Los bucles de la crisis política no se detienen
Macri apuesta a una Buenos Aires sin pobres que molesten, donde todo lo público se resuelva en privado. Los bucles de la crisis política no se detienen. La seguridad pública ilustra su marcha con malevolente claridad. No es sensata una lectura que pone en foco casos aislados, como si fueran simples violaciones de una norma, cuando en rigor de verdad lo que subyace es un debate en sordina sobre la norma misma.
Los bucles de la crisis política no se detienen. La seguridad pública ilustra su marcha con malevolente claridad. No es sensata una lectura que pone en foco casos aislados, como si fueran simples violaciones de una norma, cuando en rigor de verdad lo que subyace es un debate en sordina sobre la norma misma.
Una lectura, impulsada por la doctora Nilda Garré, ministra de Seguridad de la Nación, establece los protocolos de comportamiento de las fuerzas de seguridad. Garré parte de un derecho básico: respetar a los que protestan en manifestación. A estos protocolos teóricamente adhieren los gobiernos provinciales (están los que directamente no adhieren, como la Policía Metropolitana de Mauricio Macri y Guillermo Montenegro, entre otras); y la otra lectura implícita, la otra norma muda, surge de la práctica policial efectiva.
Una especie de regla tosca permite dirimir dos campos. Si la conducción política de la policía está en manos de profesionales de la violencia, la brutalidad represiva es la práctica. Eso sí, maquillada de garantismo y civilidad declamativa. En cambio, la norma Garré supone una dirección política ajena a la institución policial. En última instancia, que la policía dependa del poder político tiene un objetivo claro: impedir que se autogobierne y reprima a voluntad.
En este punto conviene una digresión. Recomiendo la lectura de la página web de cualquier institución policial: todas invocan el diálogo pacífico, y el respeto a las protestas civilizadas; nadie admite que hace lo que hace, pero lo hace; y el ministro del ramo –por ejemplo Guillermo Montenegro en el caso del Hospital Borda– sale a cubrir el desaguisado, mientras modula una supuesta autocrítica hueca en la maratónica interpelación parlamentaria.
La línea que baja Garré desde el ministerio nacional, por momentos logra desarmar conflictos "pacíficamente"; esto es, sin muertos ni heridos, mediante una metodología disuasiva. En la alternativa "dura", las armas van delante de todo, y las víctimas (muertos y heridos) dan cuenta de la "eficacia" policial; en la blanda, las armas se repliegan, evitan las víctimas, pero el problema que dinamizó el conflicto queda a la vista de todos. Dicho con sencillez, con la brutalidad represiva, las víctimas ocultan el problema; en lugar de discutir la política sanitaria e inmobiliaria que construye un conflicto (el Hospital Borda, por ejemplo) se chicanea a favor o en contra de Montenegro, y todo pareciera normalizarse cuando el tema abandona la tapa de los diarios, hasta que la próxima crisis estalle.
Ahora se entiende mejor: la discusión entre los defensores del protocolo de seguridad política y los que avalan la bárbara conducta de la Metropolitana, la sangrienta represión al pueblo qom, etc., pasa por si están o no dispuestos a modificar el problema sustantivo, a admitir que la sociedad debe garantizar cierto piso para todos sus integrantes, y por tanto a reconocer la legitimidad del reclamo, o a desconocerlo, y actuar como un seguidor bobo de Ayn Rand, entendiendo que cada uno debe garantizar su propio culo, y que si no puede hacerlo es "su" problema, y que "mi" sano egoísmo admite, permite, requiere la necesidad de acallarlo. Por tanto, para no discutir el problema del otro, que a mí no me atañe, discutimos la violencia policial.
Veamos Horowicz, dice nuestro político práctico: "Yo no soy un insensible, admito que en términos ideales usted tiene razón, que estaría bueno disponer de políticas públicas de razonable calidad. Pero no se olvide que cuestan dinero, mucho dinero, y que a la hora de la verdad la solidaridad, la disposición a ceder una fracción de mis ingresos vía impuestos, es absolutamente minoritaria. El gobierno nacional –recuerde la resolución 125 sobre la exportación de soja– se tuvo que ir al mazo. ¿Usted pretende que los gobiernos provinciales hagan lo que el nacional no puede? Entonces, Horowicz, déjese de joder, a la hora de la verdad todos nos cagamos en todos."
Esta cínica descripción pone en foco un problema: para cambiar los valores de una sociedad no alcanza con argumentar bien, con tener mayoría en el Congreso, es preciso además cambiar las prácticas. Las nuevas requieren por cierto leyes que las habiliten, pero las leyes solas no alcanzan. Las leyes las interpretan el Poder Judicial y la lucha popular; sin lucha popular incluso la lectura judicial "obvia" queda atrancada, recuerden lo que pasa todavía hoy con la Ley de Medios. La idea de que una ley se defiende exclusivamente con otra ley se comprende como estrategia de un abogado liberal no muy inteligente, los otros saben que un buen argumento sólo sirve acompañado de la voluntad popular por hacerlo cumplir, si no termina siendo cháchara.
EL NUEVO TABLERO POLÍTICO. La crisis del Borda golpea al gobierno de Macri, pero no se trata de un error de cálculo. Hay una sutil raya que separa lo tolerable de lo intolerable. Macri avanzó sobre lo intolerable en una sociedad democrática, pero el jefe de gobierno porteño apuesta a la ciudad country; una Buenos Aires sin pobres que molesten, donde todo lo público se resuelva en privado, y donde los que resisten son arrasados.
Para hacerlo, dio vuelta el protocolo ministerial de Garré, terminó usándolo como manual de instrucción al revés. Dice el protocolo: lo primero es el diálogo, entonces ningún diálogo. Dice el protocolo: un funcionario político coordinará todas las acciones policiales, entonces, ningún funcionario coordina nada. Prohibición de armas de fuego al personal que tenga contacto directo con los manifestantes, de pistolas lanzagases, dice el protocolo, las balas de goma no pueden utilizarse para dispersar una manifestación, y sobre todo dice el protocolo: "garantizar la libre cobertura" de los medios. Entonces, los medios –sin distinción alguna– fueron tratados como el enemigo, con balas de goma disparadas personalizadamente por policías que exhibieron desde el vamos su voluntad de violencia sin límite, y los periodistas fueron reprimidos como parte de una exhibición buscada.
Una mirada al último cacerolazo permite ver que la "multitud" atacó a la prensa, no lo hizo al tun tun. Atacó a profesionales cuyos medios no comulgan con los caceroleros. La Metropolitana en el Borda se ensañó con un fotógrafo de Clarín, se trata de Pepe Mateos. Pepe hizo las tomas que permitieron identificar a los policías que asesinaron a Maximiliano Kosteki y Darío Santillan. No importa en este caso que Mateos integre la redacción de un medio "amigo", basta que documente los hechos.
La gente del Borda, sus reclamos, no forman parte de una ciudad glamorosa. ¿Desde cuándo la locura de los pobres es un problema público? La política de convertir a Buenos Aires en un country cerrado para habitantes cool, no incluye esos "loquitos"; la división del trabajo es clara, los pobres trabajan callados y los vecinos dejan los problemas (de seguridad o de cualquier otra índole) en manos de especialistas, no se meten, viven tranquilos. Es preciso que no interfieran. Ese es el diagrama del "vecino" de Mauricio Macri, y esa es la propuesta electoral PRO. Que nadie se equivoque, las escenas del Borda forman parte de la agenda de campaña electoral: la represión pura y dura, la voluntad política de defender el horizonte country contra el pobrerío.
Macri sabe que juega todo a suerte y verdad. Como no sabe cuándo el juez Norberto Oyarbide elevará su causa –por las escuchas ilegales– a juicio oral y público, terminó aceptando una estrategia extrajudicial: llevar la conflictividad a un punto de divisoria de aguas, si conquista a la mayoría para su punto de vista, piensa el jefe de gobierno, el juicio se volverá imposible, y si es así, ganó. No se juega por las elecciones de medio tiempo, se juega por todo. Entonces, a favor o en contra de su modelo; por eso, necesita encolumnar detrás suyo todo el odio anti K, claro que en ese caso sería preciso que se llevara puestos a los demás opositores en una elección parlamentaria. No parece tan sencillo, pero sencillo o no, esa es la estrategia que desarrollará mientras pueda.
EL NUEVO TABLERO POLÍTICO. La crisis del Borda golpea al gobierno de Macri, pero no se trata de un error de cálculo. Hay una sutil raya que separa lo tolerable de lo intolerable. Macri avanzó sobre lo intolerable en una sociedad democrática, pero el jefe de gobierno porteño apuesta a la ciudad country; una Buenos Aires sin pobres que molesten, donde todo lo público se resuelva en privado, y donde los que resisten son arrasados.
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