanzazos tiene capacidad de hacerle daño al rival, lo que le genera más impotencia. Pero claro que se trata de un peso pesado. Y se sabe, hay un momento de la pelea en que las manos quebradas se adormecen y el boxeador deja de sentir el dolor. Y es allí cuando puede volver a hacer daño.
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