viernes, 9 de noviembre de 2012


PRESUPUESTO PORTEÑO VS. PRESUPUESTO NACIONAL

Bicicleta Pro



Mauricio Macri y Néstor Grindetti son las cabezas visibles de la política de endeudamiento que hipoteca a la ciudad de Buenos Aires de cara al 2015. Una orientación a contramano del gobierno nacional. Dos modelos de gestión, dos modelos de país. 
Mauricio Macri aparece hoy como el competidor más serio que tiene el kirchnerismo –sea quien fuere el candidato– en la carrera por la presidencia en el 2015. Más allá de que en política tres años son mucho tiempo, un estudio de los presupuestos porteño y nacional permite concluir que de verdad ambos estilos de gobierno y de gestión son bien diferentes y que lo que se pondrá en juego en el 2015 (en caso de que el kirchnerismo y el macrismo definan candidatos) serán dos modelos de país. Contrastar ambos presupuestos nos revela que mientras el oficialismo hace hincapié en una política sostenida de desendeudamiento (a fines del 2002 la deuda alcanzaba el 166 por ciento del PBI, en tanto que en 2011 los 178.963 millones de dólares equivalían a un 41,8% del Producto Bruto Interno). A contrapelo de esta política del gobierno nacional, Mauricio Macri incrementó un 355 por ciento la deuda pública de la ciudad de Buenos Aires.
Cuando el alcalde asumió al frente del Ejecutivo porteño, en 2007, el distrito debía 1.800 millones de pesos, mientras que ahora debe unos 6.400 millones. Sólo en el último año la deuda se incrementó un 57 por ciento, a pesar de que aumentó el nivel de ingresos y se agudizó la presión fiscal sobre los contribuyentes. A este ritmo y teniendo en cuenta que en 2015 vencen 2.400 millones de pesos de capital, el panorama se vislumbra complicado para el próximo jefe de gobierno, que tendrá que administrar la ciudad con ese pasivo como herencia.

Los datos sobre el crecimiento descomunal del endeudamiento de la ciudad de Buenos Aires surgieron de un informe realizado por el Frente para la Victoria y fueron corroborados por dirigentes de otras fuerzas opositoras con representación en la Legislatura local y por el auditor porteño Eduardo Epszteyn. Según las fuentes consultadas, Macri desaprovechó una oportunidad histórica porque, en un contexto macroeconómico de crecimiento y con mayor volumen de recursos, por efecto de una mayor presión tributaria y la liquidación de activos fiscales, optó por endeudarse para financiar el gasto corriente. Sin embargo, el endeudamiento no se reflejó en mayores inversiones. El crecimiento del gasto corriente, por efecto de la indexación real de los contratos de bienes y servicios provistos por privados, está limitando severamente el proceso de inversión pública, que viene en picada desde 2007. Después de permanecer estable entre 2007 y 2008, comenzó a declinar hasta alcanzar su nivel más bajo en la actualidad.
“Buenos Aires debería ser Futurama”, graficó Epszteyn al ironizar sobre la cantidad de obras que se podrían haber realizado con los millones que pidió prestado el alcalde porteño desde que asumió al frente del distrito. Para dimensionarlo vale un ejemplo. En 2010, la Legislatura aprobó que la ciudad tomara un crédito de 475 millones de dólares destinados a la ejecución de obras (175 millones) y para el subte (300 millones) que nunca se invirtieron para mejorar la infraestructura del servicio. Un año más tarde, la misma Legislatura autorizó un cambio de destino para esos fondos. Los 175 millones destinados a diversas obras se invirtieron, pero los 300 millones que eran para los subtes se gastaron en sapitos (puentes bajo nivel del ferrocarril) y obras de infraestructura escolar. En este caso, el dato más relevante es que mientras la ciudad no definía el destino inmediato de esos fondos, el capital se escurría en el pago de los intereses.

“Hay formas y formas de endeudarse, y en sí misma la deuda no es mala, la cuestión es adónde va a parar el dinero que a uno le prestan”, advierte un veterano economista. Con esta visión parece coincidir Epszteyn, quien añadió a Veintitrés: “El endeudamiento no es, en sí mismo, ni malo ni bueno. El de Macri es malo porque es para financiar el gasto corriente”.

En ese sentido, el último candidato a intendente del kirchnerismo, Daniel Filmus, sostuvo que “el endeudamiento es una constante de la gestión actual del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Lo llamativo es que este mecanismo se da en un contexto en el que los recursos de la ciudad crecen, tanto los de recaudación propia como ABL, Ingresos Brutos y Patentes como los fondos que le gira la Nación que este año ascendieron a más de 4.000 millones de pesos”.

Y agregó Filmus: “A comienzos de 2012 la deuda pública era de 4.105 millones de pesos, y en tan sólo 9 meses pasó a ser de 6.465 millones, un 57,5% superior. El jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, endeuda a la ciudad sistemáticamente pero no utiliza esos fondos para cuestiones estructurales como subtes, obra pública, salud y educación sino para obras menores y mantenimiento urbano como bicisendas, Metrobús y bacheo”.

El modelo económico macrista, comandado por el ministro de Hacienda Néstor Grindetti, un hombre que proviene del mundo de las finanzas, es un calco de las políticas neoliberales de los ’90 que derivaron en la crisis de 2001. Incluso, el funcionario a cargo de la economía porteña viene incluyendo año a año un artículo en el Presupuesto para que, en virtud de la Ley 70, la ciudad pueda colocar Letras del Tesoro. Si bien se trata de un mecanismo al que se puede recurrir de manera excepcional, esta estrategia se utiliza para financiamientos a corto plazo. Lo cierto es que esta operatoria redunda en el pago de 50 millones de pesos adicionales en intereses por esas letras. Otra estrategia es la tercerización de la mayoría de los servicios, incluso en las áreas testigo que deben estar administradas por el Ejecutivo local. Por ejemplo la Zona 5 de la recolección de residuos y la tercerización de la liquidación de sueldos de los empleados de la ciudad, que desde que el Pro es gobierno pasó a manos de una empresa española.

No bien asumió la cartera, Grindetti argumentó que la ciudad tomaría créditos porque era imprescindible un “shock de inversión”. Sin embargo, sus afirmaciones cayeron en saco roto, puesto que la mayoría de las obras proyectadas, como las de los arroyos Vega, Medrano y Ochoa, nunca empezaron o están paralizadas. Al mismo tiempo, año a año, los intereses de la deuda comenzaron a ganar peso en el Presupuesto. Según diversas proyecciones, en cinco años, si se entrara en un proceso contracíclico, la ciudad debería afrontar un agujero financiero de 700 millones en intereses, más los 2.400 millones de capital que vencen en 2015.

Las diferencias con el modelo económico nacional no se agotan en el endeudamiento porteño. Respecto de la política tributaria vale decir que el principal recurso de la ciudad es el Impuesto a los Ingresos Brutos, un gravamen sobre los precios que refleja el nivel de actividad y que, como es obvio, se debe al crecimiento general de la economía argentina en los últimos años. Además, el distrito porteño se beneficia por los acuerdos bilaterales con otras jurisdicciones, de manera tal que los bancos tienen sucursales en todo el país, pero pagan Ingresos Brutos en la ciudad. Del mismo modo, muchas empresas liquidan el impuesto en la ciudad, por más que su producción esté radicada en otro lugar. Ingresos Brutos representa el 60 por ciento de la recaudación tributaria de la ciudad, según datos a los que tuvo acceso esta revista.

En cambio, de acuerdo con información proporcionada por Oscar Leguizamón, referente del Partido de la Victoria que comanda el diputado nacional Roberto Feletti, la Nación en 2012 recauda un 12,6 por ciento por Derechos de Exportación (retenciones), que representa 62.658 millones de pesos sobre 495.354,9 millones. El impuesto a las Ganancias (132.788,9 millones de pesos) representa el 26,8 de la recaudación. Si se mide sobre porcentaje del PIB representan el 2,9 y el 6,14 por ciento, respectivamente. Es decir, estos dos impuestos directos significan el 9,04 por ciento del PIB.

Según datos relevados por la misma fuente, la otra gran diferencia es relativa al gasto. Mientras más del 60 por ciento del gasto de la administración nacional se aplica a fines sociales (jubilaciones y pensiones, AUH, inversión en Educación, Ciencia y Técnica, Salud, Programa Conectar Igualdad, Desarrollo de Infraestructura Social) y a la ejecución de políticas anticíclicas para la protección del empleo, la administración porteña se caracteriza por una fuerte subejecución del gasto de capital, haciendo figurar obras que cuentan en el Presupuesto con el consabido financiamiento y, al no ejecutarse, permite la utilización de esos recursos para engrosar los gastos corrientes.

En paralelo a la política de desendeudamiento que disminuye el porcentaje de pago de intereses de la deuda, de manera sistemática, el gobierno nacional destina recursos para obras públicas y para la transferencia de capital a las provincias, de tal manera que año tras año fue asignando más recursos a la inversión. El gasto de la ciudad, en cambio, se destina principalmente a cubrir las obligaciones de la tercerización de servicios (recolección de residuos, limpieza de sumideros, manutención de los espacios verdes, asfalto, vereda y alumbrado) que cada vez salen más caros disparados por las cláusulas de redeterminación de precios. Las pruebas más evidentes son la baja ejecución de planes de viviendas y la constante caída en inversión en infraestructura escolar. El declive es tal que hace dos años el presupuesto asignado para infraestructura escolar fue de 500 millones de pesos, luego bajó a 280 millones y el propuesto para el próximo año es de apenas 140 millones de pesos. Pero la prueba más obvia de la desinversión se vio, una vez más de forma dramática, cuando la ciudad volvió a inundarse, además de por la cantidad de agua caída por las torrenciales lluvias, también por la falta de obras pautadas y demoradas.

La política económica macrista podría hacer eclosión en el 2015, cuando el próximo jefe de gobierno, aun proviniendo del Pro, tenga que hacer frente a las obligaciones contraídas durante los años de gestión de Mauricio Macri, quien para entonces estará soñando con el sillón de Rivadavia.

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