domingo, 19 de mayo de 2013

El asesino que partió a bordo de un inodoro


Quizás por decoro, el comunicado penitenciario omitió un detalle: el cadáver de Jorge Rafael Videla fue hallado sobre el inodoro. El dictador había muerto en su ley.

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Día de luto en Jurassic Park. En tales ocasiones, los avisos fúnebres del diario La Nación son una fuente informativa de culto. Esta vez, sin embargo, la exigua cantidad de condolencias –apenas 18– fue notable. ¿Acaso la mala prensa del finado hizo que el grueso de sus deudos se llamaran a silencio? No siempre fue así; lo cierto es que en una época el tipo supo ser muy estimado.  
Aún hoy se emite de tanto en  tanto el añejo tape de un almuerzo con Mirtha Legrand, grabado en junio de 1978, al concluir el Mundial. Todos allí, en esa mesa televisiva –el actor Claudio Levrino, el cantante Laureano Brizuela y Susana Giménez–, estaban emocionados por la victoria de la Selección. En ese clima, la conductora dijo: "El presidente lloró." El presidente era Videla, y sus lágrimas eran de alegría. 
 
Es inevitable que después –incluso, décadas después– de una dictadura aflore el estudio y la discusión sobre la complicidad civil, y el discernimiento de sus respectivos grados de responsabilidad. Claro que –tal como enseñó Hannah Arendt– decir que "todos son culpables es una manera de decir que no hay culpables". Ello lleva al tema hacia otra variación del mismo interrogante: ¿cómo era en aquellos días  la cosmovisión del ciudadano medio y con qué la alimentaba?
 
Parte de la respuesta está en los archivos fílmicos y las hemerotecas; basta ver programas televisivos de la época; sus películas, alguna publicidad y las notas en diarios y revistas. Allí, en cierta manera, quedó registrado lo que mucha gente pensaba o, al menos, tenía que pensar. Allí, en las hemerotecas, se puede hallar –por caso– alguna columna de un tal Carlos Burone, como la que publicó el 12 de junio de 1978 en la revista Siete Días Ilustrados. En ella refiere un encuentro entre Videla y los periodistas extranjeros que cubrieron el Mundial, y escribe: "Estuve allí y, mientras el presidente hablaba, reaccioné automáticamente sacando un lápiz para anotar lo que acababa de oír: '¡No concibo un periodismo que ejerza su libertad sin ejercer su responsabilidad!' Es un concepto tan preciso, que basta cambiar la palabra 'periodista' por 'ciudadano' o, simplemente, 'hombre', para encerrar en tan pocas palabras una de las mejores aproximaciones a la esencia de la Democracia, con mayúscula."
 
Semejantes lecturas estaban naturalizadas. Y moldeaban la percepción del espíritu público. ¿Con aquellos parámetros funcionaba entonces la conciencia colectiva? ¿Así se pensaba en medio del genocidio? En parte, sí. De modo que Videla –como bien lo demostró el Mundial '78– fue nada menos que el "primer argentino". Y también, pese a sus facciones de ultratumba, el rostro humano de la dictadura. Enérgico, cómo un médico obligado a la aplicación de un tratamiento doloroso. Austero y razonable. Temeroso de Dios. Diferente a otras bestias con uniforme. Y dispuesto a contener con el pecho los embates de un mal aun más espantoso. Una paloma entre halcones. Esa fue la imagen que, durante la larga noche de la dictadura, muchos argentinos eligieron del hombre que ejecutó la peor tragedia de la historia nacional. Del hombre que, ahora, a bordo de un inodoro, acaba de partir hacia las tinieblas.

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