Un fantasma recorre el país
El cuerpo fue retirado por la familia de la morgue judicial, pero nunca llegó a su ciudad natal. En Mercedes dicen que pudo haber sido inhumado en reserva en el Gran Buenos Aires. No lo llevaron a la bóveda que en su frente dice: “El espíritu se salva”.
Por Alejandra Dandan
Desde las diez y diez de la mañana de ayer se perdieron los rastros del cuerpo del dictador Jorge Rafael Videla. El fabricante de la máquina de lo clandestino terminó clandestinizado por su familia para evitar las voces de repudio a su figura que se vienen sucediendo desde que hubo indicios de que sus restos iban a volver a su lugar natal en la ciudad de Mercedes. El único dato certero que se tuvo a lo largo del día sobre su destino es que sus hijos retiraron el cuerpo desde la morgue judicial de Buenos Aires por la mañana. A las siete de la tarde, las puertas del cementerio municipal de Mercedes volvieron a cerrarse sin haber visto al cadáver. Durante el día corrieron distintas versiones. Al mediodía, una de ellas indicó que el dictador ya estaba enterrado en un lugar cercano a la Capital. Que de una pequeña ceremonia participaron tres hijos. No mucho más. No hubo ninguna confirmación de la familia ni del abogado. Videla está oculto en algún lugar, es un hombre que murió con un juicio, condenado y en la cárcel, que no es perseguido por nadie salvo por sus desaparecidos, esas memorias penitentes y ambulantes que posiblemente no lo dejarán en paz.
Videla murió el viernes pasado. El domingo a la noche empezaron las primeras reacciones en Mercedes en oposición al entierro del cuerpo en el campo santo de este lugar. La esposa de un militante del Grupo Obrero Revolucionario desaparecido, la hermana de una militante de la JP secuestrada y desaparecida y un historiador que trabaja en la reconstrucción del Regimiento 6 de esta localidad, donde funcionó un centro clandestino, tipiaron una carta apurados que salió publicada al día siguiente en los medios locales: “Ante recientes comunicaciones difundidas por distintos medios periodísticos que informan que en la ciudad de Mercedes serían velados e inhumados los restos del dictador Jorge Rafael Videla nos pronunciamos manifestando nuestro más profundo repudio a que un genocida de lesa humanidad goce de los mismos derechos que un ciudadano común”, señalaron Patricia Bojorge, María Silvia Fasce y Ciro José Lalla. “El destino final de un genocida, que no se arrepintió de sus delitos y que morbosamente se llevó con su muerte el secreto de sus atrocidades, no puede ni debe ser un cementerio de paz.”
Desde ese momento empezó a crecer el repudio. Se sumaron todas las fuerzas políticas de la ciudad, aunque tomaron posturas distintas frente a lo que debía ser la tramitación de su muerte. Unos dijeron que no debía entrar al cementerio o que debía quedar en el Ejército. Otro sector, entre los que están la Secretaría de Derechos Humanos del municipio y La Cámpora, mantuvo el repudio a la figura, pero dijo que, para no repetir la lógica de los represores, no podían oponerse al entierro.
Mientras tanto, siguió el trámite de los Videla en el juzgado. El juez de Morón Pablo Salas tuvo a cargo ese cuerpo que quema desde que salió de la cárcel de Marcos Paz y entró en la morgue judicial hasta que salió de la morgue en el día de ayer. Los Videla le dijeron a Salas que querían que todo fuese “muy reservado” y esto implica que no le dirían a dónde iban a llevarse ese cuerpo. Según pudo saber este diario, el juez les dijo que debían informar 72 horas más tarde dónde habían ubicado el cadáver de Videla y que no podían cremarlo. Esto último obedece a que aún están pendientes los resultados del examen toxicológico y a un deseo que debió haber planteado su familia. Pero todo Mercedes supone que nunca el dictador sería cremado por ese ligazón que tuvo con el cristianismo.
La familia nunca dijo que el cuerpo de Videla iba a ser traído a Mercedes. Los rumores que indicaron que lo haría circularon porque su abogado, Adolfo Casabal Elía, sugirió en alguna declaración esa posibilidad y porque la familia asentó en el juzgado el nombre de una cochería de Mercedes para realizar el acarreo del cuerpo.
En Mercedes existen dos cocherías antiguas y muy tradicionales: Silva y Rossi. Son las únicas de la ciudad, se encargan de todos los traslados, de sus muertos, de los trámites de los que quedan vivos, de entrar y de salir del cementerio municipal. Desde hace días, cada vez que uno de sus dueños entra al cementerio, es corrido por los trabajadores de prensa asentados en el lugar. Los dos “cocheros” negaron desde el comienzo tener relación con el muerto, como si algo de la tramitación en público de ese cuerpo los espantara. Ayer, uno de ellos, Silva, aceptó que si alguno de los dos tenía que ver con la cosa no era él sino el otro. Rossi terminó aceptando que el primer día, apenas después de la muerte, los Videla lo llamaron para preguntarle alguna cosa. Pero aseguró que luego no se volvieron a comunicar.
A las doce y cuarto del mediodía los panales de los 22 desaparecidos seguían amurados al frente del cementerio como desde hace días, enormes, con los ojos clavados en esa calle que se mete en los confines del pueblo, entre las tumbas de sus muertos. Sonó el teléfono de un periodista. Alguien avisó que era hora de levantar la guardia de tres días. Esa persona, una fuente oficial del ámbito de Mercedes, dijo que tenía “hiperchequeado” que a esa hora el muerto ya estaba enterrado. ¿Dónde? En algún lugar. El hombre no dijo dónde, dijo que por el tiempo que había pasado desde que lo sacaron de la morgue y esa hora, debían haberlo llevado a un lugar del conurbano. Tal vez Pilar. Durante el día nadie confirmó el dato. A las ocho de la noche, el abogado de Videla no respondió llamados.
El cementerio de Mercedes tiene dos partes. Una antigua tras las rejas y el muro de protección. Otra afuera, al otro lado de la calle sin muros contenedores, sobre una explanada de tierra. Esta es la parte nueva. Los Videla tienen dos bóvedas, una en cada lugar. En la parte antigua está la más grande, con el linaje de la familia, entre ellos el propio padre del dictador, llamado Rafael Eduardo Videla teniente coronel. “¡¡La materia descansa aquí!!”, dice el frente de la bóveda. “El espíritu se salva.” Como ocurre con todo ese sector del cementerio, la bóveda no tiene lugar para otro muerto. Los muchachos del cementerio suponían que de todos modos Videla, el dictador, el genocida, iba a ser colocado ahí. En un caballete, sobre una tabla. Dispuesto a entrar de cualquier manera, a lo mejor por eso que dice la leyenda: para ponerlo en ese lugar que dice que el espíritu se salva.
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