EL JUGUETE ROTO

Entre las peores cosas que nos deja el año que termina podemos contar -sin lugar a dudas- el bochornoso proceso electoral interno de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA); que culmina con la fractura expuesta entre el sector que comanda Pablo Michelli (en realidad el líder histórico de ATE nacional, Víctor De Gennaro), y el que encabeza Hugo Yasky.

Vemos en Clarín de hoy a un Michelli exultante contándole al diario de Magnetto los últimos avatares judiciales del entuerto, que lo repondrían al frente de la central; lo que no duda en calificar como "un regalo de fin de año".

Pero para que no queden dudas del sentido que su sector le asignó a todo el (tortuoso) proceso interno de la CTA, también hoy y nada menos que en La Nación, Michelli (que por cierto, no ahorró papelón mediático en su camino a la silla de la Secretaría General) dice con toda claridad, que el derrotado no fue Yasky, sino en realidad el gobierno nacional.

Y es que bajo esas premisa tanto él como De Gennaro -colonizados en el camino por sectores del troskismo políticamente adolescentes, a los que no mucho antes criticaron y combatieron- encararon el proceso electoral interno: evitar por todos los medios que la CTA confluyera en un apoyo concreto (así fuera crítico y marcando sus diferencias) al gobierno de Cristina; algo a lo que se vienen oponiendo sistemáticamente desde el año 2003, bajo el pretexto de la "autonomía" de la central.

Autonomía que no les impidió converger con la Mesa de Enlace (y por ende, con la Sociedad Rural y CRA) en ocasión del conflicto por la Resolución 125, y al mismo tiempo sacarle el cuerpo al apoyo de medidas que el gobierno concretó y que estaban entre las banderas históricas de la CTA: la eliminación del oprobioso sistema de las AFJP, la ley de medios o la Asignación Universal por Hijo, por citar tres casos emblemáticos; en los que en cambio el sector de Yasky no tuvo ningún empacho en apoyar al gobierno.

Nada pudo superar el paladar negro de los referentes de ATE nacional, y de quienes los acompañan en la divisoria de la Central de los Trabajadores Argentinos; total, como ellos mismos suelen decir "derecha hay en todos lados", y puede que en algo tengan razón.

De hecho, en las elecciones internas de la central utilizaron métodos fraudulentos y patoteriles propios de Luisito Barrionuevo o de Armando Cavallieri, lejos, lejísimos de las banderas de la democracia y la libertad sindical que históricamente levantaron.

La CTA nació en pleno menemismo como una importante experiencia de lucha contra el vaciamiento de la Argentina, el desguace del Estado de Bienestar construido desde el peronismo en adelante, y la complicidad de un sindicalismo corrupto y empresarial, con todo ese proceso.

Pero no pudo superar la prueba ácida de la izquierda argentina (y de vastos sectores de la centroizquierda nacional): un compromiso activo y militante con un proceso de cambios efectivos, cuando un gobierno (los que se sucedieron desde el 2003, sin ir más lejos) los lleva adelante y, si hay críticas o exigencias de profundizar el rumbo, el lugar para plantearlas es desde adentro del mismo proceso; no poniéndose al costado y trabajando objetivamente (más allá de las bellas intenciones declaradas) para que se detenga, o peor aun, retroceda.

Por ese motivo, De Gennaro pasó de ser el posible Lula argentino, a convertirse en apenas un simple extra de los documentales de Pino Solanas; y la actitud de Michelli en su raid por los medios hegemónicos recuerda a la de esos chicos caprichosos que se aferran con desesperación a un juguete que no quieren compartir, y forcejean con todas sus fuerzas para que otros no se los quiten.

Cuando consiguen quedárselo, tienen la alegría inmensa que suele dar, a la edad infantil, el capricho realizado; aunque su inmadurez les impida ver que el juguete está roto, y ya no sirve para jugar el juego para el que fue pensado.