El paisaje no parece ser el mejor: marchas masivas con un menú diverso de reclamos, graves denuncias de corrupción y lavado de dinero, enfrentamientos con un sector de la Justicia, paros y protestas sociales. Juicios internacionales de Fondos Buitres que pueden complicar el pago a los bonistas que aceptaron el canje de deuda, cepo cambiario para evitar la fuga de divisas y dificultades para frenar la inflación. El kirchnerismo, que el próximo 25 de mayo cumple diez años en el poder, enfrenta su momento más difícil. La política argentina tiene un ritmo vertiginoso. Un año y medio atrás, Cristina Fernández de Kirchner fue reelecta con el 54 por ciento de los sufragios. Lograba así mayoría en ambas cámaras legislativas, amplio apoyo de los gobernadores y la supremacía total dentro de las estructuras del justicialismo. Todo cambió. Sin embargo, nadie se atreve a augurar la debacle de un proyecto político que se reinventó varias veces en la última década.
La actual situación sólo es comparable con la crisis política desatada en 2008 tras el enfrentamiento con las entidades del campo por la Resolución 125 que incrementaba los porcentajes de retenciones a la exportación de granos. El gobierno soportó 129 días de paro de comercialización con bloqueos, piquetes y cortes de ruta. Después del "voto no positivo" del vicepresidente Julio Cleto Cobos en el Senado, que terminó dinamitando la alianza con los llamados radicales "K", el kirchnerismo sufrió su primera derrota electoral en las legislativas de 2009. En la intimidad de la Quinta de Olivos hasta se analizó la posibilidad de abandonar el gobierno anticipadamente. Pero cuando sus rivales vaticinaban el fin y hasta se hablaba de una junta de gobernadores para ordenar el relevo, el kirchnerismo recuperó la iniciativa.
Lejos de contemporizar, lanzó una ofensiva que incluyó el envío al Parlamento de la Ley de Servicios Audiovisuales, lo que profundizó el enfrentamiento con el Grupo Clarín pero generó un efecto paradojal de consolidación interna y permitió sumar, en las urnas, a gran parte de las fuerzas de centroizquierda. Cuatro años después de su sanción, la ley aún no está en vigencia en los artículos que establecen la desinversión, por una sucesión de medidas cautelares. En esa imposibilidad hay que buscar la semilla de la reforma judicial propuesta por el Gobierno en estos días.
Hasta 2007 el romance con Clarín se mantuvo intacto. Días antes de finalizar su mandato, Néstor Kirchner había concedido al Grupo la autorización para que se fusionaran Cablevisión y Multicanal, contra la opinión del presidente de la Comisión de Defensa de la Competencia. El conflicto con el campo, la negativa a permitir el ingreso del grupo mediático en Telecom y la sanción de la Ley de Medios desataron la guerra. La Corte Suprema tendrá la última palabra en los próximos meses.
El Gobierno armó su trinchera en la televisión pública y en otros medios manejados por empresarios amigos. Desde sus usinas informativas, Clarín respondió con munición gruesa. En 2012 fichó al periodista más popular del país y al más talentoso de su generación: Jorge Lanata. Fue en su programa "Periodismo para todos", que se emite por Canal 13, donde se reveló un informe sobre lavado de dinero que involucra al empresario de Santa Cruz Lázaro Báez, un hombre muy cercano a la familia Kirchner. Para distintos analistas, esa denuncia potenció la última marcha contra el Gobierno.
Pero volviendo a 2008, para explicar el proceso de resurrección hay que destacar un elemento fundamental: la elección de temas cercanos a los intereses de la gente. En noviembre de ese año, el Gobierno obtuvo la financiación necesaria para superar la crisis económica a través de la estatización de los fondos de pensión. La idea de avanzar sobre las AFJP se la acercó al matrimonio Kirchner el entonces titular de la ANSeS, Amado Boudou. Esa propuesta lo catapultaría al Ministerio de Economía primero y a la vicepresidencia de la Nación tres años después. Una decisión que muchos, incluso cerca de la presidente, califican como un paso en falso de la mandataria. Boudou quedó implicado en el escándalo de la empresa Ciccone y, más allá de cómo se resuelva su situación penal, su futuro político es incierto. Los cortocircuitos con los vices fueron otra constante en la década kirchnerista: las peleas con Daniel Scioli, la ruptura con Cobos y el traspié de Boudou.
La otras grandes apuestas del Gobierno fueron la Asignación Universal por Hijo —una propuesta que impulsaban tanto el ARI de Elisa Carrió como la CTA— y la adquisición por parte del Estado de los derechos de televisación del fútbol de Primera División, que estaban en manos de una empresa (ligada al Grupo Clarín). Creó así "Fútbol para todos" y abrió los partidos a la televisión abierta en forma gratuita. El programa es cuestionado por el uso y abuso de la pauta oficial que se emite en los partidos. Licitar cada año el servicio, la opción más racional y menos onerosa, fue descartada por el Gobierno desde un principio.
El Poder Ejecutivo acompañó cada una de las medidas lanzadas con grandes dosis de mística. Una marca del kirchnerismo desde su arribo al poder es la construcción de una épica. Así fue con la recuperación de la ESMA y el impulso a los juicios contra los represores; la estatización de Aerolíneas Argentinas y la compra del 51 por ciento de las acciones de YPF. "Memoria, verdad y justicia", por un lado, y la defensa de lo nacional, por el otro. Valores simbólicos de alta consideración popular.
En todos estos temas, el kirchnerismo puso a los sectores progresistas ante una contradicción. Las medidas iban en la dirección correcta pero su implementación dejaba dudas o fue precedida de una total falta de autocrítica. YPF es un caso emblemático. El kirchnerismo tomó una decisión correcta que contó con apoyo popular: la vuelta de la petrolera a manos del Estado. El problema fue el cómo. Tampoco se hizo cargo del aval que brindó a su privatización en los ‘90, cuando Kirchner era gobernador de Santa Cruz, de la errática política energética sostenida desde 2003, ni del ingreso de la familia Eskenazi a la empresa sin pagar un peso.
Si éste es el peor momento de la década kirchnerista, el mejor podría ubicarse en los festejos por el Bicentenario de la Revolución. El 25 de mayo de 2010 una multitud participó de la celebración en la Avenida 9 de Julio. Opositores y editorialistas habían anunciado un fracaso de participación popular. Cuentan que esa noche Néstor Kirchner dijo a su esposa: "Ganamos la batalla cultural". Ese mismo mes, después de un intenso debate, el oficialismo logró la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario con el apoyo de diputados de la oposición.
Las diferencias con aquellos días de zozobra que sucedieron al conflicto con las entidades del campo son muchas. Por entonces, el kirchnerismo controlaba el frente interno en el PJ, tenía el apoyo de la CGT, la economía mantenía entera su salud y estaba Néstor Kirchner. Con la muerte de su marido, el 27 de octubre de 2010, la presidente no sólo perdió a su compañero de vida, sino que también se quedó sin su principal operador y socio político. Después de los masivos funerales, todas las miradas estuvieron dirigidas a los primeros pasos que iba a dar la mandataria.
Rosendo Fraga escribió en el diario La Nación: "Ella ahora puede adoptar algunas decisiones que se reclaman, como tomar distancia de Hugo Moyano y terminar con su influencia. (…) Si ella insiste en la línea fijada por su marido, no le será fácil gobernar. (…) Podría conjeturarse que las figuras del poder más vinculadas a Néstor Kirchner, ahora pueden tener menos poder o bien podrían ser apartadas. Por ejemplo, Cristina tiene la oportunidad de reemplazar a funcionarios cuestionados, como Guillermo Moreno". El director del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría sugería que para garantizar la gobernabilidad la presidente tenía que cambiar.
Cristina Kirchner le respondió unos días después en un discurso en Córdoba: aseguró que era "hermoso recordar a los que ya no están y darse cuenta de que estaban en lo correcto", y también anticipó que participaría en forma directa del armado político y fijaría la estrategia electoral. Más que cambiar, el anuncio reveló que iba a profundizar "el modelo". Entre otras cuestiones, propició la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y lanzó el Plan Procrear y otras medidas destinadas a la construcción de viviendas. Un intento de paliar la crisis con medidas "contracíclicas". Propuso también una sintonía fina en tarifas y subsidios que luego abortó. También dispuso clausurar la compra de dólares, una medida destinada a parar la fuga de divisas que fue rechazada por gran parte de la clase media. Para los argentinos es más fácil cambiar de equipo de fútbol que dejar de ahorrar en dólares.
El único vaticinio de Fraga que se cumplió fue la ruptura con Moyano. Las batallas de esa guerra se desarrollan todavía. En menos de un año, la jefa de Estado enfrentó varios paros motorizados por su ex aliado. El titular de la CGT lanzó su partido político y se propone como el articulador del peronismo no kirchnerista. Su alta imagen negativa le impide ser candidato fuera de los límites del gremialismo, pero se imagina a sí mismo como el gran elector del "peronismo de Perón".
Por su parte, la oposición trata de traducir el enojo con el gobierno, expresado con contundencia en las marchas, en alternativas electorales. "Hay que ser menos prejuicioso" a la hora de trazar alianzas, pidió Mauricio Macri, quien imagina a la oposición unida como en Venezuela. Allí, Enrique Capriles le pegó un gran susto al heredero de Hugo Chávez, Nicolás Maduro. Aquí, en cambio, las diferencias parecen insalvables. En especial entre la mayoría de los referentes del FAP y los dirigentes de PRO. Radicales y peronistas federales no son tan exquisitos. Apuestan además al desgaste del Gobierno y a capitalizar el descontento. El senador Ernesto Sanz se sinceró: "Ojalá la economía no mejore hasta octubre". Más allá de la polémica afirmación, en su cuestionable apuesta a que la situación del país se complique, el dirigente radical sabe que la situación económica es determinante en el humor social. Es difícil saber si en la Casa Rosada lo tienen tan claro.
En el Gobierno no temen la confrontación. Muchas veces la alimentan con gestos y declaraciones. "En esto Cristina es más dura que Néstor Kirchner", aseguran. O, en palabras de Pepe Mujica, "más terca". Los proyectos de reforma judicial enviados sin debate previo, contra la opinión de opositores y organizaciones de jueces y abogados, lo demuestran. La reforma ni siquiera fue discutida por los juristas más cercanos al Gobierno. Hizo el camino opuesto al elegido para la Ley de Medios. Cerrar las ventanas a los reclamos puede constituir un grave error político. Todo dirigente democrático debe escuchar las voces de la calle. En especial cuando algunos de los planteos que se hace son transversales y compartidos por su base electoral.
Termina una década con aciertos y errores, con avances y retrocesos, con ampliación de derechos y gestos autoritarios. Una década en la que la política volvió a ser una herramienta de transformación. Un aniversario redondo en el momento más difícil. La economía enciende luces de alarma que no pueden descuidarse si es que se pretende transitar lo que resta del mandato sin sobresaltos. Domar la inflación sin que se paralice el crecimiento es una de las grandes tareas pendientes. El maquillaje de las cifras del INDEC constituyó un manotazo torpe e inconducente.
En política los desafíos no son menores: la ausencia de un candidato a la sucesión es el principal problema del Gobierno. Para Cristina Kirchner la re-reelección es sólo una tentación, no será una tentativa. Debe ocuparse de obtener un buen resultado en las elecciones de medio término y construir luego un candidato. Faltan dos años para que termine un ciclo. Parece tiempo suficiente. Pero como escribió García Márquez, sin pensar en la política argentina, "el tiempo no viene como antes".
La columna fue publicada en la revista Newsweek.
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