El día que Menem se bajó
Año 6. Edición número 260. Domingo 12 de mayo de 2013
La segunda vuelta tenía que ser el domingo 18 de mayo. Carlos Menem, el infatigable ganador de elecciones, el hombre que llevaba un kinesiólogo en el menemóvil para masajearle la mano derecha cansada de tanto saludar, decidió no presentarse antes que perder con Néstor Kirchner. Por azar o por cábala, fue un martes 13, y mañana se cumple una década. Circunstancias de la vida llevaron a un amigo, al que llamaré Nicolás, a ser uno de los primeros en ver la cara del riojano en el momento del renunciamiento. Nicolás tiene las cejas rubias muy tupidas. Es de Villa Crespo, descendiente de inmigrantes rusos y de la generación de Malvinas. Veinte años atrás había empezado como productor de cine publicitario, documentales y televisión. Más de una vez participó de equipos para campañas políticas. En 1995, trabajaba en una productora contratada para la campaña de reelección de Menem. Por entonces, el escenario eran los jardines de la Quinta de Olivos y, mientras montaban luces, sonido, rieles para mover las cámaras, Nicolás veía desfilar asesores, empresarios, sindicalistas, viejas glorias del fútbol que participaban de asaditos y torneos en la cancha presidencial. Además pasaban al lado suyo muchas mujeres rubias, avestruces, llamas, uniformados, y los infaltables Ramón Hernández y Alberto Kohan. Nicolás comprobó entonces la destreza de Menem: recordaba a todo el mundo, se detenía a preguntar a un iluminador sobre su equipo favorito. Eso sí, era más pequeño y más enjuto de lo que Nicolás imaginaba, pero lo veía erguido, armonioso, vital.
A principios de 2003, Nicolás ya tenía su propia productora y la picardía le permitió engancharse en la campaña de la primera vuelta con Néstor Kirchner. Le encargaron algunas piezas fílmicas, pero no resultaba muy atractivo. “Te peleaban el mango, te pedían que redujeras costos en exceso. Además, Kirchner era medio fóbico a las cámaras. A veces tenías todo montado, hasta el equipo generador alquilado y conectado, y te dejaban esperando horas. No era sólo la guita, así no se puede laburar.”
Los viejos contactos resultaron y, para la segunda vuelta, lo subcontrataron de una agencia contratada para la campaña de Menem. En realidad, una agencia que había trabajado para De la Rúa, pero que esa vez estaba con Menem.
Empezaba mayo y era preciso hacer todo a los piques. Lo mandaron a la locación establecida: “Los fondos de la quinta de Hadad”. Por entonces, Daniel Hadad desde Radio 10, Canal 9 e Infobae batía el parche para Menem. Otros empresarios surgidos en los noventa apostaban a la re-re. Aunque sabían que Menem tenía mucha plata, los empresarios sabían que con el riojano –quizá con otros también– la apuesta consistía en poner; apostar a resultado. “Esa vez, en lo de Hadad, estaba muy distinto. Conservaba la sonrisa, la simpatía, pero estaba anciano, caminaba encorvado, por momentos tenía la mirada perdida. Eso sí, cuando encendíamos las luces, Menem recuperaba la estampa. Todos sus allegados hacían un silencio sepulcral y el riojano leía el mensaje del teleprompter con la voz pausada”.
En cuanto terminaban de grabar, Nicolás observaba cómo lo felicitaban los de alrededor. “Para mí era un buen laburo. Eso sí, con todos los políticos tenés que arreglar bien los números, porque si pierden no te terminan de pagar”. Se acercaba el día del ballottage y Nicolás estaba listo como un bombero. “Me llamaron y, en vez de ir a San Martín como estaba previsto, me dijeron que había que grabar en La Rioja”. Los fletaron en un avión chárter. Al llegar sintieron el calor seco. Unas camionetas los transportaron a la residencia del gobernador. Los asesores de campaña, nerviosos, indicaron dónde montar las cámaras. “Sabíamos que había que grabar un mensaje, pero el silencio era total. En esos momentos no tenés que preguntar nada, cualquier cosa que digas puede ser mal interpretada.”
Nicolás veía la casa del gobernador de La Rioja con cierto estupor. Nada tenía que envidiarle a la de Olivos. Salvo que esa provincia era de las más pobres del país. Al lado estaba el canal de televisión donde iban a editar. “Ese sí que era un canal de pueblo.” Entre el calor y el silencio, pasaron algunas horas. Uno del equipo de campaña se acercó con dos textos distintos para cargar en el teleprompter. Trámite normal, como dejar dos trajes, uno gris y otro azul. El candidato elige.
Uno del equipo de Nicolás cargaba el teleprompter. “Mirá esto”, le dijo, incrédulo. Un mensaje convocaba a los electores, una vez más, a seguirlo. El otro, en cambio, decía que no había condiciones para esa elección, que estaba viciada. Esa opción significaba que Menem se bajaba de la campaña. El operador siguió las instrucciones de Nicolás y cargó ambos textos. Sin decir palabra. Nicolás se decía que no era posible que Menem se bajara. Las cámaras, el sonido, las luces, todo estaba dispuesto. En otra sala, cabildeaban asesores y candidato.
Menem entró a grabar. Nicolás trató de adivinar cuál texto leería. Pero le resultó imposible. Cuando Menem pasó al lado de un iluminador, le tendió la mano, como hacía siempre. “Carlos, con esa ropa no podés grabar”, advirtió un asesor. Estaba de pantalón y camisa. El director de fotografía, de inmediato, se acercó y lo acompañó hasta el vestuario, para elegir colores a tono con el ambiente. Al rato, estaba sentado tras el escritorio. Todo listo.
“El texto número dos”, indicó un asesor.
¡Carajo! ¡Se baja! ¡Menem no se presenta! Nicolás, lo mismo, ponía cara de nada.
Hicieron una prueba sin grabar. Menem leyó y Nicolás notó que lo hacía sin convicción. Al terminar, Menem dijo: “Esto me lo escribieron, pero no creo en esto”.
“Vas a volver antes, Carlos. Tranquilo”, dijo Kohan. “Seguro, Carlos, vas a volver antes de 2007”, dijo Hernández. “Vamos a volver pronto”, dijo Carlos Romero, candidato a vicepresidente.
Grabaron. “Estaba destruido. Con la mirada perdida. Cometía furcios. Era otro tipo”. Nicolás sintió cierta congoja cuando vio desvalido a Menem. Fueron a editar al canal pero al rato les transmitieron que el spot no sería televisado.
“Listo, muchachos. Gracias”. Los llevaron en camionetas al aeropuerto de La Rioja. El vuelo chárter fue sólo para ellos. La azafata les dio a elegir bebidas. “Pedimos champagne”. Pero la azafata les dijo que no había. Era comprensible. Para los menemistas, triunfo y champagne estaban asociados.
Los diarios del miércoles 14 de mayo de 2003 reproducían el mensaje escrito mandado por los colaboradores de Menem. “Hay momentos en la historia en que resultan indispensables definiciones y renunciamientos. La Asamblea Legislativa ha proclamado oficialmente a la fórmula que integro con el doctor Juan Carlos Romero como ganadora de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Motiva de mi parte un enorme reconocimiento a los millones de compatriotas que, en condiciones particularmente adversas, me ratificaron su confianza el 27 de abril. Muy particularmente a los miles y miles de compañeros justicialistas y de otras fuerzas políticas de todos los rincones del país que me acompañaron en este esfuerzo común. Pero me obliga también a realizar una serena reflexión, que está por encima de especulaciones personales e intereses subalternos. Como decía la compañera Evita, renuncio a los honores y a los títulos, pero no a la lucha”. La carta seguía, con frases similares. Menem no volvió a la Presidencia. Pero tampoco fue a la cárcel.
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