21-11-2012 en Revista23
Le dicen Tana. Quizá simplemente porque sus ancestros eran italianos, o tal vez porque lleva como bandera el fervor por lo que dice, piensa y emprende. Con voz potente, con gesticulaciones, poniendo el cuerpo. Como cuando lamenta la pérdida de “más de una generación porque están criadas en la estupidez, con ese tiempo digital del que se habla mucho pero no se sabe bien qué es, para que se queden sentados, no piensen, no tengan referencias”. O como cuando se queja de que para explicar las últimas inundaciones en la ciudad se hable de basura y suciedad: “¿Y dónde están los que deben ocuparse de eso? ¿Por qué me lo tiran a la cara, tratándome de sucia, cuando pago los impuestos de los que se supone sale el dinero para limpiar?”. O cuando reflexiona, con pena, que “nadie se siente obligado a que el otro necesite de uno. Entonces se genera un clima de violencia insoportable. Deseo que pensáramos, comunitariamente, en 20 años adelante, en cuáles serán las oportunidades que tendrán nuestros nietos. Pero no existe esa idea, predomina el ‘no me gustás’”. Y al escucharla, uno entiende por qué le dicen Tana.
A punto de cumplir 77 años, Susana Rinaldi habla de todo con el mismo entusiasmo y la misma euforia con que cambió la realidad del tango, allá por fines de los ’60, con su voz tan particular y un repertorio que daba lugar a nuevos autores. Con voz y un estilo alejado de las cadencias arrabaleras, cantó a José María Contursi, Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, Cátulo Castillo y nuevos creadores, como Eladia Blázquez, Osvaldo Avena-Héctor Negro o Chico Novarro. En 1966 grabó su primer disco y se instaló como cantante popular. Amenazada de muerte por la Triple A, se refugió en París y durante 25 años alternó su estancia entre Italia y Francia.
Pero ahora no está en un escenario, o sí, pero de otra factura. La conversación con Veintitrés tuvo lugar en el despacho que ocupa en la Legislatura porteña desde diciembre del año pasado. Está recién llegada de la reunión de Embajadores de Buena Voluntad de la Unesco –cargo para el que es reelecta desde hace 20 años–, donde puso en claro que “la defección sobre el sistema educativo ocurre sólo en la ciudad de Buenos Aires, mientras que en el resto del país se instalaron nuevas universidades en los últimos años, de lo cual me siento profundamente orgullosa; que se ha instalado el Ministerio de Ciencia, que no es poco; que gracias a aquella ley de educación federal creada por Néstor Kirchner se construyeron 1.800 escuelas y que las de frontera dejaron de ser inaccesibles porque tienen capacitación de vida y los docentes no se sienten excluidos sino más patriotas que cualquiera de nosotros, ¡y cómo no!, y enseñan con un amor entrañable por la tierra toda”.
–Se tomó casi un año sabático en la canción, ¿la extraña?
–Mucho, y en estos momentos me hace sentir pena, pero lo que decidí no fue contradictorio con mi vida y lo que estimo coherente. Le pude haber dicho que no a Aníbal Ibarra cuando me propuso integrar su frente, pero siempre fui una mujer política, nunca pude dejar de serlo, y me pregunté: ¿y si a lo mejor en esta oportunidad pasa? Tres veces estuve promovida para la Legislatura o el Senado. Siempre siento que tengo algo para hacer por el otro, que puede ser familiar, amigo lejano o desconocido. Y cuando me votaron, dije: “Esto me compromete a algo serio”. Siento que estuvo bien, no quiero confundir a la gente, que diga “ah, pero es la artista”. No quiero hacer lo mismo que algunos colegas y no me gustó. Es demasiado fuerte, gravitante, pasar por la política. El único que lo hizo bien fue Luis Brandoni, porque se metió con todo, como viejo radical que es. No es un juego y no te regalan nada.
–Pero ahora se va a presentar…
–Sí, en Clásica y Moderna, que la siento como mi casa, los sábados de diciembre. Es una forma de despedir el año y es distinto a presentarse en un gran teatro, pero siento que como artista popular he dado y grabado tanto…. aunque no es lo mismo que estar en vivo. Lo que hago es charlar y cantar, la gente no está juzgando. Siempre hay una pauta nueva, diferente, que puedo dar desde el canto, simplemente desde el repertorio, por qué elegí esto y no lo otro. Y la preocupación de que la voz no decaiga, si sintiera que mi voz no es la misma, no se me hubiera ocurrido. Pero dije puede ser. Esta es la necesidad que tengo ahora. Además tengo buena gente al lado, músicos estupendos, es un momento más intimista y no por eso menos emotivo.
–¿Por qué se alejó del socialismo?
–Renuncié al Partido Socialista hace cuatro años, cuando lo que Kirchner implementaba recibía sólo críticas. Nunca pensé que iba a tener enfrente a un ex compañero como Binner, que no sabe reconocer nada de nadie. Tampoco me gusta lo que termina haciendo Margarita Stolbizer, que si bien viene del radicalismo siempre fue la esperanza de una franja socialista para suplir el horror y desagrado de Lilita Carrió. No sólo no ocurrió sino que en algunas ocasiones es peor, porque es menos compulsiva y más inteligente. A quienes estuvimos al lado creyendo caminar por la misma senda, nos hace mucho daño. Soy profundamente reconocida a Néstor, a Cristina, que sigue el modelo, y a mucha gente que lleva adelante pautas que hace muchos años trabajábamos como posibles para engarzarnos en una democracia. Soy de la escuela de Alfredo Bravo, que se equivocó sólo con Carrió pero tuvo la inteligencia de cohabitar con muchos que aparecieron en primera instancia como enemigos pero eran circunstanciales opositores. No me fue difícil acompañar esto, desde el mejor lugar, como lo hace Heller desde Nuevo Encuentro. Somos otra categorización política.
–¿Cómo capitalizó su desvinculación?
–Desligarme me dio la libertad de trabajar para un socialismo que, creo, se está instalando en la Nación. No puedo ser peronista y nunca lo sería, por esos malos peronistas que no supieron reconocer el dolor de tantos, como la Triple A, que salió de ese basuraje peronista, aunque a ellos les disguste. Así como Kirchner pidió perdón desde el Estado al pueblo argentino por las desgracias sufridas a raíz del accionar del Estado, sería de una grandeza impresionante si este gobierno pudiera decir “pedimos perdón por las Tres A”, sabiendo que salió de eso que se llamó movimiento peronista y no tenía nada que ver con ellos. Mientras tanto, lo único que me queda, por ser coherente, es reconocer las pautas fabulosas implementadas hasta ahora. No pasa sólo por la Asignación Universal por Hijo sino por el concepto de equidad, que algunos socialistas manejamos como pudimos y pretendemos siga existiendo, por eso apoyamos este modelo.
–Ingresó a la Legislatura para trabajar en cultura y le endilgaron temas de salud, ¿qué haría hoy a nivel general por el aspecto cultural?
–Se necesita nada más y nada menos que educación. En cada una de las pautas coercitivas y corrosivas del Gobierno de la Ciudad, lo fundamental es la falta de educación. Educar no es enseñar a decir mamá ni que dos más dos es cuatro, es referirse primero a qué somos y a dónde vamos. Culturalmente saber que de identidad no tenemos la menor idea. No nos podemos reconocer. Esa forma de educación que nos lleva incluso a que no podamos respetarnos entre nosotros, la idea y el modo del otro, la forma pausada ante la exaltada, ese tipo de cosas que hacen a una forma de ser, que muchas veces no nos gusta pero no nos atrevemos a modificar desde el estamento fundamental, la educación. Con el respeto que tuvimos hace 50 años por el docente, que era el sabio, el que se preocupaba por cada uno. Todos los que alguna vez quisimos ser maestros, entendemos qué es hacerte cargo del otro y de vos. Pero si habilitás un 0800 para denunciar las faltas del otro, no podés hacerte cargo, conceptualmente es una cosa loca. Si pienso que en los países comunistas o fascistas obligaban a los chicos a denunciar a padres y vecinos que no comulgaban con esos partidos, es terrorífico. Hay que mejorar las posibilidades de comprendernos un poco mejor. Todo viene con educación, si no, son autómatas desentendidos de todo lo que no sea su propio ombligo.
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